Aída Cartagena Portalatín

Si en mi diario transitar por las páginas vigorosas de los periódicos que crean vida con los artículos de los escritores y ensayistas que frecuentamos los medios de comunicación no le dedicamos nuestras energías creadoras y nuestro tiempo a exaltar las obras literarias de aquellos intelectuales dominicanos cuyas huellas deberíamos seguir con entusiasmo y con la firme decisión de un atleta. Con esta actitud entrañable del atleta tratamos de cogerle el bastón a otro filósofo en una competición de campo y pista entre intelectuales en la que está en juego mantener la preeminencia culta del país, no se puede dejar de recordar en el trayecto asumido la figura insigne de las letras y el arte de doña Aída Cartagena Portalatín. Esta poeta mocana, quien escribió versos con el alma radiante de una diosa y narró historias con la sublime razón de alguien que no desea dejar ninguna crónica del arte que no sea contada ni escrita con el dulce motivo de quien explora universos lejanos para encauzar nuevos conceptos de arte en su Isla necesaria. Para poder descifrar la grandeza y la fuerza creadora de la que dio muestra Aída Cartagena Portalatin solo basta recoger un fragmento de su poema escrito en 1945: Del sueño al mundo, veamos: “Del sueño al mundo/con un mundo en los ojos/que me ha dado mi sueño/con párpados abiertos en las dalias que nacen/en las aguas rendidas”. Creo que este poema viene siendo una experiencia y un reflejo encantador de sus viajes de investigación por Europa, América Latina y África, pues con ellos le abrió a su país las dalias del conocimiento como símbolo eterno de gratitud a su nacimiento antillano. Aída no calló para sí los conocimientos adquiridos en litorales extranjeros, por el contrario, enseñó lo aprendido para que se asumiera, creciera y se propagara llenándose la isla de artistas con ideas renovadoras y ricas, que hicieron que la plástica dominicana remontara mares lejanos con sus expresiones, con sus inspiraciones interesantes, llenas de colorido y de pasión encendida. Para mi Aída Cartagena Portalatín habría dicho en su momento, como expresara el actor estadounidense Ben Jonson, que el conocimiento es como el fuego, que primero debe ser encendido por algún agente externo, pero que después se propaga por sí solo. A pesar de que esta artista, escritora, ensayista y poeta dominicana en su poema Una mujer está sola se nos presenta reclamante de un espacio vacío el cual quiere llenar de anhelos y de pasión; ella no está sola, vive el fuego ardiente de su estatura intelectual. Aún debajo de su lápida tiene abiertos sus brazos a la esperanza de romper el silencio ancho de la espera de un pueblo que resucita su figura en cada artista que pinta de azul el cielo de la patria, en cada poeta cuyos versos gotean, de noche como de día, el sueños de llegar a ser como fue ella “mujer de corazón abierto”. Veamos la sensible hermosura del siguiente fragmento del poema Una mujer está sola: “Una mujer está sola/sola con su estatura/con los ojos abiertos/con los brazos abiertos/con el corazón abierto/como un silencio ancho/espera en la desesperada y desesperante noche/sin perder la esperanza./Piensa que está en el bajel almirante/con la luz mas triste de la creación/ya izó velas y se dejó llevar por el viento del Norte/con la figura acelerada ante los ojos del amor./Una mujer está sola/sujetando con sus sueños sus sueños, los sueños le restan y todo el cielo de Antillas”. Doña Aída soñó despierta, con sus ojos abiertos, una Antillas grande de colores y de ingentes razones para vivir bajo el sol que revive hormonas y extiende vida y avienta velas con el golpeo sutil de las frescas brisas del trópico. En otro de sus grandes poemas: Víspera del sueño, doña Aída Cartagena Portalatin parece que presiente que una luz de vida se va extinguiendo lentamente envuelta en un haz de silencio triste. En medio de ese humano sentir ella escribe: “Tierra se hará silencio/risa no harán los hombres para que me hagan eterna/llanto no harán las piedras para que me hagan arena./Mi sangre se ha herido y se parece al fuego/abísmate en olvido, sueño alma tu sueño/la luz es solo sombra/es víspera del sueño./ Y yo, como aquel sueño del poeta y escritor mexicano Manuel María Flores, me toco mis ojos y percibo “que sus parpados henchidos de lágrimas sentía” Aquí, en ese fragmento hecho en la víspera de un sueño, mi rostro quedó hundido entre mis manos trémulas y el alma abatida destiló pesares; entro en un silencio en el que el escritor se siente trepidante como si todo mi ser temblara ante el presagio doloroso de un poema escrito por unas manos prodigiosas que pintaron dulcemente sobre el lienzo de la patria el dibujo de una libertad que quedó en sus sueños como una aspiración de un pueblo que todavía está por alcanzar. Se cuenta en los ámbitos frecuentados por escritores y artistas del pincel, que entre las mayores preocupaciones de doña Aída Cartagena Portalatín estuvo el ser humano y sus limitaciones en el disfrute de la libertad. Para esta artista dominicana la libertad simbolizaba la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad. Parece que doña Aída, en su estancia en París, quedó subyugada por el monumento erigido en Francia al Genio de la libertad, que está en La colonne de Julliet, en la plaza de la Bastilla, y quiso, en los sueños de libertad frustrada de su pueblo, recrear esa fantasía construida para conmemorar la Revolución de 1830. Chiqui Vicioso, escribió sobre Aída Cartagena Portalatín de la siguiente manera: “Aída brotó al mundo de las letras con el grupo de la Poesía Sorprendida, reputado como la sociedad literaria más importante en la historia del país, donde también fue la única mujer que se impuso como igual con sus primeros dos cuadernos poéticos: Víspera del sueño y Del sueño al mundo. Aída Cartagena Portalatín fue una escritora y una artista de la plástica cuya obra en ambos campos trascendió la frontera insular colocándose en niveles de una universalidad que no ha podido ser superada por otra mujer con raíces o inspiración poética. Ella fue primero emblema chapado en oro, luego fue heraldo de una cultura antillana en otros hemisferios y, finalmente, ángel en el cielo y querubín en las nubes, como aquel himno Eterno Dios y Dios del universo, cantado en la liturgia judía por los descendientes de los judíos hispano-portugueses que vivieron en la península ibérica hasta 1492. Todos los escritores, poetas, artistas del pincel, ensayistas e historiadores con origines antillanos, mujeres y hombres de letras insulares, le debemos a doña Aída Cartagena Portalatín un cáliz de inspiración poética, un sueño creador de conceptos artísticos, o un ensayo como éste que pretende colocar con orgullo su eminente figura en el sagrado pináculo del éxito.

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