OPINION: Zohran Mamdani, la grieta socialista en el corazón del imperio
Por Luis Castillo
La elección de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York es, sin duda, uno de los hechos políticos más sorprendentes de los últimos tiempos. No se trata solo de un cambio de liderazgo en la ciudad más emblemática del capitalismo global, sino de una señal de que algo profundo está ocurriendo en la conciencia política estadounidense. Que un socialista de 34 años haya conquistado la capital financiera del mundo no es un accidente, sino el resultado de un proceso colectivo de organización, coherencia y reconstrucción de la política desde abajo.
Durante décadas, la izquierda norteamericana fue considerada una minoría testimonial, más moral que práctica. Pero el ascenso de Mamdani —forjado en las filas de Democratic Socialists of America (DSA)— demuestra que la constancia militante puede transformar el mapa político incluso en el corazón del imperio. Su victoria es el fruto de un trabajo paciente: una década de construcción comunitaria en barrios, sindicatos y asambleas. Lo que comenzó como un esfuerzo de base para conectar con los problemas reales de la gente terminó convirtiéndose en una maquinaria política capaz de disputar el poder a las élites tradicionales.
La política como reconstrucción comunitaria
Mamdani no ganó por carisma personal ni por un golpe de suerte. Ganó porque su movimiento entendió algo que muchos partidos han olvidado: la política no se hace en los platós ni en las redes sociales, sino en las calles. La DSA sustituyó el clientelismo por compromiso, el marketing por pedagogía, la apatía por participación. Miles de voluntarios tocaron puertas, escucharon a sus vecinas y transformaron la desesperanza en acción.
Ese modelo —una política que nace del territorio y no de los despachos— ofrece una lección valiosa para América Latina. En muchos países, las fuerzas progresistas atraviesan una crisis de base: partidos envejecidos, liderazgos desconectados, militancia agotada. El “efecto Mamdani” demuestra que no hay atajo posible: la organización social es la única forma de recuperar legitimidad y construir poder duradero.
El colapso del centrismo y la nueva conciencia política
El triunfo de Mamdani es también el retrato del colapso del centrismo. El Partido Demócrata, atrapado entre donantes corporativos y consultores profesionales, se ha convertido en una maquinaria vacía. Sus líderes, como Andrew Cuomo o Eric Adams, representan un modelo de poder sin pueblo: pragmatismo sin propósito, autoridad sin empatía.
En ese contexto, Mamdani apostó por lo que el establishment considera una herejía: decir la verdad sin matices. En lugar de moderar su discurso, lo radicalizó. Habló de desigualdad, vivienda, racismo y Palestina con una franqueza poco habitual en la política estadounidense. Y la gente —sobre todo los jóvenes, los trabajadores y las minorías— respondió con entusiasmo.
Lo que para sus adversarios era “radicalismo”, para la ciudadanía se convirtió en coherencia. Y esa coherencia tiene un valor inmenso en una era marcada por la simulación. En América Latina, donde muchas izquierdas institucionales han cedido sus banderas por gobernabilidad, la lección es clara: el coraje político puede ser más eficaz que la tibieza.
Palestina y la ética de la verdad
El episodio más revelador de su campaña fue su posición sobre Palestina. Mientras gran parte del liderazgo demócrata guardaba silencio ante la ofensiva israelí sobre Gaza, Mamdani mantuvo una postura firme y sin ambigüedades a favor de los derechos del pueblo palestino. Muchos analistas pensaron que eso lo hundiría políticamente. Ocurrió lo contrario: se convirtió en su sello de autenticidad.
En un país donde la política exterior suele ser un terreno de hipocresía, su claridad moral atrajo a miles de votantes que vieron en él a alguien dispuesto a decir lo que otros callan. No se trataba de geopolítica, sino de ética. Y ese tipo de liderazgo —que une principios y acción— escasea también en América Latina, donde los gobiernos suelen evitar confrontar el poder global por temor a las consecuencias económicas o diplomáticas.
El desafío del poder
Ahora Mamdani enfrenta un reto mayor: gobernar Nueva York frente a los lobbies financieros, los medios corporativos y una derecha nacional envalentonada por el regreso de Donald Trump. No será fácil. La historia enseña que el sistema no tolera bien a quienes lo desafían desde dentro. Pero su victoria ya rompió un muro simbólico: el mito de que el socialismo es inviable en Estados Unidos.
Para América Latina, este hecho tiene un enorme valor inspirador. Si en la ciudad más poderosa del capitalismo mundial una plataforma socialista puede ganar, significa que los pueblos tienen más fuerza de la que se les atribuye. Mamdani no solo conquistó una alcaldía; conquistó la imaginación política de una generación cansada de la resignación.
Una lección para el sur
El fenómeno Mamdani recuerda que las victorias políticas no nacen del marketing ni de las alianzas coyunturales, sino de la organización social y la coherencia ideológica. En tiempos en que la política se reduce a encuestas y redes, él recuperó lo esencial: la relación humana, la escucha, la comunidad.
Su triunfo no es una anécdota; es una grieta en la muralla del poder financiero y mediático. Y por esa grieta se cuela una certeza que puede cambiar el curso de la historia: si un socialista pudo ganar en el corazón del imperio, quizás la utopía, por fin, ha empezado a abrirse camino.

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Eso es lo que se llama democracia, aun a los socialistas se les da una oportunidad de probar su método. Lo bello de la democracia es, que si le falla al pueblo va para fuera de nuevo, muy contrario al comunista cuyo líder no hay quien lo toque. Amigo, no se alegre prematuramente, ahora hay que ver cómo él se las va arreglar para implementar su programa, y cómo él le responda a la sociedad multicultural que compone la metrópoli.