Asesinato de mujeres
Aumentar la persecución, endurecer las penas que imponen los jueces y reducir el espacio de seudo tolerancia que existía, no ha servido para disminuir el número de mujeres asesinadas por sus parejas pasadas, activas o futuras. La condena pública, los titulares de primera plana, las declaraciones altisonantes, los discursos radicales ni las invocaciones de piedad han mitigado la ola criminal. El afán por proteger a las mujeres, que es en si mismo una finalidad válida, ha creado un clima en medio del cual es casi imposible para un juez fallar en contra de una demanda incoada por una mujer inclusive si dicha demanda carece de méritos. Pero además, no se entiende que los “feminicidios” como han dado en llamarle, no son una crisis social o familiar aparte y separada sino parte de la misma tragedia nacional, del desorden imperante y la impunidad reinante. Por lo tanto, ninguna solución puede forjarse al margen de este entendimiento ni incorporando el contexto a las soluciones propuestas. Esta, la dominicana, es una sociedad extremadamente erotizada como corresponde a una sociedad en estado avanzado de decadencia y descomposición. Aquí, se ha importado, asumido y consagrado una nueva cultura sexual en la que la muchas parejas tienen sexo, pero no hacen el amor y como señalé hace un tiempo; la diferencia no es semántica. Para los problemas del diario vivir dominicano te pedirán paciencia si te enojas ante una injusticia, te aconsejarán cogerlo suave cuando combates un absurdo y reclamas un derecho, te bendecirán con una dosis de resignación porque aquí no cambia nada y no vale la pena “coger lucha” y celebrarán cualquier chiste, aunque sea malo, si es de contenido erótico. Ahora bien, “ese cogerlo suave”, “sin lucha”, “sin sofocones”, ese “todo a su tiempo”, “cuando se pueda”, que “tu sabes como es” paraliza la sociedad política pero no funciona con las propuestas eróticas, porque, en este terreno, no se pierde tiempo. La sexualidad se vive como si el mundo se fuera a acabar mañana lo cual también es sintomático de decadencia y colapso. Hace años, vengo diciendo que, en esta sociedad, las mujeres se habían modernizado y soltado las amarras a mayor velocidad que los hombres tanto en la conducta como en las actitudes. No me refería al vestuario y los modales aunque los incluye; ni a la libertad, o falta de ella, para tener relaciones sexuales ni tampoco a la frecuencia de estas relaciones, ni a los cambios de parejas ni a las relaciones simultáneas de una mujer con varios hombres ni uno de estos con varias mujeres ni tampoco a los casos de parejas únicas o múltiples entre personas del mismo sexo. La modernización aquí tiene otro significado e implicación en el cual también están contenidas todas las posibilidades recién enumeradas. Al adquirir independencia económica y al mimetizar la cultura importada que la reivindica, las mujeres, legitimadas, han procedido a vivir esos derechos a plenitud y con prisa. Los hombres, se han percatado del cambio pero sin asumir sus consecuencias. En materia de libertad sexual sucede exactamente lo mismo que con el reclamo empresarial de libre competencia. Los empresarios quieren libre competencia en todas las ramas de la economía menos en las que cada uno de ellos opera. Ambas son mentira. Los hombres quieren, aceptan y/o esperan una conducta sexual moderna, a su gusto de cualquier mujer siempre que no sea su esposa, su hermana ni su hija. Los dominicanos no estaban ni están mental ni culturalmente preparados para la liberalización que protagonizan sus propias mujeres. Pero tampoco las mujeres estaban ni están preparadas para el ejercicio de esa liberalización. Entonces, los dos se mienten con descaro y todos los demás aplauden o protestan. Al final nadie ha entendido nada. Las mujeres confunden derechos, libertades y proclamas con realidades sociales. Los hombres entienden que determinado atuendo, discurso corporal, lenguaje y actitudes son explícitamente eróticos. Se sienten provocados y cuando a alguien se le ocurre decirlo lo tratan de troglodita. Pero es en verdad una provocación y es además insensata porque la mujer tiene conciencia de su derecho a vestir o lucir como le de la gana pero eso no significa que carezca de riesgos hacerlo si la otra parte ante la cual o para la cual lo hace no ha alcanzado todavía ese grado de aceptación, de pérdida de control y de prerrogativas. Sin embargo, no es el atuendo, ni el lenguaje corporal lo que dispara el asesinato de mujeres sino la conducta. Mujeres que han asumido, en la práctica una vida y conducta sexual a la que tienen derecho pero sin percatarse de que, la vigencia práctica de ese derecho debe guardar relación con la velocidad a la cual el resto del cuerpo social lo admite y asimila. Algunas dirán que no tienen que esperar por nadie y que los hombres ya bastante tiempo han tenido para adaptarse, lo cual es cierto. Bueno, pues, que lo digan pero a su propio riesgo como demuestran los hechos. La prensa habla de hombres que abusan de mujeres, naturalmente lo mas frecuente, pero nunca se habla de las mujeres que abusan de los hombres. Algunas negando derechos de visita a los padres o dificultando e incidentando el trámite, pidiendo ordenes de alejamiento infundadas o dictando sentencias de pensión, reparación y otras abiertamente injustas. Por ejemplo, en este país cualquiera con dos pesos compra un equipo de música poderoso. Lo usa en su auto, su casa o su negocio porque lo tiene, es suyo, lo compró y cree que eso le da derecho a usarlo en sus términos y sin reparo por los derechos de los demás. En muchas mujeres, la certeza de una sentencia favorable ha sido una tentación demasiado fuerte y muchas mujeres sucumben a ella. El caso es que nadie ni nada ha logrado salvar a esas mujeres asesinadas de la suerte que corrieron. Los fiscales, jueces y sentencias duras no van a detener los asesinatos de mujeres si no se cambia la visión y el discurso y se modifica la presunción de que cada demanda es legítima. No se trata de mitigar las penas de culpables ni facilitar su impunidad. Pero, salga a preguntar cuantos jueces se sienten animados a fallar en contra de una mujer incluso en el caso de que no tuviera méritos su demanda. El número de asesinatos tiende a aumentar precisamente como producto de la certeza de que una sentencia va a ser favorable a la mujer que demanda, con razón o sin ella. Pero nadie quiere decirlo porque, aunque cierto, sin embargo, no es de buen gusto ni políticamente correcto plantearlo en este momento. Muchas personas tienen idea de por qué las campañas para prevenir o castigar el asesinato de mujeres no han funcionado. Como ya sucede con otros temas polémicos, muchos prefieren no opinar en público. Tienen miedo de gente que quiere pasar por moderna y civilizada sin ser una cosa ni la otra; hay gente que solamente opina en el lenguaje y las posturas políticamente correctas, sean feministas o no, bien intencionados o solamente oportunistas.