Un golpe confuso o por confusión: el encuentro con el poeta:

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

Sentí un duro golpe en un lado de la cara. Era una mañana de domingo y dormía plácidamente. El otro  golpe se repitió segundos después. Abrí los ojos y vi el puño  de mi hermano Vinicio que apuntaba nuevamente a mi rostro para otro golpetazo.

No atinaba a ni siquiera entender qué ocurría. Grité fuertemente y eso llamó la atención de mi padre que tomaba sosegadamente el café matutino en una mecedora en el patio de la casa. Eloy entró bruscamente al dormitorio y aguantó la mano de mi hermano para que no me siguiera pegando.

-¿Qué está pasando aquí? Vinicio ¿qué ocurre?-preguntó repetidamente.

Un rato de silencio cubrió el ambiente. Mi padre observaba a Vinicio a la espera de una respuesta y éste, a su vez, sin siquiera cavilar mínimamente, me miraba con el ceño fruncido, en actitud de seguir cacheteándome.

“Desacreditando a uno, este ¡carajo….!”, expresó en tono airado y evidente enfado.

Algo perturbado mi padre preguntaba de manera insistente:

¿Pero qué ocurre aquí? ¿Díganme qué está pasando? ¿Me vas a matar el muchacho? ¿Por qué golpeas así a tu hermano?

Vinicio hizo mutis mientras entonces miraba el techo de la casa. Momentos después reacciona y llama a mi padre a otra parte para explicar la causa de su comportamiento conmigo.

Si había alguien extrañado de lo que acontecía, era yo. No comprendía ni por asomo porqué actitud de mi hermano mayor entre los varones, por me daba intempestivamente ese trato. Sin siquiera saber la causa. Éramos 15 hermanos (hembras y varones) y Vinicio era, de todos, el más amoroso, no solo con nuestra familia, sino con todo el mundo.

Tenía un carisma especial, la gente lo adoraba y le daba un trato afectuoso, angelical. No había persona que se le acercara, que lo intimara, aunque no lo conociera, que no quedara impregnado de su singular personalidad. Un aura celestial lo hacía diferente hasta con las mujeres. Las damas que llegaban a conocerle, tanto en Barahona como en Tamayo,  deliraban por éste y como todo galán, le correspondía, aunque fuera con una fraterna y entrañable amistad.

Cuando le sorprendió la muerte, todo el pueblo acudió a su entierro. Se rumorea que fue uno de las exequias más concurridas que se haya registrado en la comunidad. Algo así solo ocurrió después con el cantante, el primo Enmanuel González (Benny Sadel) que también causó un desborde del pueblo que acudió a despedir hasta su última morada a este ídolo merenguero tamayense.

En vida mi hermano laboró en la tienda de la familia Morales y Nayo Méndez, en la calle Padre Billini de Barahona. Regresaba a Tamayo los fines de semana para descansar, sábados en la tarde y los domingos. Cuando llegaba a la casa, se encontraba que ya había personas esperándoles, arguyendo cualquier pretexto. Algunos incluso lo visitaban para preguntar su número de cédula para jugar la Lotería porque, decían, que habían soñado con él. En una oportunidad, un viernes cualquiera un productor de café de Polo se le acercó para preguntarle sobre el número de cédula del dueño de la tienda, con el cual dijo se había soñado. Mi hermano estaba muy ocupado atendiendo otros clientes y para salir del paso le dijo al caficultor que era terminal 85.

Éste se marchó tranquilamente. El lunes temprano hubo problemas para abrir una de las puertas de la tienda. El agricultor depositó en la acera, a la entrada, una cantidad de sacos de víveres (plátano, yautía, ñame, guineos) y diferentes tipos de frutas (chinas, toronjas, café y otras) que éste había llevado.

Cuando regresó desde Tamayo Vinicio se incorporó al trabajo, el dueño de la tienda le llamó y le dijo que un señor de Polo le esperaba porque quería entregarle algo: los sacos de víveres y frutas que había bajado de la montaña para regalárselos. Había ganado una fuerte suma de dinero con el número que le dijo mi hermano, el 85, aunque extrañamente ese no era ese exactamente el número de la cedula del dueño de la tienda.

Esas ocurrencias hacían a Vinicio una persona particular, dotado de algo que la gente apreciaba y valoraba. Por eso me extrañó mucho aquella acción intempestiva, acompañada de esos dejos de violencia impropios de él. Después de  la conversación en la que se escucharon pequeñas discusiones, mi padre se me acercó con rostro contenido y visiblemente acongojado.

-No me hable mentiras, dime la verdad ¿es cierto lo que me acaba de decir Vinicio?

-¿Pero qué le dijo, no sé; él vino y comenzó a golpearme; no sé la causa?-respondí.

Papá me miró fijamente, con una actitud un poco agria y cejas fruncidas. Noté que evitaba que yo viera que sus ojos se humedecían. Hizo un respiro profundo y me espetó:

¿Es cierto que tú vas a Barahona a verte con un señor poeta?

Estallé en risas. Comencé a entender por dónde venían las cosas.  Asombrado, mi padre me preguntó de qué me reía. Entonces expliqué mi relación con el reconocido poeta barahonense Luis Alfredo Torres.

El encuentro con el poeta     

Estando en el aula del liceo donde cursaba el tercer teórico, se presentó la directora del plantel, la profesora María Antonia Gómez (Canela) que me llamó frente a la mirada de los demás estudiantes. ¿Qué habré hecho ahora?-me dije. Estaba en pleno activismo en el movimiento estudiantil y cultural, y forjaba, asimismo, un incipiente liderazgo entre el alumnado.

Canela, con voz dulce y gesto amable como era su profundidad humana,  echó su brazo sobre mi hombro invitándome a que le siguiera a la oficina de la dirección. La expectativa era de que me pondrían alguna sanción.

-“Te tengo una gran sorpresa”-dijo. “No creerás lo que vas a ver”,- apuntó mientras caminábamos por los pasillos hacia la dirección del plantel. Y prosiguió: -“No te voy a adelantar nada, quiero que lo veas con tus propios ojos”.

Cuando llegamos a la oficina, había allí dos personas, una con un traje elegante y un maletín, y con porte de señor; y la otra, de vestimenta sencilla, gafa oscura, camisa manga corta, zapatos negros y con base de suela ancha.

La profesora Canela me presentó su visita, pero sin especificarme quién era quién.

-“Conoce a tu poeta preferido-, dijo. El personaje que vives promocionando en el plantel”, apuntó con cierta efusividad la memorable educadora. –“Tienes ahí, en persona, al poeta Luis Alfredo Torres, de quien tú tanto nos habla a cada momento en el plantel”. Así era, siempre habla de ese poeta de Barahona que editaba la página cultural de la revista Ahora.

Me dirigí hacia el señor trajeado a quien saludé como si fuera el poeta Torres. La profesora Canela, con mucha amabilidad y habilidad protocolar, me aclaró que el vate era el otro señor, el que vestía de manera informal. ¡Qué vergüenza!  Torres notó mi turbación y procedió a presentarse el mismo. El hombre del traje y maletín era el promotor para la venta de sus libros.

Superada la situación protocolar, Torres me comunicó que precisamente se desplaza por la zona para promover sus obras poéticas. Aproveché para invitarle a que nos diera una conferencia sobre la poesía contemporánea y literatura a los estudiantes de término del bachillerato, en vista de que  estaría en Barahona a casi 30 kilómetros de Tamayo.

Torres asintió disertar para los estudiantes de nuestro liceo. Pero como permanecería por poco tiempo en la Perla del Sur, yo tendría que trasladarme allá para coordinar la fecha y demás exigencias. Para entonces, sin que esté demás decirlo, no había fax, ni internet, ni los sistemas modernos de comunicación que se usan hoy en día.

Torres era el editor cultural de la más prestigiosa revista de la época, la Revista Ahora y como habíamos acordado, acudí a esa ciudad en la fecha indicada para dar inicio a los arreglos para la conferencia. Allí conversé ampliamente con el excelso hombre de letras y de este conversatorio surgió la fecha de la disertación. No obstante, éste hizo la salvedad de que se trasladaría a Santo Domingo a cumplir sus compromisos laborales y que la misma estaba sujeta a ese viaje. Dijo que me avisaba si ocurría algún cambio, pero de todo modo comencé a colocar letreros en el liceo para promover la actividad.

Salí orondo del encuentro con el vate. No me daba por nadie. Había conversado de “tú a tú” con un poeta que nacido en Barahona, tenía dimensión nacional y su obra realmente era aquilatada en el parnaso del país.

Pero nunca falta el infortunio. La novia de mi hermano residía frente a la casa donde se hospedaba Torres y me vio salir de allí después de la entrevista. Le metió “el chisme” de que yo iba a verme en esa casa con el poeta, del cual ella tenía una opinión desde su particular punto de vista. De paso “rompió sus amoríos” con Vinicio asumiendo no tendría amores con una persona que tiene un hermano que realiza visita furtiva a poetas.

Vinicio se puso furibundo. Cuando llegó para su descanso de fines de semana, lo hizo molesto debido a la situación,  y sin pensarlo dos veces, fue hasta mi cama y comenzó a golpearme. Él no encontraba palabras para explicarle a nuestro padre, balbuceaba, callaba entre veces y después le salían expresiones de rabia.

-¡Hacerle eso a uno, exponer a la familia, sinvergüenza…! refunfuñaba.

-¿Pero dime qué está pasando, qué ocurre?-preguntaba Eloy.

Explicó detalladamente lo que le había dicho su novia y las consecuencias de mi encuentro con el poeta Torres. Mi padre fue donde mí y me conminó a que explicara mi alegada “inconducta”. Relaté todos por los pormenores de mis gestiones para la conferencia y afloró la comprensión, “las aguas volvieron a su nivel” y mi hermano me pidió le excusara.

Todo quedó en familia, pero tuvo sus consecuencias, no se dio la conferencia, porque después de esos golpes no quedé con ánimo de gestionar otro encuentro con el poeta.

ere.prensa@gmail.com

JPM

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