Giovanni, ¡demiurgo en expansión!
Las actrices actúan y des actúan, se devoran a sí mismas, en algún momento parecen danzar en un círculo tozudo, pero pernoctan en su obstinada oscuridad, y es cuando las hermanas vengadoras, salidas del agujero negro fantasmagórico del escribiente del libreto, conducen el tormentoso final de la obra, donde todo bulle y detona, arrastrando al auditorio, a un encendido y voraz reconocimiento de calidad y valor de nuestro dramaturgo, Giovanni Cruz.
Lo que en principio parece una temática cautiva de superficialidades y majaderías, se convierte en un drama de profunda dimensión existencial, las carcajadas y el uso excesivo en algunos de los personajes de un lenguaje insuficiente y vulgar, no tardó en volcarse en angustia, misterio, sonido ululante, que impacta en el público. Ardides y recursos de escena que contribuyen a su éxito en la evaluación final de la obra. Con las actuaciones de Zoila Luna (Violeta), Judith Rodríguez (Azucena), Karoline Becker (Margarita) y Carolina Félix (Rosa), en un recital de confesiones urticantes, algunas de ellas parecen perderse dentro del propio personaje, haciendo reiterativo el discurso, pero resisten el tiempo interno de la obra, logran engarzar su discurrir anónimo con el intenso clima fantasmal que los espectadores van identificando como cambio de terreno, en viaje tormentoso a lo desconocido.
El asunto capital de toda obra de teatro es el discurrir, la capacidad imaginativa del dramaturgo para ajustar sus deliberadas acechanzas temáticas. No hubo vacío en la obra, desde que arribaron las hermanas vengadoras, el curso de la misma tomó acomodo, en medio del humo filtrante, del suspenso que se apoderó de la sala. Y es que los fantasmas yugularon la obra en un gris telar de sonidos y luces. Todos somos un poco duendes, seremos mañana fantasmas, son parientes próximos en el ordenamiento misterioso de los fenómenos.
Los fantasmas son saltarines, retozan, brincan, ahuyentan las locuras establecidas, remozan el desquiciamiento. Giovanni es el gran titiritero, mueve los personajes como muñecos que parlan al borde del abismo de su almas, pero todo es como la vida misma indefinida, imprecisa en sus deliberaciones, tajantes en la muerte. Para Giovanni que creó esa realidad paralela, todo es tentativa y trapisonda de atrapar la energía que fluye desde el incendio a la sala hipnotizada, desde la casona museográfica del pasado a la memoria teatral. Hiere los tiempos, ese invento datado de la historia. El dramaturgo corretea con la imaginación, la hace parir en plena sala de espectadores. Yo no sé si es magia o truculencia visual, pero nos envuelve en su alegoría, trueca el quejido lastimero en campo de infinitas posibilidades, juega en campo prohibido, y nos devuelve en un abrir y cerrar de ojos un universo de almas en transición, que todo lo vuelca y lo recupera para el placer estético de la obra.

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