Relato del espanto

Todos los días nos despertamos con el amargo sabor de la sangre en la garganta. Lo que parecería un exceso de la más violenta película, es en cambio, una realidad que nos golpea. Vivimos en un vilo peligroso, paranoicos. Témenos ser la siguiente víctima caída a manos de los delincuentes o de la brutalidad de una Policía que nunca como ahora se mal llamó cuerpo del orden. Día tras día, los medios de comunicación nos traen las punzantes noticias y hemos cedido en esa red, al punto tal de que si no ocurren hechos lamentables nos asombramos. Como aquella ocasión en la que la Policía informó que el país registró “un día sin violencia”, porque sus agentes no reportaron ninguna tragedia. Esta semana ha sido estremecedora de forma particular. El lunes empezó con páginas que recogían siete muertes trágicas y múltiples asaltos. El miércoles esa desazón que nos invade alcanzó el tope. Un hombre mató de once cuchilladas a su hijo de 17 días de nacido, hirió a su expareja, una adolescente de 16 años, e intentó suicidarse a puñaladas. Antes, un pastor evangélico de 84 años fue muerto a golpes en su casa por cuatro jovenes para robarle RD$16 mil. Ese mismo día un raso de la Policía mató a un muchacho de 17 años, al parecer en un uso desmedido de la fuerza, puesto que el propio agente abandonó su arma de reglamento y huyó. Mientras, gritaba “fracasé”. El jueves antes de caer la tarde, la Policía había reportado la muerte de un raso, víctima de dos hombres y otras dos muertes violentas. Hasta los pueblos más apartados del Sur, que registraban la menor tasa de delito y violencia se han transformado, como en un afán de unirse a esa modalidad espantosa de miedo. Lugares en los que nunca “pasaba nada” son ahora escenario de homicidios, asaltos, violaciones sexuales y otras repugnantes transgresiones. La Policía, parece que hastiada de tanta falta de control, avisa sus acciones con mensajes sutiles como que un delincuente al que persigue está “fuertemente” armado o le insta a entregarse para evitar derramamiento de sangre. Está claro que cuando asume esa postura todos sabemos cómo acabará el relato.

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