Los amigos perdidos

imagen
El AUTOR es escritor y comunicador. Reside en Santo Domingo.

Hace tiempo que vengo pensando en los amigos; los que son, los que fueron y los que se han ido porque en los últimos meses la muerte se ha alzado victoriosa llevándose a varios muy queridos y entrañables.

Pocas semanas han transcurrido desde que dediqué, por aquí mismo, unas reminiscencias sobre el bolero al doctor Miguelito Martínez, allá en san Cristóbal, y apenas durante el anochecer de ayer me entero de que acababa de morir.

Anoche el insomnio hizo de mí lo que quiso y hasta avanzadas horas de la madrugada me mantuve conectado en Facebook, con visitas ocasionales en Twitter, y a eso de las tres de la madrugada conecté con Sucre Vásquez, maestro del periodismo y hombre de bien. Él también estaba desvelado y hacía unos meses estaba escribiendo y publicando en la red gozosos pequeños ensayos, obras de un escritor maduro con sabias lecciones y jubilosas celebraciones hasta de algunos pequeños actos cotidianos.  Ya era la prosa de un escritor con perfecto conocimiento y manejo del idioma. Escribía y pensaba rápido como lo hacen solo los que manejan y conocen el peso y la medida de cada palabra.

Pues me duermo a eso de las seis de la mañana y cuando despierto, al mediodía de este viernes, tomo el celular y lo primero que leo es que Sucre Vásquez, hombre bonachón y de gran capacidad profesional, mi compañero en el Instituto dominicano de Periodismo, el mismo que me dio la mano durante mi primera temporada en Puerto Rico, había muerto hacía apenas minutos. Enmudecí y recordé al gran César Vallejo: “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios / como si ante ellos se empozara el alma de todo lo sufrido.”

Celebré la modalidad de expresión que había elegido en aquellos artículos en los que exaltaba constantemente el don de la vida como regalo divino, el cabernet sauvignon y las virtudes de su apartamento en Brickell, Miami, próximo al océano. Estaba enamorado de la zona en que vivía después de permanecer más de treinta años en un Puerto Rico que siempre amó y al que regresaba varias veces al año. Enamorado de su mujer, Virginia, sus hijos y sus nietos.

Pero llevaba un puñal lengua de mime clavado en lo más profundo del alma: el asesinato de su primogénito Sucrito en Bayamón, Puerto Rico, por una banda de malhechores con veintidós años de edad. Hace pocas semanas se cumplieron también veintidós años de esa tragedia y él escribía con puro amor de padre golpeado y no era para menos.

Anteriormente fue René del Risco quien, antes de su muerte prácticamente anunciado, lo dijo en un poema que se convirtió en una canción y que fue como una resignación ante la muerte próxima. “Así se muere la gente, tan sencillamente como quien respira/ Así, toda la alegría / se pierde en un día, se oscurece así….. / Así se marcha la gente, repentinamente como quien se va……. / Desnudo voy en mi viaje, ningún ropaje llevo conmigo /el infinito es mi amigo…morir nos hace a todos iguales…”

Duelen y golpean estas verdades. Son hachazos terribles. Nocauts al instante, apenas empieza la pelea. Y seguirán golpeando aún cuando sean recuerdos, porque es imposible  olvidar a las personas que nos prodigaron sinceros afectos, los que nos dieron una palmada en el hombro mientras pronunciaban la palabra de aliento.  Es difícil.

El Nobel mexicano Octavio Paz definía a la muerte como la esperada inesperada y así lo hizo en uno de sus últimos poemas. Alberto Cortez, salvadas las distancias, eternizó a los amigos muertos y poco antes de darse un tiro Violeta Parra dio gracias a la vida. Pero todo eso y más lo dijo con elegancia Jack Prévert, el autor de Palabras, el más popular libro de poesía en toda la historia de Francia, en Las hojas muertas, pieza antológica y memorable desde todos los ámbitos.

La muerte es más fiel que la sombra y que el mal aliento como diría Cortázar. No debe sorprendernos cuando se trata de seres que aún estaban llenos de esperanzas y en plena lucidez. El gran poeta español Miguel Hernández fue un poco más lejos y, reconociendo la eternidad de la muerte, sólo pudo preguntarse: Si la muerte pisa mi huerto… conocida en voz de Joan Manuel Serrat.

La muerte une y desune, consolida y debilita, quiebra, destroza y jode todo el entorno porque es una consumación y parte esencial e inescrutable del repertorio de totalidades que es toda existencia. El propio Vallejo escribió, con letras de diamante sobre mármol, Me moriré en París con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo / Me moriré en París un jueves, como es hoy, de otoño…”

Lloro la muerte en san Cristóbal de mi amigo cardiólogo Miguelito Martínez y en el formidable Brickell, en Miami, de Sucre Vásquez, condiscípulo y amigo de toda la vida. Jamás se equivoca la muerte por más corta de vista que entre y salga de los hospitales, los prostíbulos o cuando cruza la calle con todas sus máscaras de seducción.

Celebro la vida y la memoria de ambos, y en el mismo instante, también las de otros tantos amigos perdidos, ahora que casi es medianoche y oigo la triste y lejana voz de Altemar Dutra. Brindo por la vida.

reyesvasquez23@hotmail.com

JPM/of-am

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
guest
1 Comment
Nuevos
Viejos Mas votados
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios
Maria Belen Chacon
Maria Belen Chacon
5 Años hace

Compadre por favor borre inmediatamente mi nombre y mi numero de su agenda…amigo que recuerda y llama, amigo que firma con los carmelitas…ZAFA.