POR E. MARGARITA EVE
Con su más reciente lanzamiento, “Berghain”, la artista Rosalía ha sorprendido al mundo con una propuesta menos comercial y más introspectiva. Su voz, acompañada de coros y una atmósfera casi litúrgica, parece invocar algo más profundo que la moda o el ritmo: una búsqueda del alma. En una época dominada por la inmediatez y el ruido, esta canción se siente como un susurro de lo eterno.
Desde los orígenes del pensamiento, el ser humano ha intentado comprender el bien. Los filósofos griegos lo llamaron areté, que significa virtud y lo entendieron como armonía interior. Los estoicos, la elevaron al más alto ideal moral; enseñaron que la virtud es el único bien auténtico y que el sabio debe vivir conforme a la razón y la naturaleza, aceptando con serenidad lo que el destino disponga.
En Oriente, el budismo y el taoísmo enseñaron la compasión y el equilibrio como caminos hacia la verdad. Pese a sus diferencias, esas corrientes coincidían en un mismo principio: el bien no es fruto del placer ni del poder, sino del dominio interior. En ese punto, la filosofía y la espiritualidad se daban la mano, revelando que el sentido de la vida no puede separarse de lo trascendente.
La fe cristiana, por su parte, identificó esa plenitud con Dios, fuente de toda moral. Los judíos lo llamaron YHWH o Jehová; los cristianos, Padre; y los musulmanes, Alá, nombre con que en lengua árabe se designa al mismo Dios único. En esencia, se trata del mismo Ser supremo, nombrado en distintas lenguas y tradiciones, aunque comprendido de manera diversa.
Para los cristianos, ese Dios se revela plenamente en Jesucristo, el Hijo de Dios y el camino hacia el Padre, tal como proclamó en el Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Para el judaísmo y el islam, Jesús es un profeta o maestro, mientras esperan aún su mesías. Sin embargo, las tres religiones coinciden en afirmar que el bien moral nace de lo divino y no del capricho humano.
Durante la Edad Media, esa intuición alcanzó su máxima expresión con la filosofía escolástica, que intentó unir razón y fe. Santo Tomás de Aquino fue su mayor exponente: afirmó que la verdad no puede contradecir a Dios, porque toda razón proviene de Él. Para los escolásticos, pensar bien era una forma de orar y, comprender era también amar la verdad.
La Escolástica se convirtió así en el gran puente entre la filosofía antigua y la teología cristiana. Pero con el Renacimiento, el hombre desplazó a Dios del centro y colocó allí su propio intelecto. Nació la ciencia moderna y floreció el arte, pero el alma perdió su horizonte. La libertad, sin trascendencia, se transformó en vacío y, el conocimiento se multiplicó sin responder al porqué de la existencia.
Esa ruptura dejó una herida profunda. La razón se volvió cálculo y la fe, superstición. La ética, separada del espíritu, se tornó frágil, dependiente del interés o la emoción. Hoy, en medio de la saturación tecnológica y del ruido constante, el ser humano moderno se enfrenta al mismo dilema: ¿puede vivir plenamente sin una mirada interior?
El arte, una vez más, viene a recordarnos lo invisible. Rosalía, sin proclamar religión alguna, expresa con “Berghain” una intuición espiritual que trasciende la estética. Su voz coral y su búsqueda de pureza revelan una nostalgia de lo sagrado, una sed de sentido que se resiste a desaparecer incluso entre pantallas y algoritmos.
Los jóvenes que la escuchan tal vez no identifiquen la raíz de esa emoción, pero la sienten. En medio del vértigo digital, su música los invita a detenerse, a respirar, a mirar hacia dentro. Y ese gesto, tan simple, se convierte en un acto ético: recuperar el silencio donde habita la conciencia.
Como cristiana que ha estudiado la filosofía, veo en ese fenómeno una reconciliación silenciosa entre fe y razón. Las antiguas enseñanzas, la Escolástica y el arte actual comparten una certeza: sin alma, la libertad se desorienta. La modernidad puede crear, medir y conquistar, pero si olvida lo espiritual, pierde su sentido más profundo.
Quizá por eso “Berghain” resuena más allá de su sonido. En su resonancia hay algo de oración, de reflexión, de búsqueda interior. Rosalía, desde su sensibilidad española y contemporánea, pone en evidencia el deseo universal de volver al centro, allí donde la razón y la fe, como en la filosofía antigua y en Dios mismo, se reconocen finalmente como un solo camino.
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