Salvajismo y modernidad: el crimen de Bayaguana
Si aceptamos como válida la aseveración del ex presidente Leonel Fernandez de que bajo su administración la Republica Dominicana entró en la era de la información y el conocimiento, y comparamos ese estadio cuasi ideal con el salvajismo que representan los horrendos crímenes que han estremecido nuestro país en las últimas semanas, tendríamos forzosamente que arribar a la conclusión de que vivimos en una sociedad con peligrosos contrastes, ¿Cómo conjugar la visión vanguardista del ex presidente de un país que , a su juicio, ha entrado de lleno a la posmodernidad y a la era post industrial. con la realidad de crímenes tan salvajes como el perpetrado contra el regidor de Bayaguana Renato de Jesús Castillo o el doble asesinato ordenado por una próspera abogada en el que perdieron la vida las jóvenes Natasha Sing y Suleika Flores? El contraste entre el país ideal de Leonel Fernández y el real en que viven más de diez millones de dominicanos salta a la vista: mientras para el presidente de Funglode el paradigma de la sociedad es superar la brecha digital y lograr avances en la informática, la robótica o la telemática, para los dominicanos de carne y hueso el reto de cada día es cómo vivir en medio de precariedades acicateadas por una cultura consumista donde predomina el afán por tener.El trasfondo del crimen de Bayaguana, por el que se señala al Alcalde Opi Sosa como autor intelectual, es una sociedad sin paradigmas ni patrones de conducta generalmente aceptados que se sustenten en valores sociales como la honestidad, la solidaridad, la justicia social y el respeto a la vida humana. En cambio, el país que tenemos es uno en el que el que más actos ilícitos comete para enriquecerse es el que mayores posibilidades tiene de tener éxito personal y social, ya sea por medio al disfrute de los bienes de consumo (automóviles de lujo, yates, aviones, viajes, diversión), obtención de cargos de elección popular en base al reparto de dinero y aceptación social. En esta gran orgía social -cuyos principales protagonistas son los que tienen la fortuna de disfrutar las mieles del poder- queremos participar todos , y de algún modo participamos, sólo que unos como actores y otros sólo en el inquietante rol de espectadores. Pero hay veedores del festín de los afortunados que reniegan de su papel pasivo de pariguayos (party watcher, en inglés) y se ponen al servicio de los orgiásticos más descarnados para comer, aunque sea por ratos y luego de correr grandes riesgos, una parte del maldito pastel cocido a sangre y fuego. De ahí nacen los sicarios, criminales a sueldo salidos de la marginalidad social. El sistema político corrupto y clientelista que rige la actividad electoral en nuestro país, produce, a su vez, los Opi Sosa y otras yerbas no aromáticas. Un jurista de fuste y gran amigo, Antoliano Peralta Romero, se preguntaba en estos días de qué se ríe el Alcalde de Bayaguana, impresionado por las sucesivas apariciones públicas después de su apresamiento en las cuales el edil siempre lucía un rostro sonriente. Yo le contesto a este amigo que Opi se ríe de sí mismo, del clientelismo que obliga a los políticos a robar para mantener su clientela y ganar elecciones; se ríe de una sociedad diezmada por el arribismo, el personalismo, el sálvese quien pueda y el gangsterismo político. Una sociedad en la que los principales sindicalistas del transporte han formado partidos para ser presidentes, pero los choferes que les siguen provocan aparatosos accidentes por estar drogados o bajo los efectos del alcohol (según la propia confesión del señor Antonio Marte). Un país en el que un ex presidente aspira a volver al Palacio en el 2016 apoyado con el dinero de la corrupción en sus gobiernos anteriores, con San Felix Bautista de Lazarillo, y en el que un presidente de un partido secuestra la dirección de esa organización, bota a quien le da la gana y hace un padrón a su medida para robarse una convención, definitivamente hay que cerrarlo. O por lo menos refundarlo, como alguna vez sugirió Fafa Taveras. No obstante, siempre es provechoso apostar al futuro, sin perder todas las esperanzas, y decir con el poeta cubano Félix Pita Rodríguez: “recordar el futuro es atreverse a vivir de nuevo”.