Amor, misión y cristianismo

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EL AUTOR es investigador y empresario agroindustrial. Reside en Santo Domingo.

El cristiano debe comprender su misión durante su peregrinación por este mundo. Debe tener un ansia inagotable de conocer a Dios, de querer tener una experiencia personal con Él, buscarle como se busca el agua cuando estás en el desierto, y así poder discernir lo que espera el Padre de él.

Porque el cristiano es una persona común y corriente, un ser humano con defectos, virtudes, deseos, aspiraciones, alegrías, tristezas, y todas aquellas cosas que le definen. Pero además de eso, el cristiano debe ser diferente, ser igual y diferente a los demás.

¿Qué significa ser igual y diferente a los demás? Igual, en que tiene que hacer lo normal que hace un ser humano para estar vivo: trabaja, descansa, viste y calza, se divierte, sufre, llora, ríe, comparte, y una serie de actividades que son comunes a todos. Diferente, en cómo hace todas esas actividades y cuál es su motivación.

Sin entrar en juicio de valor, la motivación de un cristiano al realizar las actividades cotidianas de la vida, siempre tiene que ser agradar a Dios. Esa motivación fundamental del cristiano me trae a la mente la exhortación de Jesús: «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mateo 6:36).

En cambio, la motivación de una persona no cristiana, por lo general, tiene que ver con buscar su propio agrado, satisfacer su propia necesidad. Es decir, vuelvo y subrayo, sin hacer juicio de valor, su motivación va primero y sobre todo dirigida al Yo, después veremos.

Pero si una persona busca a Dios con sinceridad, pues un día, de pronto se encontrará con Él, y si el propósito de buscarlo era encontrarlo, es decir, conocerle y abrirse a su amor, entonces nacerá de nuevo, de agua y Espíritu nacerá, y será tocado de manera especial por la fuerza del amor de Dios que le capacita para una misión.

A muchos se le da la misión con cierta rapidez y se le muestra con mensajes y señales cual es el camino para esa misión, a esos solo les toca tomar la decisión y permitir que se haga en él según su palabra, como a María, la madre de Jesús.

A otros se les lleva por un camino de silencio y preparación por tiempo indefinido, es como si estuvieran siendo preparados para la misión, y en ese ir son sometidos a grandes pruebas y difíciles situaciones; son colocados en el horno del alfarero a altas temperaturas,  para que la vasija quede fraguada, después de haber sido moldeada por sus manos.

Otros, simplemente se quedan en la indiferencia, ponen oídos sordos al llamado del Señor y más bien, confundidos caen en la trampa de la búsqueda de la vida donde está la muerte,  y de la luz, donde está la oscuridad. Este grupo no ha sido encontrado todavía, no ha tomado el camino de vuelta a casa.

Pero si eres del primer o el segundo grupo, aunque aún no sepas con certeza cuál es tu llamado, deberás saber que el amor es tu baluarte, tu estandarte, tu luz y tu fuerza para actuar. Por eso, como dice el Padre Larrañaga, la Ley del amor inicia por dejarse amar por Dios, así, estarás capacitado para amar.

La columna vertebral del Evangelio de Jesús es el amor. En el amor, para el amor y para amar hemos venido al mundo. Amando es como podremos lograr que los hermanos que están en el tercer grupo que definimos, se animen a volver a casa, a la casa del Padre.

En ella, en vez de reproches, les espera una gran fiesta de bienvenida, una comitiva  encabezada por el Padre, que le abraza y le besa y sin dejarle hablar, ordena vestirlo de gala y colocarle el anillo que le devuelve la dignidad de hijo.

Por eso tenemos que amar aunque no sepamos cuál es nuestra misión específica, tenemos que amar, así es como podemos mostrar el rostro del Padre y reflejar su luz.

Al Padre le complace actuar a través de nosotros, hacer llegar su amor y misericordia con cada uno de nosotros, tanto para aquellos que aún no le han descubierto, como para nosotros mismos cuando caemos, necesitamos del hermano, necesitamos del cariño, la comprensión, el amor, la misericordia, incluso, la corrección siempre afectuosa y sin reproches del hermano.

Esa es la misión del cristiano: amar, y amando encontrará cual es el trabajo específico que el Padre quiere de él mientras peregrina en la tierra. Amando y orando, buscando siempre ese encuentro intimo con quien le ama, Él le repondrá las fuerzas cada día y le indicará el camino.

Esa misión del cristiano asumida de verdad, es una gran esperanza para el mundo y sus sociedades, porque a Dios se le ama con el mismo amor que Él nos ama. Dios es amor, el ama primero y te capacita para amar. Es por eso que solo después que te dejas amar  por Él, puedes cumplir su ley.

¿Cuál Ley? La respuesta es clara: La Ley del Amor, que es la Ley plenificada, pues Jesús vino a revelar al Padre tal cual es y hacer plenas todas las cosas, de modo que hizo plena  también la Ley y los profetas.

Y esa plenitud la señaló Él mismo cuando dijo en Mateo 22:37-40: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»

Por eso es la esperanza para las sociedades del mundo, porque su Ley proclama que el otro merece que le ames, al menos, en la misma medida en que te amas a ti mismo. Si el cristiano cumple esa Ley con fidelidad, de seguro formará una masa crítica de personas capaces de transformar al mundo.

Porque el Amor hace ver nuevas todas las cosas y te transforma, le da sentido a los pensamientos y vida a tus acciones. El Amor te hace sabio, tierno, fuerte, comprensivo, humilde, pacífico, amable, recto, verdadero y confiable. El Amor te lleva a la perfección en  Dios, te lleva a la Santidad.

c.aybar@nikaybp.com

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