El bulevar de la 27: una ruina postmoderna
SANTO DOMINGO.- Se han cumplido 16 años de la inauguración del bulevar de la avenida 27 de Febrero, el 29 de marzo de 1999, lo que parecía para entonces un proyecto novedoso, de arte y animación públicos, con puntos de venta y servicio de esparcimiento (siete esculturas, un reloj público monumental y un mosaico), emplazadas a lo largo de sus casi 900 metros de extensión, entre las avenidas Winston Churchill y Abraham Lincoln.
A primera vista era un uso inteligente del espacio tras la construcción del túnel de la avenida 27 de Febrero. Pero algunos factores no fueron tomados en cuenta, en perjuicio de la sostenibilidad del proyecto.
La obra, diseñada por el arquitecto Danny Pérez, fue inaugurada en presencia del entonces presidente Leonel Fernández, el exalcalde de la capital Johnny Ventura, y el ingeniero Diandino Peña, exministro de Obras Públicas.
El bulevar, tuvo una etapa de oro por la novedad, sus programas de animación artística y cultural y unas inmensas pantallas led, que eran las más grandes en el país.
Se instaló una gobernación, que incluso llegó a dirigir Yaqui Núñez del Risco. Pero con el paso del tiempo se evidenció la ausencia de parqueos para la zona, la altísima contaminación auditiva y aérea por estar en el centro de seis carriles de alto tránsito, a lo que se agregó la falta de mantenimiento. El problema parece que estuvo en la concepción y en la falta de medidas para darles una solución adecuada.
El bulevar de la 27, como es popularmente conocido, es una ruina postmoderna que avergüenza la ciudad de Santo Domingo.
Un recorrido hecho a pie, tomando fotos con un celular Sansung G-5, permitió documentar que se ha transformado en una postmoderna ruina urbana, un basurero (sobre todo de botellas plásticas y cajas de cartón y otros desperdicios y zona para pernoctar de quienes no tienen un hogar).
El bulevar de la avenida 27 de Febrero constituye hoy una de las mayores afrentas al arte público. Las piezas de ocho artistas están sometidas a abandono, vandalización y deterioro por falta de mantenimiento, además de la ausencia de un sistema de seguridad que impida sigan siendo destrozadas y degradadas en su configuración.
Las esculturas presentan daños por el ambiente (algunas de ellas fueron construidas en materiales que a la larga no resistirían el embate del clima y el tiempo) y por parte de depredadores (hay una de ellas a la que le han introducido hasta pelotas viejas). Solo una, confeccionada en acero, no presenta el daño de la intemperie. Rompe el alma ver el estado de las piezas de estos formidables artistas (algunos ya fallecidos).
EL RELOJ
El creador del reloj público, en una torre creada en hierro forjado y la más alta construida en el país hasta el momento en que fue inaugurada la zona, era un orgullo capitalino, que daba la hora en punto al ritmo de la música de Juan Luis Guerra. José Ignacio Morales explica que no es persona de conflictos ni cuestiona a nadie en lo personal, pero que su obra y la de los otros artistas, necesitan y deben ser rescatadas, garantizado su mantenimiento.
Indica que en lo alto del reloj público duermen personas, que se han ido robando las placas de cobre, han roto el reloj en dos de sus cuatro caras y ni hablar de que hace años que no da la hora. “Como artista me siento lastimado y creo hablar en nombre de mis otros colegas”, afirma Morales.
Desde el año 2009, el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones traspasó el proyecto al Ayuntamiento del Distrito Nacional.
JPM