Estrategia y triunfo electoral
Esas diez letras, estrategia, están en boga. Resuenan con aureola. Auguran éxito. Y así tiene que ser porque, por más distante que esté posesionado un candidato, una pericia singular fabrica el triunfo electoral. El concepto se ha popularizado, pero la mayoría no lo asimila, porque no comprende.
La estrategia – que definimos como la ruta o camino a seguir (cómo) para conseguir un objetivo (qué) prefijado por un individuo o una organización-, columbra como la plataforma superior, integrada y prospectiva, útil para reducir el riesgo y asegurar la certidumbre. También, busca viabilizar la aceptabilidad y la caza de la aspiración planeada.
Este vocablo emanó en Grecia, en el año 753 A.C., cuando fue empleada como “arte de dirigir las operaciones militares”. Posteriormente, en China fue usada como fuente de inteligencia en sustitución de las armas de fuego, auxiliado por el famoso libro “El arte de la guerra”, de la autoría de Sun Tzu. Dejó huellas útiles, por su tradicional manantial como cálculo y habilidad, tanto en Rusia, Japón como Estados Unidos.
Más que un punto apartado, la estrategia se encuadra en un sumario. Para formularla se precisa acogerse a un objetivo y conocer, mediante la investigación mercadológica, el comportamiento y los anhelos de los targets o electores. Compendia la misión, la meta, los planes, los programas, las acciones, la táctica, el control, el resultado y la evaluación.
En los esquemas de líderes políticos, gobernantes e integrantes de juntas directivas corporativas se plasman sin cesar, por su imperiosidad, las combinaciones más apropiadas, inspirados en la inteligencia y las teorías de los juegos. En el electoral se fundamentan en los atributos del producto o candidato, sus promesas y las alianzas.
Para diseñar, ejecutar los saberes estratégicos y cosechar éxitos se torna ineludible estar dotado de capacidad cognitiva, una visión holística, imaginación, creatividad, agudeza, retórica argumentativa y persistencia. Se acopla como un cometido para gigantes.
¿Puede un candidato, con todos los poderes en sus manos, ser derrotado? ¿Existe forma humana que lo impida?.
Una estrategia de largo alcance logró en China, en 1949, la desbandada del omnipotente Chiang Kai-shek y su Kuomintang y el triunfo de la revolución de Mao Tse-tung; desde el 2012 protestas callejeras obligaron a renunciar a gobernantes árabes –planes de corta mira-, y en el 2017 el movimiento multisectorial Marcha Verde por el fin de la impunidad desazonó a los mandantes criollos. Por tanto, una estrategia electoral superior y novedosa –tridimensional con enfoques subliminales directos y punzantes indirectos- destroza, obligatoriamente, cualquier mantilla continuista.

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