Las ilusiones perdidas

Hoy he tomado como divisa a modo de préstamo, el fascinante y revelador título de una novela del gran escritor francés Honoré de Balzac, pues la incertidumbre nos convoca como la flor a la lluvia.

Aunque no me gusta tener sobre mi escritorio de trabajo más que los diccionarios de consultas, libreta amarilla rayada para anotaciones y las estilográficas, tengo ahora varios libros: La cartuja de Parma de Stendhal,  Berlin Alexander de Alfred Doblin,  Vida y  destino de Vasili Grossman, Middlemarch de George Eliot y La montaña mágica de Thomas Mann.

Son obras monumentales que he leído varías veces y que son parte de mi memoria emocional y mis libros de cabecera, junto a otros como La muerte de Ricardo Reis, monumental obra maestra de José Saramago, Obra Poética de Lezama Lima y  Cantos de don Ezra Pound, autor que empezó a fascinarme desde mi adolescencia, cuando leí textos suyos en suplementos y revistas, y sentí que despertaba en mi espíritu de entonces sensaciones que todavía me resultan inexplicables.

Cojo uno de los libros; al instante lo suelto y cojo otro que también devolveré. Leo fragmentos o capítulos de novelas, abro Excel ( X)  y consulto los títulos y autores de mi biblioteca. Giro hacia un lado y veo varios Faulkner, El Paraíso en el Pabellón Rojo, la deslumbrante y genial novela en dos volúmenes de Cao Xueqin, cada volumen con más de mil páginas, abro otros libros y vuelvo a colocarlos en el lugar que les corresponde.

Es una inconstancia que refleja incertidumbre e inquietud. He pedido que me traigan el cáliz y me sirvo un tinto un poco ligero, pero de uva noble.  Miro todo el estudio, los tramos bien ordenados y limpios, libros cómplices de mis sombras debidamente colocados, el televisor apagado, la lámpara cuya luz me ha preguntado algo. Me levanto del sillón y tomo un libro de un amigo que ha muerto hace pocos meses. Navegan mis ojos tristes entre esas páginas como si dijeran Voy por la vereda tropical y recuerdo la grandeza de ese amigo, su talento y, sobre todo, una vida totalmente dedicada a la poesía.

Ya servido el vino, tomo el cáliz por la cintura como si fuese una hermosa y memorable trigueña, piernuda, nalgatorio de buena dimensión y labios apetecibles, que conocí durante un anochecer en el metro de una ciudad inagotable como la propia muerte que ahora anda hambrienta, ciega y descalza por sus calles también desoladas y malditas desde que la desgracia se colgó en el pecho la banda con bandera nacional.

Quien mira al pasado sólo puede cosechar sombras, nombres o cuerpos, amores e ilusiones inexplicablemente irrecuperables, preguntas sin respuestas y miradas lánguidas. Enigmas habrá de pescar si en ese mar turbulento se cuestiona a sí mismo, mudez de las horas ante el entuerto, paredes que tienen oídos pero que callan lo que recuerdan. Quien siembra vientos, cosecha tempestades, dice el refrán, y las guerras del corazón son devastadoras.

Me pasa eso mismo con las canciones, específicamente con el bolero, pues lo que acontece a un hombre o a una mujer le sucede a toda la raza humana. Todavía hoy pueden encontrar páginas con unos labios pintados de rouge, servilletas con bocas estampadas, palabras que son juramentos. Un mechón de pelo rubio, la fotografía que con los cambios del tiempo se ha vuelto cuerpo de delito. ¡Qué rubor, qué emoción!

Si nadie amara es una canción que escribió el inmortal René del Risco junto al maestro Rafael Solano. Esa joya de la música popular, escrita por quien en ese momento no llegaba a los veinticinco años, responde algunas preguntas fundamentales, a veces también con preguntas. A ver: Quien puede decir lo que es el amor / quién puede explicar lo que es un cariño…/ De amor no se puede hablar / es imposible…/ Basta que un deseo ardiente encuentre un alma…/ Amar como los pajarillos sin decir palabras / amar entregándolo todo sin pensar en nada…/ Amor es final y principio, la lumbre del alma  / y el mundo estaría vacío si nadie amara…/ (……….) …Más puede decir una lágrima o una mirada…/ De amor no se puede hablar, es imposible asta que un deseo ardiente encuentre un alma / y el mundo estaría vacío si nadie amara. Extraordinaria e insuperable como son los versos cuando, sobre el brillante mármol, se escribe con gramática de platino.

Es, sencillamente, una de las canciones más hermosas escritas por dominicano alguno y que puede figurar entre las mejores escritas en el idioma porque genial es su inigualable, transparente y bellísima poesía. Pocos años después, la misma combinación de talentos René del Risco-Rafael Solano (los mismos que lograron una maravilla llamada Una primavera para el mundo), la mejor canción dominicana de todos los tiempos, lograrían otras piezas excepcionales.

Sigue el tiempo en su aterradora misión, y ahora que oigo la voz casi quejumbrosa del grande Agustín Lara recuerdo con entusiasmo otra pieza de Solano: Magia,  también con la mejor poesía: Oigo tu voz en cada amanecer y un beso tuyo el sol me va a traer / es magia… / Quién pudo hacer con pétalos tu piel y entre tus ojos un misterio poner…/ es magia…/ Una caricia, un beso y otro más…/ y en ese instante el alma se me va…/ Es magia

Así de terribles e imprevisibles son los idus de este tiempo. Después de todo lo que he querido decir, concluyo que es mejor buscar una palabra de aliento, una canción o la voz de alguien que a uno le sea como un bálsamo, pues nada devuelve las ilusiones perdidas. Pienso y oigo. Me digo: estoy entristeciendo y es mejor llamar a alguien, conversar, explicarle, intercambiar pareceres. Como es temprano aún llamo a mi superestrella y reina de la balada. Sé que está despierta en un apartamento de la Florida.

Llamo por WhatsApp y me responde con su voz tierna y transparente, casi cristalina. Conversamos. Nos reímos, hay confesiones mutuas, lamentos breves, celebraciones e insinuaciones.  Como son infinitas sus ternuras, sabe lo que significa en mi vida desde hace eternidades. Su voz que no se ha enterado aún de los años que tiene vive en mí como; su piel sin edad, su nombre y esa fascinante sonrisa, casi inocente e ingenua, que conmueven porque solo la tienen los ángeles que, como ella, se han tragado todos los ruiseñores del mundo.

Ya mis lectores pueden comprobar lo que he intentado decir en principio. Sabrán que he escrito una digresión debido a que empecé hablando del entorno, pero la incertidumbre que nos agobia, la mirada triste de los hijos, la canción de ayer que se escucha sentado en el balcón cuando la noche es posible, también son parte de mi íntimo entorno.

Los fines de semana son así, más en una cuarentena sin precedentes, cuando no está claro el futuro, no se puede ni se debe salir a la calle ni visitar ni abrazar a nadie. ¡Terribles realidades! Desalientan estas verdades, el mundo en el que vivimos está más arrodillado que un mendigo ante los embates de un invisible y criminal enemigo, más poderoso que Donald Trump y que Vladimir Putin con todos sus portaviones y sus dólares. Parece que ya somos cosa del pasado, pertenecemos a la historia, a otro mundo y al no-me-olvides.

Mientras en el balcón de mi casa cantan los olores del jazmín, se dispersa el deseo y la memoria despierta como una fiera de ternura exigiendo lo que por convicción le pertenece.

Es sábado; lo sabe el cuerpo y también el bolsillo. Lo dicen el viento y el deseo, pero los comercios están cerrados; los instrumentos musicales abarrotados y polvorientos en alguna esquina. Pero lo niegan las miradas lánguidas de las trabajadoras sexuales de la San Vicente y de la bolita del mundo y los travestis, sin un cliente que les dispense un par de pesos para comprar la cena en la fritura en su lugar preferido, que también está cerrado, quién sabe hasta cuándo.

Es un fin de semana caliente, sin playas ni balnearios, sin yaniqueques de esos vulgares que son sabrosos y venden en las carreteras, sin chicharrones ni tertulias. Sin ilusiones, sin visitas, sin llamadas de aliento ni libertad para salir aunque no hay lugares de esparcimiento adónde ir.

Entonces, uno recarga el cáliz traído del exterior y exhibido con cierta pedantería, con la sangre de Cristo, y se confiesa un desahogo, una brevísima chispa en estas incertidumbres. Me ilumina la memoria, la voz de alguien, el cielo hoy nublado y sin estrellas.

Ya se aproxima la luz diáfana del verano y se sabe que en esos meses los días son más largos que las noches, salvo las noches verdaderamente aciagas del alma, como ésta.

Y así pasa la vida..!

JPM

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