Hay un lugar …

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El autor es escritor. Reside en Nueva York.

Recóndito, embrujador, con mil y una experiencias por descubrir. Una aureola de encanto le envuelve. Tiene la sensación de la aventura, en noches oscuras con un millón de estrellitas poblando el universo. Tiene, el olor del café, el jengibre o el chocolate, hirviendo a borbotones en una renegrida paila empotrada en un robusto fogón de tres hornallas. Tiene, el hechizo de un regazo de una vieja que fue mi abuela, pero que, además, fue mi Madre, y la Madre de todos.

Ese lugar, que llevo prendado en el centro del pecho, cual hechizo quemado a fuego ardiente, tiene nombre, tiene historias, tiene cuentas pendientes con cada uno de quienes tuvimos y tenemos el placer, la dicha y la honra de haber vivido aquellos años y estos recuerdos, con el apabullante destello de las lengüetas del fuego chisporroteando entre la leña mientras esperábamos que la vieja nos pusiese en la mano, con su ternura habitual, aquel jarrito de café, jengibre o chocolate, para renovar energías y ponernos a tono con los deberes del día.

En esta luminosa mañana de Navidad, en que el agobio del día después, el estridente chillido de la ‘Pámpara prendía’ y los agradables efluvios del recalentado dominan el escenario, me basta para ser feliz el simple hecho de transportarme a aquellos venturosos días de infancia y evocar a Vitalina, con los afanes en la cocina, la pañoleta recogiendo su pelo cano y su ternura de leyenda, transmitiendo enseñanzas positivas a aquel numerosísimo ejército de chiquillos que solo ella, con su férrea mano, pudo manejar, moldear y educar, por los caminos del ejemplo y el deber.

La llegada de la nochebuena, y por sobre todo, el día después, constituyen un motivo para recordar a la vieja, con su cálida ternura y su férrea manera de conducir a su manada de nietos, por los caminos del bien.

Están donde quiera. Aquí y acullá. Sé que ellos me escuchan y entienden estas sentidas palabras que, a veces, se inundan en sollozos, al transportarme en las alas de la nostalgia, a la bienaventuranza de aquellos días.

Vitalina vivirá por siempre en nuestros recuerdos. Y en su honor, me ha asaltado un toque de irreverencia y he descorchado, temprano en la mañana, una botella de Freixenetque, inexplicablemente, se le escapó a la avalancha de la víspera.

Con ella brindo, en mi nombre y en el de todos los primos que, al igual que yo, crecieron junto a Vitalina y disfrutaron el día después, pegados a su regazo, a la vera del fogón, junto a un delicioso trago de café, jengibre o chocolate, y el hechizo de las brasas del fogón.

Ese recuerdo domina mi mente y alegra mi presente, en esta mañana.

Feliz Día de Navidad, a todos los Reyes, Jiménez y el resto del mundo!!

JPM

 

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