Es tiempo de cambiar

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EL AUTOR: es dirigente político y educador.  Reside en Florida

No es lo que se dice o se promete, es lo que se hace. Resulta que cada cuatro años nos vienen con las mismas promesas y los mismos discursos; “vamos a transformar el país.” “Vamos a continuar las obras del compañero presidente.” “Somos el candidato de la mayoría,” y así sucesivamente, pero en realidad esas son promesas que no tienen ningún impacto en la calidad de vida de la amplia mayoría de la población dominicana. Con ese discurso, tenemos más de 50 años con las mismas promesas, multiplicándose por el contrario la pobreza y la carencia de servicios esenciales en la población dominicana.

Los servicios públicos básicos, como educación, salud, electricidad, agua potable, seguridad, vivienda y transporte, se han debilitado sustancialmente, así como el incremento de la corrupción, la impunidad, el crimen y la delincuencia. Más de un 40 % de la población vive en la pobreza y la pobreza extrema; más de dos millones de jóvenes carecen de oportunidad de estudio o de empleo; de forma irresponsable han endeudado el país; han llevado a la quiebra a millares de productores aumentando el desempleo, el empleo informal y la marginalidad; han entregado nuestros recursos naturales; han permitido la depredación del medio ambiente; está en auge la inseguridad pública y el narcotráfico; la frontera ha sido dejada al contrabando, trasiego de drogas y comercio de personas, alimentando un caos migratorio.

Pero lo que más indignación causa de los gobiernos del PLD es el daño moral producido por los altos niveles de corrupción, el irrespeto generalizado a la ley y al Estado de derecho, el secuestro de los poderes públicos y de las altas cortes, y por la impunidad que les han asegurado a los suyos, enriquecidos ilícitamente.

Consecuentemente, se presenta la disyuntiva de seguir repitiendo el modelo político o definitivamente transformar el estado y realizar los cambios políticos, económicos y sociales que el país necesita.

Lo primero es lo primero, si analizamos el término revolución en su contesto tradicional, podríamos decir que sí, que se pueden hacer cambios sustanciales y elevar la calidad de vida de la población; pues el término revolución es sencillamente eso, transformar lo ya establecido en algo mejor.

Ciertamente, nuestro país precisa de una revolución, una revolución justiciera, donde el estado dominicano sea un instrumento de inversión social, donde exista un régimen de consecuencia para todos aquellos ciudadanos que violen las leyes y donde los recursos del estado sean administrado con pulcritud para beneficio de la amplia mayoría y no de un grupito en particular.

Para alcanzar esos nobles objetivos, se hace necesario derrotar el actual modelo económico excluyente y reproductor de la miseria implementado por el PLD. Es verdad que nosotros no podemos pensar en crear un hombre nuevo en nuestra Patria, pero es posible forjar una nueva generación de líderes con un concepto claro de honestidad y responsabilidad cuando se ocupan posiciones públicas. Un liderazgo con una nueva visión y manera de administrar los bienes del estado que en última instancia son los bienes del pueblo.

Lo que existe ahora ya no nos sirve para el futuro; es la misma receta de hace más de cien años. Debemos de una vez y por toda hacer conciencia que el estado no puede seguir siendo un instrumento de enriquecimiento y de impunidad propiedad única y exclusiva del partido de gobierno. Hay que buscar otras alternativas, otras ideas y otros principios. Solo así podemos resolver los grandes problemas y crear un país mejor para todos y no para un grupito. El país que todos queremos.

Las reformas constitucionales y el desmantelamiento del modelo de gobierno peledeista, solo lo lograremos con la toma del poder.

Hay que crear una confluencia de fuerzas políticas incorruptible que haga temblar las entrañas misma de la madre patria, hasta derrotar a esta mafia en el poder y comenzar a trillar el camino de la transformación política y social. unamonos los buenos contra los corruptos y la delincuencia política en el poder.

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