181 años de la Independencia dominicana
Más allá de disquisiciones sobre si llamarle separación o independencia, la verdad monda y lironda fue que en los primeros minutos del 27 de febrero de 1844, luego del histórico trabucazo del patriota Mella en la Puerta de la Misericordia y los inmediatos hechos sucedidos en la Puerta del Conde (antes llamada también Puerta Grande y luego Bastión Mella) comenzó a concretizarse un proceso de alcance nacional que desde ese momento oficializó la nacionalidad dominicana ante la faz de la tierra.
Eran momentos en que el pueblo dominicano estaba viviendo una suerte de “espíritu de la época” y que mentes pensantes de entonces bascularon para darle forma a ese particular estado emocional colectivo encaminado a lograr su libertad. Tal vez ya se conocían en el país los análisis que en el 1769 había hecho el filósofo Herder sobre el “Zeitgeist” de los alemanes.
Al cumplirse 181 años de la Independencia Nacional es más que oportuno recordar reflexiones y acciones de Juan Pablo Duarte, el dominicano que venció obstáculos y no se detuvo ante sacrificios personales y familiares para lograr la libertad que desde hacía décadas estaba latente en el pueblo.
Juan Pablo Duarte, después de cinco años de una intensa labor de reclutamiento de jóvenes deseosos de tener una patria libre, convocó en una primera fase a 8 de ellos para que fueran parte de la historia, instándolos a firmar el juramento sobre el cual transitó el proyecto de liberación nacional, a través de la Sociedad La Trinitaria.
Cada trinitario asumió la obligación de cooperar con su persona, vida y bienes para “implantar una República libre e independiente de toda dominación extranjera que se denominará República Dominicana…”
La historia documental la oral ha recogido que ese compromiso era tan completo en sus proyecciones que llevó a su propio ideólogo a decirles a sus compañeros de lucha: “no es prudente escribir plan, por ahora basta el Juramento”.
Esa entidad patriótica se fundó el 16 de julio de 1838, frente a la pequeña y vetusta iglesia Nuestra Señora del Carmen, que ese día había incrementado el peregrinaje por figurar en el santoral católico dedicado a esa santa. Fue en la casa de doña Chepita Pérez, madre del joven Juan Isidro Pérez, el fiel duartiano conocido en las páginas de nuestra historia como “el loco ilustre”.
Allí los jóvenes trinitarios juraron ofrendar sus vidas, si fuera necesario, en aras de la libertad del pueblo dominicano. Ha habido controversias a través del tiempo, pero tal y como señaló oportunamente el historiador Emiliano Tejera Penson: “…respira decisión y profundo amor cívico el juramento de los trinitarios, ideado por Duarte y firmado con sangre…todos firmaron con su sangre el juramento de morir o hacer libre la tierra de sus antepasados.” (Monumento a Duarte. Primera publicación 1894. ETP).
El proyecto redentor de Duarte y sus seguidores germinó en la población. Un fecundo historiador lo escribió así: “Los trinitarios…emprenden sin tardanza sus patrióticas faenas. Sus adeptos van aumentando día por día, y el anhelo de libertad, simiente regada por todo el país, es como un vasto y silencioso incendio que inflama el corazón de los dominicanos y que los prepara a la heroica jornada”. (La Trinitaria. Apuntes y documentos para su estudio. Clío No.86.Enero 1950.P6. Emilio Rodríguez Demorizi).
Fundadores
Nueve fueron los trinitarios fundadores, quienes representaban en ese momento histórico la dignidad del pueblo dominicano: Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Pérez, Juan Nepomuceno Ravelo, Félix Ruiz, Benito González, Jacinto de la Concha, Pedro Pina, Felipe Alfau y José María Serra.
El discernimiento de esos nueve dominicanos, al emprender tan colosal labor, estaba abonado por sus vivencias cotidianas en medio de un pueblo que desde hacía mucho tiempo ya tenía conciencia de los atributos de su propia idiosincrasia y cuyo culmen no podía ser otro que obtener su libertad. Esa motivación central fue lo que los impulsó para obligarse frente al destino de La Trinitaria a “reconstruirla, mientras exista uno, hasta cumplir el voto que hacemos de redimir la Patria del poder de los haitianos”.
Tenían de frente a la infernal maquinaria militar de los ocupantes, pero también a pocos pero poderosos dominicanos: “…que pertenecían al elemento conservador, quienes no teniendo fe en los futuros destinos del país, miraron como una locura el proyecto de Duarte y se negaron a prestarle ayuda.” (José Gabriel García. Obras completas.Vol.4P.317.Impresora Amigo del Hogar, 2016).
Cada uno de los trinitarios fundadores (como forma de protección ante los que se oponían a sus nobles propósitos, y que pronto desataron una feroz persecución en su contra) se asignó un nombre en clave. En nuestro recuento histórico sólo se conocen los de cuatro de ellos: Duarte era Arístides, como el gran estadista ateniense, llamado el Justo, protagonista de la batalla de Maratón, que en la primera guerra médica frenó la invasión del rey persa Darío I a Grecia.
Ravelo era conocido como Temístocles, recordando al hábil político y general ateniense, héroe de la histórica batalla de Salamina, calificado como un genio de la estrategia naval. Salvó a su pueblo ordenando construir doscientas embarcaciones (llamadas trirreme) para combatir los constantes asedios de sus enemigos.
Así también ha trascendido a las brumas del tiempo que Benito González quedó identificado como Leonidas, probablemente en honra al rey de Esparta que cayó defendiendo las Termópilas, en la embestida del ejército persa, en la segunda guerra médica. Alfau era de cara al público Simón, tal vez por el famoso cananeo que fue obispo de Jerusalén y cuyo destino final ha sido narrado de manera diferente en cada leyenda tejida en torno a él.
El firme compromiso de Duarte en defensa de la libertad del pueblo dominicano se resume en esta frase suya: “Nuestra Patria ha de ser libre e independiente de toda potencia extranjera o se hunde la isla”.
jpm-am