Una historia fuera de lo común

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EL AUTOR es periodista y diplomático. Reside en Checoslovaquia.

Puntual en compañía del naciente 13 de noviembre, recibía entrega digital de las memorias de la exprimera dama de los Estados Unidos, Michelle Obama, libro excepcional cuya lectura he dosificado sin apuros. Lo he apurado, eso sí, como medicina contra la desesperanza y tónico de vida. O como a uno de esos caldos que se catan lentamente; en cada sorbo, nuevos matices y placeres renovados. En español: Mi historia.

Pocas semanas después, era el libro más vendido del 2018, con más de dos millones de copias. Antes de acabar el año, ya se le leía en 33 idiomas. Cumplido el primer trimestre de este 2019, me entero por el Financial Times de que las ventas suman ya 10 millones de ejemplares y de que el presidente de Bertelsmann, la compañía alemana propietaria de la editora, asegura que ninguna otra autobiografía ha montado cifras tan prodigiosas de venta en un mundo cada vez más reacio a la lectura de libros. Las redes sociales reemplazan al ágora y trafican con noticias falsas y cotilleos, pero pueden también correr la buena voz de que Becoming, el título original en inglés, es un verdadero chollo.

“Soy una persona común que acabó embarcada en un viaje fuera de lo común. Comparto mi historia con la esperanza de allanar el terreno para otras historias y otras voces, de ampliar las posibilidades y los motivos para que otros lleguen hasta allí también”. Es una gran historia, apasionante, ejemplar, inspiradora. En un barrio paupérrimo del sur de Chicago, en un apartamento que se recorría en dos trancos, creció esa joven afroamericana que llegaría a la Casa Blanca de manos del primer presidente norteamericano de color. Cierto, y es parte central del relato, luego de poner todos los huevos en la canasta de la educación y de la búsqueda de la excelencia contra todo pronóstico. “¿Nos conformamos con el mundo tal como es, o trabajamos para que sea como debería ser?”

La inconformidad con un entorno que la arrastraba a una cotidianidad de fracasos y desesperanza aprendida —la trampa que tradicionalmente ha aprisionado a la comunidad afroamericana—, fue el impulso vital. Al abrigo de una familia pobre pero bien estructurada, enlazada de cerca con ancestros que fueron esclavos, surgió la chispa inicial. El padre de Michelle LaVaughn Robinson fue un empleado municipal, de bajo nivel, sí, pero trabajador incansable que solo dejó de asistir a su puesto enfermo ya de muerte. De la nada, el matrimonio Robinson extrajo recursos para que sus dos hijos fuesen a universidades élites y corrieran carreras profesionales exitosas.

Hay más que el ejemplo o el impulso familiar. Urge el dínamo interno que provee energía cuando reina la oscuridad. Falta la savia autogenerada que alimenta la esperanza, posibilita sortear los obstáculos y sobreponerse a los fracasos, más a mano que los éxitos. La historia de Michelle Obama es una de lucha constante contra la adversidad, pero también de una voluntad indomable en el recorrido del tramo extra, de la entrega total en la caza de ambiciones válidas. Y todo sin olvidar los orígenes en la forja de una vocación social basada en la solidaridad. Extraordinario que se graduase de Princeton y Harvard, sobre todo porque, en base a talento y dedicación, traspuso las barreras implícitas en la educación pública, deficiente en extremo en las barriadas pobladas por afroamericanos y latinos indigentes.

Con fluidez y un optimismo contagioso, la señora Obama narra sus años en el lado sur de Chicago, la vida familiar, el día a día de una niña negra expuesta al prejuicio racial, los vaivenes escolares y el arribo de la pubertad. Comparte ilusiones, agravios, tumbos y momentos felices sin que aflore amargura alguna o el resentimiento sombree la nobleza de una conducta ciudadana fundamentada en principios sólidos. Rehúye del drama para mostrarse tal cual es, con debilidades a las que debió enfrentarse, a veces sin las herramientas emocionales apropiadas. Antes que traumatizarla, le despertó los ánimos más dinámicos aquella sentencia de una de sus maestras cuando buscaba alma mater al terminar la secundaria: no era material para Ivy League.

Terminados sus estudios en la Escuela de Derecho de Harvard, fue aceptada en una de las firmas de abogados más prestigiosas de Chicago, Sidley Austin, donde conoció a un pasante llamado Barack Hussein Obama II. Le asaltaba la duda de si asesora legal de grandes corporaciones se avenía con su vocación social. Pese a un salario mucho más reducido, se incorporó al departamento de servicios estudiantiles, primero, y después al de asuntos comunitarios de la Universidad de Chicago y su centro médico.

Mi historia es un discurrir inteligente sobre las minorías, la familia, la vida en comunidad, la amistad, el amor y el combate por la superación personal en ambientes hostiles. La dimensión política de los años en Washington ocupa un papel secundario y apenas surgen atisbos sobre el involucramiento de la entonces primera dama en el proceso de toma de decisiones o de influencia sobre su marido. Michelle se echa a un lado de manera consciente, quizás porque, como confiesa, la política dista de ser su fuerte. O porque carece de sentido adelantarse a las memorias en camino de Barack Obama, sin olvidar que ambas autobiografías forman parte de un solo contrato estipulado en un total de 65 millones de dólares.

La humildad sincera que acentúa el relato se combina con reflexiones profundas acerca del sentido de la vida, con énfasis particular en la familia. Sasha y Malia constituyen uno de los ejes centrales de las memorias alrededor del cual gira toda una propuesta de cuidado maternal, dedicación hogareña y construcción de una familia fuerte, atenta a normas sociales duraderas. Queda la impresión de que tanto como un homenaje a sus hijas, de las cuales se siente altamente orgullosa, el relato es simultáneamente una petición de perdón por el tiempo robado a la familia durante los tantos meses de trabajo político, campañas electorales y actividades propias de la presidencia más poderosa del mundo.

En Mi historia brillan por su ausencia las respuestas mordaces a las tantas críticas recibidas por los Obama, muchas de corte racista inaceptable. Tampoco hay chismorreo alguno o detalles indiscretos sobre las muchas personalidades y celebridades con que se ha tropezado el matrimonio. Solo la reina Isabel II, Hillary Clinton y Laura Busch aparecen con rasgos definidos y alguna atención, sobre todo la monarca británica que tanto impresionó a la pareja presidencial y a quien Michelle considera una amiga.

La calidad del feminismo de la exprimera dama es impresionante, tanto por su sintonía con la realidad como por su ruptura con los clisés. Se decanta por una defensa sostenida por la igualdad de género, protección a la mujer desvalida, mejores salvaguardas para la maternidad y correcciones legales que impidan la discriminación. Sin embargo, el énfasis mayor es en abrir caminos para el acceso de la mujer a la educación, paso esencial para ingresar con mejor pie al mercado laboral y triunfar. El suyo es un ejemplo poderoso, la muestra ideal de cómo una mujer se impone en medio de las contrariedades que genera el machismo y, en su caso, el color subido de piel en un país donde el racismo está negado a desaparecer.

“Hay cosas que nos hacen poderosos: darnos a conocer, hacernos oír, ser dueños de nuestro relato personal y único, expresarnos con nuestra auténtica voz. Y hay algo que nos confiere dignidad: estar dispuestos a conocer y escuchar a los demás. Para mí, así es como forjamos nuestra historia”.

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