Nueva York se queja por el exceso de basura en la calle

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Nueva York es el paraíso de los neones. Un caleidoscopio de “color y fuego”, escribe Gilbert K. Chesterton en Lo que vi en América (1934) tras observar los carteles luminosos de Times Square en los que se vendía de todo, “de carne de cerdo a pianos”, afirma.

“Qué glorioso jardín de maravillas sería este para quien tuviera la dicha de no saber leer”, apostilla el dramaturgo británico.

La Gran Manzana es todavía mucho más que neones. Es la ciudad que no duerme y la que madruga, la de la música y los teatros, la de la creatividad y los artistas, la de la estatua de la Libertad –si sobrevive a Donald Trump– y las oportunidades, la de los soñadores, la de establecimientos abiertos las 24 horas y los siete días, la de los rascacielos en la línea del horizonte.

“Si alguien dice que no le impresiona el skyline es que es medio ciego o simplemente un mentiroso”, señala, por boca de su esposa, el poeta irlandés Brendan Behan en Mi Nueva York (1964).

Luces y sombras

Salvo en casos en que se aplique la otra medio ceguera o se pierda la mirada en las alturas, Nueva York también es la ciudad de la basura, bien visible a ras de suelo. El usar y tirar ha propiciado la cultura del desperdicio en época de urgencia ecológica.

Un amigo que anda de turismo hospedado en Manhattan suscribe otra frase de Behan: “Una ciudad es un lugar donde la probabilidad de que te muerda una oveja salvaje es mínima y diría que Nueva York es la ciudad más acogedora que conozco”.

Este enamoramiento no quita que a ese vecino del Poblenou le sorprenda la cantidad de deshechos que se acumula en las aceras. “¡Si esto pasara en Barcelona!”, exclama.

Hay cantidad y diversidad. De sofás o colchones, neveras en desuso, pañales sucios, montones de cajas de cartón a comida en abundancia, como cajas de pizza sin tocar. No ha de extrañar que las ratas salgan del submundo habitual y se prodiguen por la superficie. Les resulta más fuerte la atracción alimentaria, la gula, que el miedo al humano.

 

 

Cada día se producen unas 12.000 toneladas de basura y reciclables en esta ciudad.

El The New York Times realizó esta pasada semana la experiencia de recopilar en una página sólo una pequeña muestra de la cantidad de fotografías que los neoyorquinos cuelgan en las redes sociales. Son sus muestras de disgusto por las montañas de desperdicios en la calle. No hace falta acudir a Twitter. Basta con salir al exterior, sobre todo a la caída de la tarde, para certificar la procesión de bolsas alineadas. Y eso que, gracias a la concienciación respecto a la reutilización, los residuos han caído de las 3,2 millones de toneladas anuales en 2008 a los tres millones el pasado año.

El esfuerzo resulta insuficiente. Como los 8.000 trabajadores del servicio de recogida con los que cuenta la Gran Manzana. Esta es la mayor operación de retirada de residuos que existe en Estados Unidos, con un presupuesto anual de 1.700 millones de dólares. El director del servicio, Edward Grayson, mantiene que la ciudad tiende a ser más limpia, pero las redes sociales hacen que el problema sea más ubicuo.

“Somos víctimas –declaró al Times– de nuestro propio éxito en cuanto a limpieza. Tenemos una población informada que ha elevado su estándar en cuanto a la higiene de la calle”.

Los expertos replican que el problema radica en buena medida en el sistema de recoger la basura depositada en la acera en lugar de permitir que se deposite en contenedores más grandes.

El meollo es que las bolsas se dejan en la acera y se recogen puerta a puerta. Como señala Benjamin Miller, especialista en la materia y antiguo planificador del servicio del departamento de saneamiento de Nueva York, este modelo ya no existe en la mayor parte “del mundo civilizado”. Según Miller, Barcelona, Estocolmo, Londres y París son ejemplos de recogida neumática, tubos que permiten transportar los desperdicios a puntos de recogida. Recalca que este sistema es mucho más eficiente y evita las imágenes de dejadez que lleva consigo la pauta utilizada en esta ciudad.

En algunas zonas, como Roosevelt Island o Battery Park ya se emplean sistemas comparables a esos tubos neumáticos o bien de depósito por edificios.

Mientras, el departamento trata de reducir los amontonamientos a base de sanciones, de perseguir los vertederos ilegales o de promover el reciclaje.

Han de luchar, además, contra una expansión motivada por la llamada gentrificación, que hace que zonas industriales se vayan ocupando. Esto conlleva el incremento de basura y de exigencia. Sin olvidar una población creciente (8,4 millones) y una sobreabundancia de turismo, con un récord de 62,5 millones. La basura es el precio del éxito.

 

 

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