Testamento del insomne

Un apagón de más de treinta horas en la zona donde vivo, a pesar de que presumiblemente es circuito privilegiado, con la consiguiente descarga del generador de energía de la casa, ha acentuado el insomnio, esta vez una desgracia mayor debido a las altas temperaturas; ni ventiladores, ni abanicos chinos de esos que se desenrollan y enrollan.

Cuando no se puede leer y es terrible quedarse dando vueltas en la cama, ensopado en sudor, sentarse en el balcón o en la terraza, es normal que el insomne converse consigo mismo, que piense y recuerde, que tome decisiones importantes para su vida o su familia.

Toda existencia es un repertorio de fechas, cuerpos, nombres, acontecimientos y deseos, ilusiones y proyectos, experiencias e insatisfacciones. Sin proponérselo, el insomne se convierte en un vigía, como una de esas palmas que el viento enfurecido intenta abatir, pero que se mantiene valientemente firme y decidida a flotar como una bandera orgullosa de lo que significa. El pájaro canta, aunque la rama cruja, dice el verso de Salvador Díaz Mirón, Parece que sabe lo que son sus alas.

El desvelado no es un apátrida ni un despechado, no es sombra ni luz, aunque desea el momento en que su vida sea iluminada por un destino fértil que desde hace mucho tiempo viene añorando. En ocasiones anteriores vistió de shorts o bermudas, tomó el teléfono celular y las llaves del automóvil; fue abriéndose paso por las calles oscuras y tenebrosas, cruzó rápidamente por barrios peligrosos y siguió hasta la ciudad colonial. Estacionó en uno de los lados del parque independencia, tomó un trago en el kilómetro cero y empezó a caminar aquellas calles estrechas y también tristes por la penumbra.

Pero ahora el insomne no puede darse el lujo de salir, pues el país está bajo toque de queda y régimen de emergencia, el virus criminal se ha esparcido y acecha hasta en la mirada y los labios deseados. Ya somos menos libres y parecemos fantasmas que vamos persiguiendo un destino que ni nosotros mismos conocemos, pero que presentimos como solo se presiente lo posible.

Sucede peor cuando el insomne se vuelve nostálgico y dispuesto a preparar una especie de agenda para empezar a desarrollar a la mañana siguiente, o el próximo lunes, si es viernes, y se ha puesto los pantalones y perdido un ápice de vergüenza decide llamar durante la mañana próxima a la muchacha que conoció en una plaza comercial, la de los bellos años de la primavera posterior al 65, la que contactó por Facebook o Twitter, la que vio en Instagram, la que cruzó mares larguísimos para traer una piel o unos labios, aquella que fue ilusión que retoña a veces en los preciosos atardeceres de fin de año o en los días de luz clara de la cuaresma, cuando es más propicio el viaje a la playa o el ayuntamiento de los cuerpos.

Quien no puede dormir se despoja de su piel y hasta de sí mismo, se revuelca como un perro sin dueño, como una gaviota sin norte ni arena, solo para viajar a la memoria y al deseo. Lo digo así porque recuerdo uno de mis primeros libros de poesía, Las memorias de deseo.

Son evocados, con cierta lucidez, los amigos perdidos y las guerras del corazón, momentos en los que creímos ser felices, viajes en los que conocimos a alguien, lugares donde la vida sonrió. Sin embargo, es muy triste, cuando regresa a los días del colegio, pues aquellos recuerdos son mortales y hasta asesinos, surgen por sí solos interrumpiendo la posible paz del momento. El rostro de la rubita de la zona norte que en las horas líricas de los viernes cantaba Amor Perdido, la bella canción de Pedro Flores interpretada por tantos grandes artistas, pero más famosa  en la voz de María Luisa Landín.

Esos recuerdos que impiden la conciliación del sueño son pedazos de nosotros, de lo que somos y de nunca se sabe cuántas circunstancias. Cuando se comparten la mesa y la copa, el piano bar o el aula escolar, hay algo que comienza y suelen acontecer cosas que muchas veces aparentan no tener la más mínima importancia, pero que en realidad se quedarán dentro de nosotros como parte de lo que se ha vivido o soñado y de lo que somos.

Le sucedió al insomne, le sucede siempre en el poema o en la vida misma, siempre que se cruza de brazos en el alféizar a contemplar el anochecer, o cuando amanece y queda extasiado frente al primer crepúsculo del día y piensa lo hermoso que sería estar ahora con aquel amor, en lugar junto al mar, el amor que perdió sin saberlo y que le dividió la vida en antes y después y que, tal vez por esa razón, retorna.

La vida es tan frágil como una taza de fina porcelana china y contiene palabras y miradas y abrazos también demasiado frágiles, que conducen a tantísimos lugares. Me transportan algunas canciones o la opresión del instante; pues siempre hay en mi corazón, nombres y cuerpos, la ternura de una sonrisa, la mirada de una confesión, las voces de algunos de mis condiscípulos y la voz de algunos maestros, como aquel que nos daba álgebra, trigonometría del espacio o teoría de conjuntos o la profesora de matemáticas, y la de historia, mi primer amor platónico. Renacen tantas cosas y de múltiples maneras cuando la vida es plena y espléndida, cuando nos reencontramos después de mucho tiempo, si vamos por una calle o escuchamos uno de esos boleros asesinos porque nos dan donde más duele y hablan de amores perdidos, besos callejeros, amores robados, besos brujoslabios que mienten al besar, por no decir que Ausencia quiere decir olvido / decir tinieblas, decir jamás.

Al fin, la energía eléctrica ha regresado y yo estoy exhausto, casi abatido por la falta de sueño, desubicado, como ciego y sordo, y no soy inmune a la nostalgia ni a las tristezas del anochecer. En algún lugar he leído que lo que le sucede a un hombre les sucede a todos los hombres sobre la tierra. Yo estoy molido, no por las evocaciones sino por las terribles horas sin dormir.  Anochece y me acuerdo de mamá, retorna su voz triste y lejana, percibo esa mirada profunda y desgarrada que me partía el alma cuando estaba en sus últimos días y pienso que debí ser menos intolerante con ella, que debí comportarme de mejor manera; verdaderamente fue mi abuela y mi madre y lo único que no me dio fue lo que no tenía ni podía darme. ¡Perdón, mamá, era yo el equivocado!

Alguna lágrima después ese cielo rojizo y amarillento me dice que un ser humano sin recuerdos ni dolores sencillamente no existe, aunque éstos no permitan a nadie vivir en paz. ¡Brindo, por aquellos recuerdos felices que todavía flotan en el alma y en las miradas frágiles!

¡Brindo – también- por el fracaso!

No con Dom Pérignon, sino con Cardenal Mendoza.

reyesvasquez23@hotmail.com

JPM/of-am

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Cardenal Mendoza
Cardenal Mendoza
3 Años hace

Gracias por brindar con nuestro querido Brandy! Saludos