¿Dónde están los hombres sin miedo?

Una sensación generalizada invade a la sociedad dominicana y es que la política no ofrece a los mejores actores. Se dice que muchos políticos son comerciantes, que no son solidarios y que abundan los deshonestos en esa labor. No menos cierto es que esas características son más que frecuentes también en otras áreas del quehacer cívico. Es que la dirigencia en general no es muy diferente en promedio. Mire esto. 68 auditorías han sido enviadas a la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción (PEPCA) por “tener indicios de responsabilidad penal”. El viaje de expedientes está colgado en la web de la Cámara de Cuentas, a disposición de todo público. Lo curioso es que con ese paquete en sus manos, la PEPCA todavía no ha procedido contra ninguno de los antiguos funcionarios de esas instituciones. Es evidente que los mejores hombres no ocupan los lugares claves de conducción y queda claro que no es casualidad. Existe una deliberada decisión individual de no ser parte del teatro. Eso es innegable. Los hombres más capaces parecen haber elegido premeditadamente no participar, no integrarse, ni cooperar en lo más mínimo. Muchos afirman que no quieren ensuciarse, que la política implica embarrarse y que entonces la determinación pasa por no entrar a ese mundo infinitamente ingrato. Otros creen que solo han optado por dedicarse por completo a lo profesional, a los negocios, a la actividad propia, suponiendo que así se puede progresar. Cualquiera sea la razón que lleve a estas personas a no sumarse al necesario proceso de cambio, lo que es indudable, es que el sendero seleccionado no resulta gratuito. Esta decisión tiene un enorme costo directo en la vida de cada ciudadano y en el de la comunidad toda. Ser dirigido por mediocres, o inclusive por los peores, tiene consecuencias que están a la vista. Dan las órdenes y después dicen que no la dieron, “eso fue el loco empleado que actuó”. Solo así se puede explicar que naciones con abundantes riquezas naturales, con tantas posibilidades de desarrollo, hayan sido pésimamente administradas y convivan con la pobreza. Hay que poner mucho ahínco para lograr tan malos rendimientos, en tan poco tiempo. La ineptitud es la verdadera madre de estos infinitos fracasos y de los innumerables desaciertos que pueden recordarse. Como los incompetentes no pueden gobernar con habilidad, orientan sus energías a construir ingeniosos mecanismos para saquear a los ciudadanos y quedarse con el fruto de su esfuerzo. Hay que reconocer que han demostrado una notable destreza y que han sido inmensamente eficaces para generar corrupción. Sin ellos, este presente no sería posible. Los más sobresalientes suelen ser excelentes en lo suyo, pero tal vez no sean tan inteligentes como parecen. Ellos creen estar a salvo de todo haciendo lo suyo, lo que saben, siempre en el ámbito de lo privado. Después de todo, para eso se han preparado a lo largo de sus vidas. No han percibido que no alcanza con ser exitosos. Eso no sirve, al menos no en sociedades como estas, en las que el poder lo pueden ejercer los peores. Nadie espera que los mejores ingresen masivamente a los partidos políticos. Solo sería deseable si pudieran garantizar que disponen de la fortaleza moral suficiente para no claudicar frente a las múltiples tentaciones que propone el poder. Las agrupaciones políticas pueden ser el instrumento apto para cambiar el estado de cosas y corregir el rumbo. Pero existe otra alternativa. El extra partido. Los partidos configuran una variante, la más habitual, pero no la única. Tampoco se puede pretender que individuos con un colosal talento, abandonen sus profesiones y oficios. Pero si al menos pudieran integrarse a la sociedad civil en cualquiera de las diversas oportunidades existentes, si le dedicaran solo parte de su tiempo, dinero y sacrificio a ser protagonistas en serio y comprometerse, tal vez se podría escribir el futuro de otro modo y soñar con una sociedad mejor. Lamentablemente son pocos los que lo han comprendido. No participar es oneroso. Es descomunalmente caro. Algunos ya lo entendieron y están intentando ser parte a su manera. Otros, ni siquiera eso. Siguen sin percibir el elevado costo que pagan por no participar. Que no te digan después: “yo, jamás ordenaría y mucho menos aprobaría atropellos en contra de la libertad de expresión y de información ni contra los derechos de los comunicadores”. Debemos involucrarnos. johnnysanchez1147@yahoo.com

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