Rafael Chaljub Mejía: uno de los mejores escritores del país

Tengo en Rafael Chaljub Mejía a un escritor de raíces, telúrico, cuya escritura nos contacta con la tierra ancestral -madraza del vivir y su didáctica- y nos introduce en el cultivo de la heredad latente que la vida, tantas veces, nos hace olvidar, pero que sigue ardiente en el recuerdo como fuego incesante.

Lo leo desde su primer libro, Golpe a Golpe, publicado en 1990, hace ya 32 años. Desde entonces, no he dejado de reconocer en él a uno de los mejores escritores de la memoria dominicana. Chaljub es una figura notable del haber literario nuestro en el cual muchos aún no reparan.

Un total de 15 libros publicados hablan por él y por el nuevo oficio que adoptó, luego de una larga militancia política que lo llevó a las lomas con Manolo, armas al ristre, hará pronto 59 años, aunque su firmeza ideológica sigue inquebrantable.

Rafael Chaljub Mejía

La coherencia que exhibe como hombre de izquierda -compartamos o no sus criterios- son ejemplares, y corre pareja con la responsabilidad y la entereza con que asume sus escritos históricos, folklóricos o memoriosos.

He conocido en tiempo reciente a Yezid Arteta Dávila, un ex guerrillero colombiano que fue asesor de Noruega durante las negociaciones con las FARC y que hoy es un escritor formidable, cuyos libros se emparentan con los de Chaljub porque hacen memoria de épocas superadas y sirven a su país como hombres de letras y de pensamiento. Dejó descansar las armas  y, entre otros libros, publicó Relatos de un convicto rebelde (fue prisionero político) que es un documento de vida invaluable.

Rafael Chaljub ha publicado recién unos relatos de costumbres que resulta indetenible seguir leyendo de corrido hasta el final, sobre todo para los que podemos, por los años, sumergirnos en el recuerdo de tantos episodios de vida que nos devuelven a tiempos pretéritos en la comarca donde nacimos y crecimos.

No son similares las experiencias -las de Chaljub son casi excepcionales- pero pareciese como si estuviese contando para nosotros todo lo que ampara su memoria prodigiosa.  Los suyos son retablos de una época y de una geografía, su niñez, su juventud, su pasado y su hoy: sigue regresando con frecuencia al lugar de sus ancestros, a Las Gordas, entonces un campito de Nagua de donde extrae todas las historias que recoge en su nuevo libro.

Debo admitir que a sus 80 años recién cumplidos, este escritor que es como el buen piquero que puede aún subir la voz, sabe engarzar sentimientos y otredades, y mirar hacia el pasado con las garras de un narrador omnisapiente, capaz de internarse en los intersticios más insólitos de una vida como la suya que fue, en momentos inciertos, de duras encomiendas y de luchas que convocaban al peligro, pero que a su vez fue vida para llenarse de las experiencias de una ruralía viva y quedar enganchado a una tradición.

Recuerdos

El autor rememora sus tiempos escolares en su vida rural; a esos caprichosos habladores de que habla Vargas Llosa, contadores de caminos y de noches de luna llena que, a la vera de un árbol o acuclillados en un zaguán, relataban realidades y fantasías haciendo viables las noches solitarias de aquellos campos de antaño.

Los pedidores de posada, que una vez albergados se fueron y nadie supo jamás de ellos, pero que en otros muchos recompensaron la hospitalidad que les brindaban en su hogar, de brazos siempre abiertos, don Jorge Chaljub y doña Estebanía Mejía, padres del autor y dueños de la campestre acogida de los que sabían, junto al pan, acoger días y noches a peregrinos sin destino o a pasantes que, en ocasiones varias, terminaron quedándose bajo aquella cobija amable por largas temporadas.

Y la gallera, el alcalde pedáneo, el terremoto del 46 que se llevó para siempre a Matanzas con los maremotos que hoy son tsunamis, el recuero, una figura desconocida para el que no conoció la ruralía de antaño o para quien es nativo de comarca o pueblo; el miedo, que se nos inculcó en la familia, desde los púlpitos o en los relatos de noches oscuras; las creencias y leyendas que nos legó el folklore y que hoy son solo reminiscencias de un pasado que se fue; la labor de los catequistas y los rezadores de novenas, de velas mortuorias, de salves y rosarios; los músicos típicos, una especie viva aún, con sus variantes de época, y que forma parte del entramado de vida del autor que tanto ha defendido esta herencia vernácula para que sobreviva a los tiempos y de cuya historia, intérpretes y obras merengueras Chaljub ha sido su voz y el experto que las rememora con asombrosa sapiencia, evaluando cada recital como si de un concierto de la Sinfónica con piezas de Mozart o Bach se tratase.

Cuñado él de Tatico Henríquez, difunde  esa  sinfonía de saberes en este ámbito de la música criolla como un auténtico evangelio. Rememora los músicos típicos de cuando era niño, conoce los de épocas recientes y evalúa como todo un especialista a los que siguen hoy esa tradición, con la lupa del crítico que sabe lo que es grano y lo que es paja en ese ámbito musical.

Sucesos desconocidos

Los relatos de Chaljub parecieran abarcar todo, hasta sucesos desconocidos, como es la historia de jóvenes de Las Gordas que decidieron enrolarse en la guerra de Corea, como si aquello hubiese sido una fiesta de disfraces; o las excursiones a Las Espinas, un campo de Jamao al Norte, en busca de una curandera de misterioso proceder; la comadrona, especie extinguida a quien hasta los médicos acudían para conocer algunos trucos que trajeran a la vida a  bebés negados a salir de su placenta.

Ay, y la historia del río Boba, que bañaba el valle de la comarca  donde el autor nació. En cualquier memoria de campo, el río es siempre un protagonista infalible. Es como si la historia de los poblados pasara por esas aguas para poder recordar la travesía de sus habitantes.

Lo es, incluso, para muchas urbes, donde un río es el centro de su geografía y de su leyenda. En uno de los relatos más conmovedores y bellamente escrito del libro, Chaljub nos retrata la vida glamorosa de ese río, el cual, al volver a su ya destartalado cauce, en horas y días cercanos, casi no lo reconoce, ni el Boba tampoco parece reconocer a su viejo amigo: “Tan debilitado ha estado…lo que alcancé a ver fue un viejo curso sin árboles a sus lados, desorganizado y sin concierto, por el cual corrían más lodo y arena sucia que agua limpia…toqué esas aguas. No me hizo bien, porque en vez de la renovada emoción de volver a tocar lo que se ha amado, sentí tristeza. Esas aguas, amigas de otros tiempos, ya habían perdido el tono cristalino y el encanto discreto del pasado lejano, y en vez de sentirlas ligeras y frescas como las añoraba y las seguiré añorando, las sentí pesadas y tibias, como las lágrimas”.

El libro debió terminar ahí con tan bella estampa, pero estos relatos nacieron a la sombra de un almendro que el joven guerrillero, antes de irse a la loma con Manolo, arrancó -árbol apenas en embrión-, y lo envió a su madre con un amigo con la encomienda de que lo sembrara para que  según fuese creciendo, también crecería la revolución y bajo sus ramas alguna vez, celebrarían el triunfo. No fue posible. Pero, el almendro aún está ahí, casi sesenta años después, siendo como lo pregona el autor -sentimientos al ristre- un monumento a la vida, al amor y a la esperanza.

Tengo a Rafael Chaljub Mejía como uno de los mejores escritores del país, un memorialista virtuoso, un prosista encantador, un ser entrañable que destila sapiencia, derrama virtudes y predica experiencias de vida que todos debiéramos leer para ser mejores.

JPM

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Wilson Abreu
Wilson Abreu
1 Año hace

J.R. Lantigua, gracias por este de referencia a Rafael Chaljub Mejía, su valoración es motivante para conocer y leer al intelecto en cuestión.

Sergio Reyes
Sergio Reyes
1 Año hace

Nada tan puro y cierto cómo los sentimientos que brotan de la nostalgia, con pinceladas de la propia vida envueltas en la filigrana del escrito.
Felicidades Chaljub. Felicidades José Rafael, por mantener siempre en alto la objetividad del crítico literario, más allá de claques y anillos de ‘intelectuales’ rebosantes de autobombo.
Que viva nuestra literatura vernácula!

Carlos Ruiz
Carlos Ruiz
1 Año hace

Mis felicitaciones, Jose Rafael Lantigua, por este analisis tan puro sobre la brillante carrera que con muchos sacrificios y adversidades ha venido desarrollando el Prof. Rafael Chaljub Mejia. La grandeza de Chaljub descansa en la coherencia y consistencia de su vida personal, politica e intelectual la cual ha sido sincronizada con un pasado, presente y futuro lleno de integridad, gloria y ejemplo para las presentes y futuras generaciones.