México en la vida de Pedro Henríquez Ureña (1 de 3)

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.

Pedro Henríquez Ureña, el gran humanista dominicano que muy joven fue considerado en su tierra natal como “primer hombre de las letras de la República”, llegó a México en el 1906. Fue una etapa fértil en su gran actividad intelectual, tal y como se comprueba por la calidad de los discípulos que tuvo allí.

Sólo tenía 22 años, pues había nacido en la ciudad de Santo Domingo el 29 de junio de 1884; pero ya poseía un bagaje de conocimientos que le permitió poner en práctica en la capital mexicana “toda la potencialidad de su espíritu y su ansiedad de cultura”.

Así fue porque atesoraba un alto perfil de sabio precoz. Todavía veinteañero ya era admirado en recintos culturales y académicos de República Dominicana, Cuba y los Estados Unidos. Luego desplegó su sapiencia por muchos otros lugares de América y Europa.

Desde que pisó tierra mexicana comenzó a distinguirse allí como gramático, lexicógrafo, filólogo, filósofo y crítico literario. Fue rodeado y aplaudido por un selecto grupo de intelectuales que reconocieron en él un ser excepcional, cuyos aportes lo colocaron en un lugar importante en el canon de la literatura mexicana.

La exquisitez de su espíritu superior ya era conocida. No fue un anónimo que llegó a Ciudad de México, aunque obviamente aún Jorge Luis Borges no lo había definido como “Maestro de América”.

En las hemerotecas de todo el continente americano hay revistas y gacetas, de la primera mitad del siglo pasado, que recogen detalles informativos sobre el protagonismo intelectual de Pedro Henríquez Ureña en altos centros educativos y culturales de México (y de otros lugares), donde impartió cátedras magistrales. No se limitó a esparcir sus saberes en claustros de público reducido. Al contrario, iba a diferentes foros populares.

Ensayos

En sus enjundiosos ensayos titulados Horas de Estudios (1910) y La enseñanza de la literatura (1913), por solo citar dos de sus obras, se comprueba la amplia divulgación cultural que hizo en México (1906-1914) para contribuir al proceso entonces en desarrollo allí sobre la modernización del lenguaje. Fue declarado hijo adoptivo de ese gran país.

Es de rigor decir también que puso en práctica en aquel lugar que lo acogió generosamente durante varios años lo que con certeza escribió de él la acuciosa historiadora dominicana Flérida de Nolasco:

“Pedro Henríquez Ureña enseñaba en su cátedra que en primer lugar, antes que la cultura, debía situarse la justicia, que es virtud que en sí contiene todas la virtudes”. (Clamor de Justicia en la Española 1502-1795. P67. Editora Amigo del Hogar, 2008. Flérida de Nolasco).

Su labor en México abarcó temas variados que traspasaban el aparentemente apacible campo de la cultura. Tuvo un involucramiento en hechos que tocaban aspectos sociales y políticos.

En el 1909 animó el avivamiento del Ateneo de la Juventud Mexicana, junto con brillantes personajes como José Vasconcelos Calderón, Alfonso Reyes Ochoa, Antonio Caso Andrade y otros.

Sus artículos en el combativo periódico de la ciudad de Veracruz El Dictamen (ahora centenario) eran vistos como una guía excelente de periodismo cultural, por el uso impecable de las palabras y la profundidad reflexiva de sus pensamientos.

Por su condición de extranjero actuaba con cautela, pues no quería ni mancharse ni tiznarse. Sin embargo, publicó muchas páginas en las que resaltó todas las expresiones sociales del pueblo mexicano que conoció en una época convulsa, con su economía de capa caída, huelgas, rebeliones y una inmisericorde represión gubernamental.

Era la época en que el denominado “porfiriato” estaba en una de sus fases de mayor violencia. Ese régimen de fuerza vivía su último tramo. Después de 30 años de desgobierno lanzaba dentelladas como una fiera herida que vislumbra su final.

Pedro Henríquez Ureña fue testigo presencial cuando aquella orgía de terror concluyó con la renuncia forzada de un octogenario Porfirio Díaz cargado de achaques y su salida por el puerto de Veracruz, a bordo del buque Ypiranga, rumbo a un exilio dorado en Francia.

jpm-am

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Juan Er e
Juan Er e
9 horas hace

pedro henriquez ureña, es una joya intelectal dominicana que qdeberíamos conocer más y mejor para nuestro ascenso en. este atollado y vergonzoso sitial de arrazo, moral, intelectual y cívico que se abate al l magisterio nacional y sus dirigentes. y técnicos...vamos camino del abismo de la desintegración. solo por falta de un estadista, maestro y patriotsa.

Juan Er e
Juan Er e
Responder a  Juan Er e
9 horas hace

excusen las faltas ortográficas en nombres con .inúsculasde mi opinión j. e.silva