Sistema político RD diseñado para que gane el que más gaste

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El autor es compositor y activista comunitario. Reside en San Cristóbal

En la República Dominicana, aspirar a un cargo electivo debería ser un ejercicio democrático, una oportunidad para que el ciudadano honesto, trabajador y comprometido con su comunidad pueda ofrecer sus capacidades al servicio del país. Sin embargo, para muchos de nosotros, aspirar se ha convertido en un acto de valentía… y a veces, de resistencia. Porque aspirar no siempre significa poder.

Quienes buscamos participar en política desde la ética, la integridad moral, los valores familiares y una trayectoria social limpia, solemos enfrentarnos a un sistema que parece diseñado para favorecer a quienes menos méritos tienen, pero más recursos acumulan. Recursos que, en muchos casos, no provienen del trabajo honrado ni del esfuerzo legítimo, sino de prácticas que la sociedad denuncia en voz baja, pero que la política premia en voz alta.

Es una realidad amarga: mientras unos recorremos los barrios de nuestro municipio pidiendo el voto con honestidad, otros reparten dinero, electrodomésticos, materiales de construcción y promesas compradas al mejor postor. Mientras uno construye credibilidad con años de servicio, otros construyen candidaturas con fondos de procedencia dudosa. Y aquí, en esta desigual competencia, nace la frase que muchos vivimos en silencio: “Aspiro, pero no puedo.”

No puedo competir con estructuras financiadas por la corrupción.

No puedo luchar contra la maquinaria que se alimenta del tráfico de influencias.

No puedo igualar el alcance de quienes con dinero ilícito compran voluntades y silencios.

Y, sin embargo, quiero. Quiero representar a mi comunidad. Quiero ser la voz de quienes están cansados de la política vieja, de la política sucia, de la política que compra honor y vende conciencia. Quiero demostrar que se puede hacer campaña sin humillar, sin comprar, sin engañar. Quiero demostrar que la decencia puede ser una bandera, no una desventaja.

El sistema dominicano no está diseñado para que el mejor gane; está diseñado para que gane el que más gaste. Y esa es una herida profunda en nuestra democracia. Porque cada vez que el dinero mal habido derrota al mérito, el país pierde. Pierden las comunidades, pierde la institucionalidad y pierde la esperanza colectiva de que algún día la ética pueda competir sin complejo frente a la corrupción.

Pero aunque hoy pueda decir: “Aspiro, pero no puedo”, también afirmo: “No puedo ahora, pero no renuncio.”

Porque los principios no se negocian, la honestidad no se subasta y el compromiso con un país mejor no se compra en campaña.

A pesar de las desigualdades, a pesar de las barreras, a pesar de la desventaja económica, seguimos aspirando. Y ese simple acto —aspirar con dignidad— ya es, en sí mismo, una forma de resistencia y un desafío al modelo que pretende excluirnos.

Algún día, la República Dominicana deberá decidir qué tipo de políticos quiere: los que compran su camino al poder, o los que, aun sin poder, caminan con dignidad hacia él.

JPM

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