Día del motociclista 

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EL AUTOR es escritor. Reside en Santo Domingo.

El motociclista es una especie de la sociedad dominicana que no ha sido rescatada con todo lo que envuelve y significa el cilindraje trágico y dramático de su marcha. Poco se ha teorizado sobre lo que para nosotros los dominicanos significa tener una motocicleta.

El motor como símbolo no ha sido rescatado en su dramatismo y significación, aunque hay millares incontables que han perdido su vida sobre las ruedas de uno de estos vehículos.  El registro oficial lo cuenta como un accidente, una inmolación, un desafuero desinhibido, libérrimo y fatal por     motivos que no logramos   desentrañar del todo.

Todo fenómeno social por marcado que se encuentre por algunas prácticas que lo definan como negativo y reprochable tiene aspectos humanos que lo hacen comprensible y restaurable. Al conductor de un motor, en su comportamiento típico, hay estudiarlo desde la conducta humana de perfiles sociales que se han construido en su propia realidad y contexto.

Al motociclista, además de su importancia como sujeto integrado a un sistema vial de tránsito no solo debemos verlo desde la concepción maniquea de si viola o no las reglas de tránsito, desde el parámetro de si conduce con prudencia o imprudencia. Hay que verlo en un escenario social más amplio y complejo en el que interviene diversos y variados actores.

Emplear toda la prudencia para reducir los niveles de antagonismos y contrariedad entre conductores de motocicletas y los conductores de otro tipo de medio de transporte terrestre es un desafío humano que nos impele a todos.  Todos debemos acercarnos con cierta reverencia y reflexión a esos humanos que viven la erótica trágica de volar sobre una máquina de dos ruedas.

El motociclista es una actitud, un comportamiento, un perfil social furtivo y temerario, pero en el fondo tiernamente humano y desgarrador.  Existe una realidad llamémosle que tiene un componente que se llama velocidad. Se trata de una experiencia poco explicada que no seduce y subyuga.  los humanos.

Es lo que se explica como fascinación, esa mezcla de desafío y miedo, de desenfado exhibicionista y afirmación espectacular visible de lo que nos creemos poder hacer para impresionar y hasta asustar a los otros.  “Yo no sé lo que a mi me pasa cuando estoy en la calle sobre mi moto”.

Hay la sensación de estar en arrebatado de un poder imbatible, de una fuerza competitiva que imponente avasalladora que en un instante deslumbra  y asombra a todos con su celaje espantoso y veloz. “Y yo lo hago desde mi moto”.  Con el mismo estupor ronda la muerte que arrebata veloz y apaga vida que debería brillar más tiempos y otros firmamentos.

Necesitamos un acercamiento a los motociclistas, un acercamiento a sus motivos e impulsos, a sus resentimientos, a sus compensaciones rabiosas, a su pesares y desengaños. Tenemos con concertar encuentro creativos y reparadores en los retorne el encanto por las normas, por el cuidado de todos, por la espera, por el sosiego, la calma y la vida misma.

¿Hemos estudiado la química que afecta entre un motociclista, especialmente cuando este viene de una barrio pobre (cuáles son los factores determinan estas relaciones máquina-hombre que pueden ser tomadas en cuenta para  que personas especialmente jóvenes, no expongan su vida de manera temeraria sobre dos ruedas, donde ante cualquier  impacto violento ellos pueden resultar ser la parte más afectada?

Las calles hay que verlas también como un escenario social, como un caleidoscopio conductual en las que convergen una diversidad de estados anímicos, de expresiones y desahogos que ameritan el  análisis  y la comprensión de los expertos y de personas  comprometidas con ofrecer soluciones humanas y satisfactorias antes estas situación  que nos afectan a todos.

El motor, artefacto que tiene una participan tan trágica en nuestra vida cotidiana, no tiene quien escriba.  Se podría decir que el motor ha saturado de manera tan brutal la vida cotidiana que ha perdido valor simbólico. La gracia y la benevolencia pública se ha devaluado hasta el fondo y la vida sobre un motor, como en los corridos mexicanos, “no vale nada”.

Pero eso es retorica y fantasía. La vida es un valor supremo e insustituible, y vale lo mismo para un motorista como para quien conduce un Tesla facturado a lo orden Elon Musk.

El motociclista funciona en alguna medida como una trinchera de rebeldía, de resentimiento, de temeridad y espanto social.  La asimetría social se hace visible en su vivencia real,  abierta y pública, descarada,        si se quiere. Vehículos que cuestan millones corren paralelos junto a motocicletas de escasos precios, pero ambos en el que en ambos medios de transporte hay una persona con el mismo valor y la misma dignidad humana.

Hay un lenguaje sobre dos ruedas que la sociedad tiene que leer e  interpretar. Hay una solidaridad motorizada que reacciona con inesperada prontitud ante cualquier amenaza, agresión o atropello a un motorista.

Que su ruido es molestoso y exasperante y solo lo disfrutan sus usuarios. Que su veloz desplazamiento solo tiene el sentido placentero del desafío para quien lo va montando en su asiento.  Pero por nada de esto el motor deja de ser una preocupación social, desvelo humano legitimo al que no podemos renunciar.

Para el motorista la vida se vuelve en su momento eufórico, evanescente y fugaz. La velocidad lo mece en su encanto arrebatador y lo aturde en su placentera escapada. Es un correr de frustraciones, es rebeldía acumulada, absurda, temeraria y aterradora.

Hemos justificado por adelantado la muerte o el trauma del motociclista. El “Darío Contreras” no es un hospital, es lugar, el taller de chatarras humanas donde los motoristas purgan, a veces de manera definitiva sus travesuras y desafueros.

El día del motorista

Al motorista solo podemos ayudarlo a ser rescatado desde el mismo asiento de su motor. Por eso propongo que celebremos el día de motorista, que recojamos su historia, que reconstruyamos su sicología social, que lo humanicemos, que lo llevemos a reflexionar sobre sí mismo.

¿Qué sería un día del motorista? ¿Qué se puede hacer ese día del motorista?:

Lanzar mensajes que promuevan su cuidado. Orar en las iglesias y predicar sermones para todos los ciudadanos observemos más y mejor las reglas tránsito. Celebrar y hacer reconocimientos en las instancias que tienen que ver con educación del conductor motocicletas. Distribuir material educativo especiales en las tiendas de motores.

Los motoristas organizados pueden programar caravanas y marchas refirmando su  compromiso social con mejores la prácticas de conducción,  recorriendo las calles, con letreros y pancartas, comprometiéndose con una mayor moderación y cuidado al conducir.

Un día en el que se llevan ofrendas florales a las tumbas de los motoristas caídos, un día en se haga mención de los reclamos de los motoconchistas por mejores condiciones de trabajo, mayor protección y apoyo oficial y cuidados. Destacar testimonios en los medios de comunicación de conductores que se han comprometido con un cambio de comportamiento en el manejo de sus motos.

Comprometer asociaciones, clubes, juntas de vecinos en educación para una mejor conducción de los motociclistas. Dar charlas en las escuelas, colegios sobre conducir con prudencia y a la defensiva en una motocicleta.  Estimular a la organización y la regularización de los motoconchistas (es una clase, es un grupo integrado a la producción y al servicio). Es un paliativo al desempleo.

Puede ser un  día que desde nuestros vehículos saludemos con afabilidad y alegría a los motociclistas y les dejemos ver el lado amigable y dulce de transitar por las calles. Que evaluemos los resultados, que recojamos testimonios de conductores de vehículos, que las autoridades colaboren, que ningún motociclista se trague la luz roja ni transite un solo metro en vía contraria. Se trata de una forma de decir que esto se puede hacer todos los días.

Un día en que las tiendas de repuestos y talleres tengan precios especiales para los motoristas. Un día en que la familia comparta espacios urbanos y disfrute las ciudades para los motoristas. Un día en el que todos hagamos pacto de esmerado cuidado y protección a los motociclistas, donde se repliquen por diversos medios normas, reglas, recomendaciones que contribuyan para mejorar la manera en que los motoristas conducen su medio.

Un día en el que se le den atenciones traumatológicas a motoristas accidentados que tienen tratamientos médicos  pendientes como cirugías, medicamentos, aparatos de asistencias motoras como sillas de ruedas, muletas, prótesis auxiliares, etc. Que visitemos en hospitales y clínicas a los accidentados y les llevemos un presente, un consejo amoroso y tierno, y una oración, una sonrisa, un abrazo.

Un día en que hagamos conciencia todos de que la vida es un don de Dios que, aunque es individual y única, tenemos que vivirla en conjunto  y tenemos que cuidarla por todos medios de manera colectiva y responsable.

Un día en que cuantifiquemos las estadísticas trágicas de accidentes y muertes y proclámenos el solemne compromiso de reducir este balance siniestro de manera significativa.

Un día en el que la reflexión que hagamos nos lleve al convencimiento que la vida nuestra está por encima de la euforia que despierta querer volar o hacer piruetas riesgosas sobre las ruedas de un motor.

La clave del día del motociclista está en que ese día se puedan levantar y actualizar estadísticas de siniestralidad y compáralas con el año anterior, constatando los progresos y avances que se hayan experimentado.

Es hacer este fenómeno medible, celebrable. Buscar y establecer criterios para premiar motociclistas por su comportamiento y aporte a una mejor manera de transitar por nuestras calles y carreteras.

jpm-am

 

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CANCERBERO58
CANCERBERO58
1 mes hace

Pero no tiene más nada que hacer, proponer un dia de los asesinos en dos ruedas, es loco que esta.