El General Pedro Santana y la Independencia

En un párrafo de sus Notas Autobiográficas, el General Gregorio Luperón nos dice del General Santana, lo siguiente: “Gobernó cuatro veces constitucionalmente la  nación; la salvó de las invasiones haitianas con gran dignidad, pujanza y valor. Fundó el Ejército y la Marina, la probidad en la Hacienda Pública, la equidad en la justicia, el respeto a las leyes y a las propiedades; infundió verdadera moralidad y honradez a las masas y fue el mandatario de más prestigio y popularidad que se ha conocido en la República.”.

        La Independencia Nacional, fue primero proclamada en El Seibo el 25 de febrero de 1844 y no el 27 de dicho mes, como interesada o erróneamente se nos ha querido hacer creer. Porque, ¿cómo se explica que los hermanos Santana hayan llegado con su caballería a la ciudad capital el 28 en la mañana?.

        En estos dos acontecimientos están de acuerdo los historiógrafos Rafael Abréu Licairac, Pedro M. Archambault, Rafael C. Senior, Vetilio Alfáu Durán, Manuel Goico Castro, Manuel Ubaldo Gómez, Emilio Rodríguez Demorizi, Francisco Elpidio Beras y Juchereau de St. Denys, éste último Cónsul de Francia para la época, entre otros. José Gabriel García y Bernardo Pichardo no mencionan lo ocurrido el día 25 pero sí afirman que la caballería seibana entró a la ciudad de Santo Domingo el día 28 en la madrugada.

 Amable lector, no es posible imaginar que si la Independencia fue declarada la noche del 27 de febrero en Santo Domingo, como los textos oficiales de historia hasta ahora atestiguan, ya Santana el 28 en la mañana estuviese aquí procedente de El Seibo, estando el país ocupado por los haitianos. Cuando eso ocurrió no había aviones, ni ferrocarriles ni automóviles, y tampoco los dos mil hombres de Santana se desplazaron como si fueran centauros o héroes mitológicos.

Los gemelos Pedro y Ramón Santana proclamaron a El Seibo, como ya dije, el día 25 y, en su cabalgata hacia Santo Domingo pronunciaron también a Higüey y Los Llanos, llegando a la Puerta del Conde al amanecer del 28 de febrero.

En su Alborada de El Seibo, nos narra don Vetilio Alfáu Durán, lo siguiente: “El día 25 de febrero de 1844, en la noche, la gente de la Candelaria, de Magarin, de Isabelita, de San Francisco y de la Higuera, bajo el mando de Pedro Santana, penetra en la población por el lado del cementerio y por el río Asomante. Los haitianos se llenan de pavor y los muertos ruedan sobre las calles erizas de guijarrosla voz potente de Ramón Santana, movido de compasión, grita a todo pulmón: “No maten más” … Este combate fue el verdadero “bautismo de sangre de la República”, agrega Alfau Durán.

Otro dato a considerar, amable lector, es lo ocurrido cuando se dió la voz de alarma en la ciudad de que 30 mil soldados haitianos al mando de Hérard venían a sofocar nuestra incipiente Independencia. La Junta Central Gubernativa, el día 9 de marzo, fue convocada de urgencia para conocer de dicha invasión y tomar los preparativos correspondientes para la defensa del territorio nacional.

PEDRO SANTANA.

Estuvieron en dicha reunión los elocuentes patricios de las Puertas de la Misericordia y el Conde, de la noche del 27 de febrero, los fenomenales patriotas y teóricos de entonces; muchos de ellos habían firmado con su sangre el proteger hasta la muerte a la naciente República.

Así las cosas, el ambiente muy tenso en ese episodio crucial, quizás el de mayor relevancia para la Historia Patria. Gran cantidad de dominicanos desesperados, avituallando las barcazas y otras naves marinas en los puertos cercanos a la ciudad para emigrar a las islas próximas y otros territorios, mientras se llevaba a realización esta importantísima reunión.

Después de describirles a los presentes la situación o estado de cosas existentes en el país, pregunta el presidente de la Junta Gubernativa don Tomás Bobadilla y Briones, que “¿Cuál de los presentes se ofrece para comandar las tropas dominicanas y tratar de repeler la invasión?”. Todos los asistentes enmudecieron. Bobadilla repite la misma pregunta. Y recibe la misma respuesta. Entonces, desde el fondo de la sala se escuchó la potente voz, heroica y resuelta, de Pedro Santana, cuando dijo: “Si no hay quién vaya yo voy, mi ejército me acompaña.”

        Había que poseer mucho arrojo y considerable fibra patriótica para oponer a un ejército de 30 mil hombres otro cercano a los 3 mil y, teniendo el haitiano las armas más modernas de entonces, las del ejército napoleónico que quedaron en Haití cuando la desocupación francesa; además de las aún más modernas armas inglesas que obtuvo Boyer con el dinero que le “sacaliñó” Haití a Venezuela por la ayuda de Petión a Bolívar, en 1816.

 

Permítanme finalizar este esfuerzo con la siguiente cita de don Emilio Rodríguez Demorizi:

 

“Conozcamos a Santana, no para amarle,

como a Duarte, sino para comprenderle y

admirarle. Porque ciertamente él no fue

amado, como Duarte, por los hombres de

su tiempo, sino respetado, seguido y admi-

rado. No inspiró amor; inspiró fe y la fe

en él significó la victoria contra los domi-

nadores. La tradición seguirá diciendo:

Duarte, Sánchez y Mella y seguiremos escu-

chando fervorosamente esos mágicos nom-

bres. Pero la crítica histórica, poniendo de

un lado el pensamiento y del otro la acción extremos de toda grande empresa, reducirá

esa gloriosa trilogía a este simple binomio:

Duarte y Santana”.

 JPM

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