El partido, los compañeritos y el Estado
Un estudio del Banco Mundial, otro más de tantos que desnudan la fragilidad del Estado, arroja que entre los principales escollos para el desarrollo del país está la deficiencia en los servicios públicos. Esa carencia no va sola, claro que no. Reclamar derechos conlleva “sanciones” que abarcan desde insultos hasta intento de agresiones físicas, y en múltiples y lamentables casos no solo amagos. El ciudadano enfrenta la pedantería de los que cobran de sus impuestos para atenderlo, de aquellos y aquellas (porque la inclusión debe estar en lo bueno y en lo malo, digo yo) que creen que es un favor dejar de hablar simplezas por teléfono y escucharles. De los que incómodos por abandonar el chat o parar de limarse las uñas para percibirlos a ellos, simples mortales sin más fortuna que estar vivos, sacan en venganza por tan indeseable interrupción el arsenal de obstáculos para dificultarles el propósito. Ocurre que el Estado es tomado algo así como en calidad de préstamo por el partido que gana las elecciones presidenciales. Por eso, tantos empleados estatales, por irrelevante que sea su cargo, asumen que están en el derecho de vejar. Sucede porque olvidan que son servidores públicos con todo lo que eso implica. La investigación define precaria la atención en los centros que se sostienen con el dinero del erario, que significa tesoro público y obvio si es público es del pueblo, aunque suene a utopía manida y tal vez porque suena así, aceptamos callados que nos despojen. De común, ostentar una función en el Estado depende del trabajo político realizado para que el compañero obtuviera la victoria o de la firmeza de los contactos con el que firma los nombramientos. Por eso muchos aún patalean en rechazo a la carrera administrativa. Hospitales en condiciones críticas, con médicos deshumanizados que alegan cansancio, deficiencia en la estructura física de los planteles y en la formación de los docentes, el sempiterno problema eléctrico, la escasez de agua y tantos y… claro que impiden el desarrollo y aumentan la sensación de frustración, maña fuera. Si encima de todo esto, también hay que soportar empleados públicos groseros, es titánica la labor de los gobiernos para arrimar la República al buen sendero y una proeza que lo logren. Es muy cierto que el Estado tiene grandes excepciones. Gente con vocación de servicio, que no de servirse y sobre todo, muy capaz, cuya entrega habla de su calidad humana. Pero como la yerba mala, los otros parecen multiplicarse.

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