Langstón Hughes y García Lorca: cuando Harlem era Harlem

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El río Hudson expelía un olor a pez y a sensibilidad. Devoraba la noche de Broadway. Yo sentía mientras contemplaba sereno aquellas aguas mansas que los peces me veían desde el fondo encantado y leían divertidos mi alma de escritor, y yo atravesé las aguas con mis ojos y divisé en el fondo aquella pequeña imagen de oro, y yo escuché la voz humana del pez. Anduve todo el camino hacia el nightclub Small’s Paradise, en Harlem, con una sonrisa como de orate, porque no podía olvidar al pez en la entraña del río. Una tarde apacible de otoño en Harlem, a orillas del río Hudson, contemplaba alucinado, no la caída de un avión de pasajeros, sino el fluir rítmico de las aguas; por un instante alcé mi vista al cielo y observé risueñas dos rutilantes estrellas que navegaban abrazadas y presumidas montadas sobre una nube de blanco color de algodón. Cuando me retiraba sonriente desde aquella margen sembrada de flores blancas silvestres no sé por qué entrelacé estas flores del Hudson trepidante con el poema Oh, blanca flor intacta, que dice así: «Oh, blanca flor intacta/abierta y ya cerrada/trasplantada tan solo por mi sueño/». La distancia entre el río Hudson y mi cita en el nightclub Small’s Paradise con el poeta, novelista y dramaturgo afroamericano Langston Hughes se me hizo corta aún tan lejana. Era que mi alma de escritor se había humedecido con las dulces aguas de la alegría del Hudson, cuyo nombre deriva de un navegante inglés llamado Henry Hudson, quien penetró en sus aguas misteriosas en nombre de Francia y de Holanda. El nightclub Small’s Paradise, en aquella época, era propiedad de Edwin Small, descendiente del capitán Robert Small, un esclavo liberto que se hizo capitán en la armada de la Unión y más luego llegó a ser congresista de Carolina del Sur. Al llegar al lugar de mi cita con la literatura me recibe un sonriente camarero llamado Malcolm Little, quien más luego adoptó el nombre de Malcom X. El atento camarero me escolta a la mesa donde se encontraba el poeta granadino Federico García Lorca, la novelista negra Nella Larsen y Nicolás Guillen, entre otros. Después de saludar a los presentes, Langston Hughes me dice, con la seguridad y la gestualidad de un dramaturg «Siéntate, pues todavía no hemos iniciado la tertulia». «Gracias poeta», le respondo. Comencé la plática diciéndole a Langston que había leído su poema «I Wonder as I Wander» o su versión en español «Yo viajo por un mundo encantado», el cual considero que es su autobiografía. «¿Qué tal te pareció?», me pregunta sonriente. «Me parece maravilloso por su intimismo y la carga de emoción que hay en el poema. Eres tú y tu vida itinerante lo que se siente al leerlo», le contesto. Le pregunto al poeta Federico García Lorca que si al estar esta noche en el nightclub Small’s Paradise no le trae gratos recuerdos de su estadía en la Universidad de Columbia, de Nueva York. «Mira», me dijo, «cuando salí de España en 1929 para dictar una serie de conferencias en Cuba y en varias universidades de los Estados Unidos estaba pasando carencias económicas y mis padres me criticaban que no me ganara la vida, por lo que me vi obligado a escribirles lo siguiente: «Yo no quiero de ninguna manera que estéis indignados conmigo. Esto me apena. Yo no tengo culpa de muchas cosas mías. La culpa es de la vida y de las luchas, crisis y conflictos de orden moral que yo tengo». «¿Qué tu dices de eso Langston?», pregunta García Lorca como buscando algún apoyo que justificase la carta que escribiera a sus padres. «Oye esto», advirtió Hughes, «conmigo sucedió algo aún peor que lo que le pasó a Federico. Yo quería ingresar a la Universidad de Columbia y tuve que viajar a Toluca, México, donde vivía mi padre, para intentar convencerle para que me pagara los estudios, pero mi padre sentía antipatía contra su propia raza. Yo no podía entenderlo, porque yo soy afroamericano y me gustan mucho los afroamericanos». En su magnífica obra poética «Big Sea», Langston Hughes cuenta aquellos memorables momentos de dos grandes escenarios geográficos: cuando Harlem era Harlem y París era París. Cuenta que en París fue cocinero y camarero en un nightclub, mientras que en Harlem era un joven poeta en crecimiento. «En el poema «Big Sea» soy el intelectual negro que cuenta su historia de vida», expresa sin reflejo de lamento. Inmediatamente interviene en la conversación el poeta cubano Nicolás Guillen y señala: «Amigo Hughes, debo decirte que el poema «Mulato», que escribiste en 1926, me gustó mucho, pues en él tratas de manera genial y única la relación entre padres blancos y mujeres negras en el sur de los Estados Unidos». «Señores», reclama Guillén, «permítanme leerles la entrada del poema «Mulato» para que aprecien el inmenso valor poético y la gran realidad racial y humana que hay planteada aquí: Mulato, es ese tu hijo, quien dices./Yo soy tu hijo, hombre blanco!/ El niño se para cuestionante frente al padre/por el uso del cuerpo de la madre/. El padre blanco renuncia a la mezcla de sangre del hijo/. Tú eres mi hijo/cómo diablo». En las próximas veinte líneas de la obra, «Mulato» recrea la imagen del hombre blanco explorando la mujer negra. El hombre blanco pregunta dos veces: «Cuál es el cuerpo de tu madre?» Y él contesta la pregunta poéticamente, que la madre del muchacho es el cuerpo de una muñeca. Después del brutal dibujo que hace el padre blanco, el hijo blanco renuncia a su mezcla de sangre: «Ahora, tú no eres mi hermano blanco/negro, yo no soy tu hermano/Nunca/Negro, yo no soy tu hermano». Guillén, después de haber leído algunos fragmentos del poema «Mulato», de Langston Hughes, se queja que «el racismo ha confrontado a padres contra hijos y hermano contra hermano». En un momento en que Hughes iba a intervenir en la conversación, la poetisa Nella Larsen dice, levantando su mano izquierda, «Permíteme Hughes, que debo aprovechar esta gran oportunidad para felicitar a Guillén por su gran trabajo sobre la poesía negroide, sobre todo aquella obra escrita en 1931 titulada «Poemas mulatos». Yo no debo desaprovechar este momento sin declamar, en presencia de mi amigo Federico García Lorca, aunque sea un par de estrofas de ese poema de Guillén», reitera emocionada Nella. «Okay, veamos: ¡Ya yo me enteré, mulata/mulata, ya sé que dice/que yo tengo la narise/como nudo de corbata/Y fíjate bien que/no ere tan adelantá/porque tu boca é bien grande/y tu pasa, colorá/. Langston Hughes se levanta del asiento como impulsado por un spring y grita: «Señores, eso es pura poesía negroide al grado mayor», ¿verdad Lorca? ¿Qué tu dices?» «Acuérdate Hughes cuando tú, Nicolás y yo nos encontramos en Madrid en 1937, durante el II Congreso Internacional de Escritores, presidido por Juan Marinello; en ese momento tan grandioso y decisivo para la vida democrática de España tú fungías de corresponsal del periódico Boston Afro-American, para informar a la sociedad norteamericana sobre la guerra civil española. La intervención de Guillén en ese congreso fue significativa y de gran inspiración para nosotros los españoles, defensores como tú de la República. Están vivas aún en mi cerebro las palabras de Nicolás Guillen, voy a leer una parte de su memorable discurs «Es con alma de pueblo o con alma de español que el negro de Cuba está junto al pueblo de España; y es así también como comprende que el hombre humilde miliciano que hoy lucha y muere en la trinchera no es más el instrumento ciego del egoísmo, la proyección imperialista del conquistador, la máquina, en fin, para robar tierras, sino un hombre, nada más que un hombre y nada menos, que tiene los pies poderosamente afincados en el suelo y que no quiere para su porvenir, para el de todos, más que hombres sobre el mund ¡hombres sin colores, sin guerras, sin prejuicios y sin raza!» En su libro España, poemas en cuatro angustias y una esperanza, aparece un poema grandioso de Guillén, del cual voy a leer una estrofa, como hizo Nella Larsen anteriormente, para que ustedes puedan comprobar la grandeza poética de este cubano inmenso. «¡Ardiendo, España, estás!/Ardiendo con largas uñas rojas encendidas;/a balas matricidas/pecho, bronce, oponiendo/». Llueven los aplausos en aquel local que se volvió un salón de cátedras poéticas ilustres. Langston Hughes llama al joven negro camarero y le dice: «Te he visto muy atento a esta tertulia ¿Qué pudiste recoger de todo lo oído?» «Que usted es uno de los poetas y literatos afroamericanos más grande que yo he conocido en el corto tiempo que llevo en este lugar», contestó un tanto tímido. «Yo quisiera leer, continuó Malcoln, «sus escritos sobre la Guerra Civil Española». «Te voy a recomendar que leas sobre el batallón Abraham Lincoln, donde participaron voluntarios de Estados Unidos en apoyo a la II República Española». «Gracias, maestro», respondió complacido Malcolm Little. Y yo, en cambio, después de aquella reunión con personajes casi celestes de la literatura mundial, regresé al río Hudson, en aquel Harlem, para seguir presenciando sus aguas indescifrables y así ver si me encontraba con alguna ninfa venida de la cultura griega y recitarle el poema de Mario Benedetti «Sirena». Termino este trabajo con un fragmento del poema: «Tengo la convicción de que no existe/y sin embargo te oigo cada noche/te invento a veces con mi vanidad/o mi desolación o mi modorra/del infinito mar viene su asombro/lo escucho como un salmo y pese a todo/tan convencido estoy de que no existe/que te guardo en mi sueño para luego/».

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