Guillermo Moreno o el síndrome de Estocolmo

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En la década de los setenta, los secuestros pasaron de una epidemia generalizada al estudio de una curiosa relación psíquica entre víctima y victimario. Desde entonces, se establece que un secuestro crea una relación psicológica en la cual la víctima desarrolla una complicidad de fuerte vínculo afectivo con el secuestrador. Los estudiosos alegan que la ausencia de violencia, principalmente, representa un elevado acto de humanidad. Y el secuestrador, por ese acto, se convierte en personaje admirado y por qué no decirlo, en una especie de héroe que enciende notable pasión afectiva hacia el victimario. Dada estas premisas acudo a la dispareja obra El hombre de subsuelo, notable novela del escritor rusoFedor Dostoveski, en que en un algún párrafo afirma: el hombrea diferencia de una fiera salvaje, es el único animal que después de matar asu víctima da un tiro de gracia; y saciado su voraz instinto esa misma fiera jamás retorna a su víctima por algún adicional trozo. De ahí que el hombre hasta en los actos más desdeñables, no mida las consecuencias en despertar entre sus semejantes un desbordado y hasta avasallante sentimiento de mártir. Ese mismo sentimiento ya afianzado en la conciencia colectiva adquiere una complicidad semejante al síndrome de Estocolmo. No sería exagerado convenir que la política dominicana desde los cimientos mismos de la nación, está plagada hacia una exacerbada creación de victimas que luego pasan al selecto sequitos de «héroes». Por eso, nuestros adversarios acérrimos se exceden en perseguir a sus opositores: estos, a los largo de nuestra historia se han convertido en prototipos de dicho síndrome, donde el pueblo exalta a esas víctimas con deslumbre magia de mártires. Un semillero de tales víctimas ha sido levantado de sus propias ruinas, hasta aferrarse a un poder que pasa de hegemónico a notable arrogancia. Como haré notar más adelante, el doctor Guillermo Moreno, ya sea por omisión o desconocimiento de la historia; o por un notable esfuerzo judicial que en tales momentos no dispone de un confiable aparato judicial, no se ha detenido a sopesar sobre las aspas del antiquísimo molino de la corrupción y ha construido en la figura del doctor Leonel Fernández una víctima que pueblos como el nuestro terminan a la postre convirtiéndole en mártir con capacidad de ser guía espiritual del rebaño. Para llegar a lectores tan efusivos como los nuestros, es necesario darle quizás más de una golosina. Así que pertenezco a una nación que se complace en que a su paladar partidario le sean servidas un manjar de golosinas. Y es que el dominicano al mirar su sombra la confunde como una silueta de esperanza y luego se apropia de él un espectro de dudas. El dominicano, para ser más claro, siempre buscará la quinta pata del gato; sin embargo, no regatea a sus mártires su compromiso de rebaño. No tengo dudas que el doctor Moreno más que ningún otro adversario ha despertado con sus engavetadas acusaciones, la más ferviente devoción de un pueblo inclinado al éxito; un pueblo de rodillas ante esas calles que reclaman a ciegas la presencia de esos mártires postizos creado de aquel ritual de acusaciones. Y un pueblo como el nuestro termina por condenar esa persecución política que espera el lomo de una nación secuestra por el triángulo maléfico del soborno, el peculado y la impunidad. En todo esto, existe ese masoquismo que enciende nuestra confesa inclinación hacia nuestros mártires políticos. Y Leonel ya se encuentra en el santuario de ser uno de esos personajes que la historia reserva para notable castigo. Así de sencillo. Con o sin la anuncia del doctor Moreno me atribuyo elegir, al menos, dos muestras que reflejan en nuestra historia el ya mencionado fenómeno sueco, y por supuesto, sin dejar a un lado al escritor Dostoevski en lo concerniente de que si el hombre retorna a dar su tiro de gracia a su víctima, aplica allí un poder desmedido, hasta ahora no mencionad la venganza, nacida de los estragos más profundos del resentimiento. Y Leonel retorna para arreglar esos acuerdos que sin lugar a dudas pondrían a nuestra sociedad frente al más patético masoquismo mesiánico. Descarto en su totalidad el postulado del escritor ruso y asumo que si el doctor Leonel Fernández retorna al poder brillaría por notable desdén hacia sus opositores; sin embargo, no existe en ningún medio respuesta de que Fernández haya resaltado revanchismo e insultos como si el ex mandatario haría propio aquel emblemático pensamiento del escritor Oscar Wilde: nada más nocivo para el talento cuando del resentimiento nace el odio. Sin más, recurro a uno de los tantos gobiernos del presidente sureño Buenaventura Báez Méndez, considerado padre la oligarquía dominicana. Los cinco gobiernos del presiente Báez se caracterizaron todos por ser muy corruptos y por gobernar en franca defensa de su fortuna personal. En 1856 su segundo mandato se hizo famoso porque a través de su presidencia estafó a los productores de tabaco que era el producto principal de exportación del país. Creo una misión estatal para la compra del tabaco con aportes de unos 20 millones de pesos que fueron emitidos sin sustento legal. De tal manara estafó al aparto productor de tabaco y luego en 1865 retorna a la presidencia por acuerdos de su suegro el general José María Cabral. No puedo dejar en la gatera al más relevante episodio mesiánico de nuestra época: Joaquín Amparo Balaguer Ricardo, quien fue expulsado en 1961 del país con los más degradantes epítetos de la política dominicana. En 1962, al ser entrevistado en Manhattan sobre su retorno al poder, Balaguer responde con aquella frase del escritor ruso Iván Turgeniev: en política sólo los muertos carecen de futuro. El legado del presidente Báez y los maniobras del doctor Balaguer y las argucias de Leonel, bien habrían debido estar en el tintero del doctor Moreno o en su defecto refiero la película Cautiva, protagonizado por la exquisita Isabelle Huppert y dirigida por Brillante Mendoza. Pero entre la política y la anhelada miel poder, el cine a juicios del prestigioso abogado, es un juego de espejos. Como si Villa Juana fuese un fantasma al que jamás se le hubiese permitido llegar a un Palacio presidencial plagado de polillas. Por ahí anda la cosa doctor Moreno. La luz del gueto no siempre es nítida, pero tampoco se perdona bajo sol de mediodía. Como también admiramos cuando la impunidad resplandece como un rayo de esperanza. Nuestra sociedad sigue plagada de perseguidos políticos: unos por haber puesto la ley a merced de sus impunes maniobras; otro, se nos presentan como Buenaventura Báez, doctor Balaguer y, supuesto, no puede faltar Leonel Antonio Fernández Reyna, como notable fugitivo perfecto de las calles de Estocolmo.

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