Lope Balaguer le cantó al amor y al alma

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EL AUTOR es abogado.

Mi vida ha transcurrido al lado de los boleros, de ese género musical que muchos consideran pasado de moda, cursi y anacrónico, pero que todos, jóvenes y viejos, hemos cantado, porque todos nos hemos puesto sentimentales alguna vez y otras porque añoramos tiempos pasados, como dice Jorge Villamil. Decía Antonio Machado: «Es increíble escuchar una canción ya vieja, que nos hará vivir los años que se alejan». 

Pocos habrán oído el hermoso canto del canario posado sobre la cresta de su voz dulce y melodiosa. Cuando esta ave canta las flores marchitas se entusiasman y rebrota más perfumadas y más bellas que antes; todo el entorno parece enamorarse del gorjeo de esta ave cantora, divina y musical. Como seres humanos nos estacionamos irresolutos en el bosque oyendo cautivados la tonada del canto del canario, como también suele sucedernos con el canturreo del zorzal.

El día que dejen de cantar las aves concertistas del bosque sería igual a cuando suceda lo mismo con nuestros grandes cantantes terrenales: se evaporaría el amor y se afligirá la frondosidad de la espesura, de manera tal que los piropos, que sería decir las flores, dejarán de ilusionar los corazones y el alma perdería su preciosa espiritualidad.

De qué manera Santiago de los Caballeros, bosque espiritual de muchos, origen y patria chica de hombres y mujeres sublimes, porque en vida fueron estrellas rutilantes del firmamento artístico en diferentes géneros, está quedándose sin el éter azul que le sirve de techumbre a sus esencias. Partieron de este universo Piro Valerio, Rafael Colón (La espiga de ébano), Juan Francisco García (Pancho), Ñico Lora, Tony Curiel, Arcadio Franco (Pipí), Julio Alberto Hernández, Rafelito Martínez y ahora el Cantantazo, José Manuel López Balaguer.

Y, a pesar de tantas adversidades y de tantas esperanzas mustias en otros campos, el santiagués sigue siendo amorosamente puro y dulce en los recuerdos, sobre todo de sus artistas, hijos memorables, quienes en su exquisito discurrir por la vida fueron aves cantoras y músicos para las almas, voz en versos celestiales y símbolos inigualables de su noble vientre obsequioso.

Sin embargo, la aflicción no puede ser verbo que abate nuestras lozanía, sino «pájaro ciego que cante, porque eres mi sombría rosa amada, y cuando estas anegado de tristeza mi corazón renueva sus canciones», como escribiera el poeta español Juan Gil Albert. Lope Balaguer, aún eternamente dormido, viaja escoltado por ángeles celestes sobre nubes blancas hacia otros cielos y será recordado por lo que fue: como artista del canto enriquecido, enriquecido de amor y de signos.

Su hermosísima canción Arenas del desierto, letra de otro renombrado cantante santiagués, Rafael Colón, nos hablará siempre al oído de sus sueños y de sus penas, como gratos susurros que enternecen corazones y nos envuelven de evocación perenne. Veamos unas estrofas de esta canción representativa:

«Hace tiempo que te hablo/de mis sueños y mis penas/y tus ojos no reflejan/el amor que tanto anhelo/Y mi vida va pasando/cual arenas del desierto/donde el sol sólo acompaña/sus delirios soberanos del mal/Las tristezas del desierto/van penetrando en mi alma/y mis ojos se han quedado sin luz/llorando sin fin, tu amargo desdén/Pero el cielo ha comprendido que por ti yo estoy sufriendo/y todo será más bello/cuando llegue tu querer/».

Quién de mis lectores no habrá sentido estremecer de sentimiento y de pasión de fuego su corazón enamorado de alguna pareja distante cuando el romanticismo no había sido penetrado aún por la postmodernidad; quién no habrá llorado, con su cabeza atormentada sobre una vellonera, al ritmo de la canción Algo contigo. No es para causar recuerdos tristes en mis lectores que me propongo reproducir algún fragmento de esta bella melodía:

«Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo/es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo/ya no puedo acercarme a tu boca sin deseártela de una manera loca/ necesito controlar tu vida, saber quién te besa y quién te abriga/ya no puedo continuar espiando, día y noche tu llegar adivinando/ya no se con que inocente excusa pasar por tu casa/ya me quedan tan pocos caminos y aunque pueda parecerte un desatino/no quisiera yo morirme sin tener algo contigo/Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo/es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo».

Lope Balaguer siempre regresaba a Santiago a tener un reencuentro con sus raíces; esta vez el Cantantazo ha hecho un viaje inmortal entre lirios y crisantemos; recordemos que el lirio fue la flor que la Virgen María sostuvo en sus manos como símbolo de pureza de pensamiento y el crisantemo fue la flor predilecta en los sepulcros de emperadores de la canción romántica universal.

El Cantantazo no fue nunca un ser humano orgulloso, ni vanidoso, ni petulante, porque, como todos los nacidos en el mes de agosto, su flor debió ser el gladiolo que simboliza fuerza e integridad moral. Su grandeza artística y el haber sido sobrino de un expresidente como Joaquín Balaguer pudieron haberlo empujado al engreimiento y no lo fue nunca. Empero, como baladista triunfador, recibió muchas flores de gladiolo, similar a lo que sucedía en Roma con los gladiadores que triunfaban en combates.

No era posible presentir desde este solar que la partida de Lope Balaguer, ciudadano del canto y del amor, dejaría a Santiago de manera tan febril. Su voz de oro, perfumada con el olor de la gardenia, flor que se asocia a la figura del bon vivant, no dejará de silbar su melodía cargada de requiebros apasionados. Se parece tanto la flor de la gardenia a la manera de vestir del Cantantazo, siempre elegante y apuesto, que considero placentero traer aquí aquella emblemática y magnifica canción El viejo frac, del fenecido cantante italiano Domenico Madugno. Veamos: 

« (…) Tiene un cilindro por sombrero/dos diamantes por gemelos/un botón de cristal/la gardenia en el ojal y sobre el cándido chaleco/una pajarita, una pajarita de seda azul (…)».

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