La onceava vez de los cañeros

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Otra vez, como diez antes,
vuelven los cañeros a protestar al Palacio Nacional, a intentar jodernos la conciencia
con sus enclenques, lastimeras figuras.

Muchos vienen desde lejos a pie, a echarnos en cara
que estamos en deuda, que esta sociedad les debe, que el Estado está obligado a
darles pensiones dignas a los 7,800 exbraceros que no fueron beneficiados en el
primer plan con los cinco mil pesos al mes. Vienen además, a exigir que ese
monto sea duplicado.

En grupos de hombres curtidos por el sol y las
penurias, marchan silentes unas veces, otras levantan la voz para recordar que
están ahí y pretenden que los atareados funcionarios de la casa de gobierno
dejen sus ocupaciones para oírlos. ¡Ofrézcame, es demasiado aspirar!.

No me hagan reir, ombe.

¿Quién les dijo que podían pretender tanto?. ¿Quién
les vendió la idea de que tenían derechos que reclamar? ¿Acaso creen que con
vigilias, con esos cartelones que apenas pueden sostener, conseguirán que
los escuchen los que deben autorizar sus pensiones, que se unan a su causa?

¿Cuánto tiempo pasará para que desistan?.

Unos ya han muerto, de hambre, dicen sus
compañeros, sin obtener la anhelada pensión con la que hubiesen podido retrasar
a las moiras. ¿Cuántos quedarán de pie para cuando los ‘jefes’ les hagan caso,
después de mucha burocracia aprendida en la escuela del poder?.

Ahí están, frente a los dueños de turno del Estado.
Con la impotencia atrapada en las callosas manos esperan. Aún confían.

Siempre han estado. Desde las seis de la mañana
hasta las seis de la tarde, los machetes caían sobre el verdor de las hojas de
caña, ¡Cómo pican y cortan esas hojas al medio día!. ¡Cómo arde el sol en los
bateyes del Sur!.

De lunes a sábado, las carretas se llenaban de la
caña dulce. Ese alimento negro, salpicado de rojo sangre, del que los rudos obreros
veían extraer un azúcar que les hacía
densa la vida.

Que les recordaba para qué estaban aquí.¡A picar, vagos!- grita el capataz, media
hora después de que les ordenara comer.

Manuel, optimista picador de caña que no se da por
vencido, asume que vino a este país a tomar clerén en las fiestas dominicales
de atabales y gagáy a mover las caderas
junto a la hembra que le hacía olvidar su estrechez económica. Pero ese premio
debía ganarlo con el trabajo de 12 horas diarias, seis díasa la semana. Irónico.

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