Manuel de Jesús Troncoso de la Concha

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Tan solo intentar escribir su nombre la pluma se torna reverente como si fuese una palma saludando con finura la inmensidad del océano que le queda al enfrente. Si su nombre no exhala nobleza su pluma ágil y virginal reclama respeto. Es la única vez que la verbosidad y la escritura se confabulan para hacerse implacables cautivadoras de públicos, como el olor perceptible que de madrugada se desprende de las rosas perfumándolo todo. Manuel de Jesús Troncoso de la Concha tuvo la virtud del civilista que hace del trabajo su razón de ser más respetable y de la nobleza su sello más imborrable. Consejero escrupuloso y sin “lisonjas interesadas”, siempre inspirado en el bien nacional, como expresara el intelectual y político Joaquín Balaguer Ricardo en su obra Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo, página 197. De actuaciones libres, de incondicionalismos burdos que tanto caracterizan e identifican a los servidores públicos zalameros y sin talento, Troncoso de la Concha siempre tuvo el valor poco común de defender sus ideas y principios con la espada de la verdad de Richard, el personaje de aquella famosa fantasía épica del universo mágico de Ferry Goodkin llamada La espada de la verdad. Fue vicepresidente de la República de 1937-1940 y ocupó la Presidencia del 7 de marzo de 1940 al 18 de mayo de 1942, tras la muerte del presidente Jacinto B. Peynado. Era de los intelectuales y hombres públicos que no se arredran ante la presencia de un hombre que infundía temor, como fue Trujillo, por el contrario, se le vio empinado defendiendo con valor e integridad en 1944 las acusaciones derramadas por los líderes políticos en el exilio contra Estrella Ureña, según lo narrado por Balaguer en la obra precitada. Trujillo sintió siempre un respecto excepcional por la reciedumbre moral exhibida por el licenciado Troncoso de la Concha hasta el extremo que ordenó que fuera redactado un documento que contenía importantes imputaciones contra Juancito Rodríguez y Luís Felipe Mejia. Dicho documento fue leído por Joaquín Balaguer en un salón del Senado de la República. Escribe el prestigioso intelectual y político dominicano Joaquín Balaguer que “Estrella Ureña, quien a la sazón desempeñaba el cargo de juez de la Suprema Corte de Justicia, refutó severamente el documento y recomendó que no se le diera publicidad, por estimar que sus censuras serían de efecto contraproducente cuando fueran presentadas a la opinión pública extranjera”. Cuenta Balaguer en su antedicha obra que hubo personas que trataron inútilmente de tergiversar interesadamente la actitud correcta de Estrella Ureña y fue el propio Troncoso de la Concha, hombre valiente y fiel a carta cabal, quien apoyó con pasión y sin disimulo la postura del entonces juez de la Suprema Corte de Justicia. Hoy resultaría difícil ver a un funcionario paniaguado, sin luces intelectuales y sin ningún valor personal, asumir una actitud como la adoptada por don Manuel de Jesús Troncoso de la Concha frente a Trujillo y a favor de Estrella Ureña. Parece que el material del cual fue formado Troncoso de la Concha se ha agotado o está en proceso rápido de extinción en la sociedad dominicana y lo que abunda, por el contrario, en la sociedad política actual son cáscaras de palo de cambrón seco que sólo sirve para hacer leña contra las escasísimas dignidades que suelen aparecen de tiempo en tiempo en el seno de los gobiernos de la República. Empleó su pluma con la destreza de un acróbata experto, cuyo talento se puso de manifiesto en sus escritos tribunicios de la toga y en la política así como en las obras literarias que escribió. Sus condiciones de investigador y escritor meticuloso quedaron demostradas en su Anecdotario dominicano de tiempos pasados, escrita bajo el seudónimo de Juan Buscón, la cual representa una obra de comentarios acerca de la vida y las costumbres de los “personajes más importantes y sobre los tipos más folklóricos del siglo pasado”. Señala Joaquín Balaguer con mucha propiedad que “uno de los rasgos más característicos de don Pipí fueron su urbanidad puntillosa y su exquisita cortesía”. Agrega el autor de El cristo de la libertad que cuando un autor dominicano cualquiera le enviaba un libro le avisaba recibo en cartas que demostraban que había leído la obra desde la primera hasta la última página, una peculiaridad de los hombres distinguidos. Don Manuel de Jesús Troncoso de la Concha también tiene publicada una obra titulada Narraciones dominicanas (1946), donde aparecen sus más excelentes leyendas, como es “El misterio de Don Marcelino”, “La Virgen de las Mercedes” y “Los dominicanos de tiempo pasados”. Me apresuro a vaticinar, sin antes cavilar cuidadosamente, que ante la desgracia que se ha filtrado a través del accionar político de los últimos trenta años o más, que al pueblo dominicano le será difícil, con la degeneración social, política y humana alcanzada en más de tres décadas de amoralismo gubernativo y de una democracia deformada por la partidocracia, al decir del filósofo español don Gustavo Bueno Martínez, volver a ver en altas funciones de Estado a una figura con la honradez intelectual, de acrisolada pulcritud y nobleza en el ejercicio gubernamental como la profesada por Manuel de Jesús Troncoso de la Concha. Pasarán muchas generaciones para que pueda reaparecer en el país un político o servidor público que pueda calzarle la bota a este prestante ciudadano.

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