Por no decir no

Por ese afán de aceptación  que persigue a los seres humanos somos capaces hasta de traicionarnos a nosotros mismos.

Para ser acogidos, los niños hacen y dicen cosas que los ponen en dificultades con sus pares y más, con su propia familia.

Esa carencia, esa insistencia por pertenecer puede arrastrarlos a actos como regalar artículos valiosos a otros incluso con mayor poder  adquisitivo y esto muchas veces ni siquiera les garantiza ser tomados en cuenta.

Al contrario, esa vulnerabilidad les hace blanco de atropellos y pasan a ser títeres de aquel o  de aquellos por los que están imantados y engordan así al monstruo que mantiene a esta sociedad moribunda.

Pero ese interés de caber, de ser parte del grupo no es exclusivo de los chiquillos. ¡Ayy, qué va! Los adultos igual lo sufrimos y por no parecer desagradables, por granjearnos  antipatías caemos en situaciones que luego lamentamos tanto.

Saber decir no es un arte, un don que  libra de trampas amargas. A unos les resulta fácil, otros deben cultivarlo. Sacar el miedo que frena, que destruye la capacidad de ser  y la trastoca en una indeseada sombra.

 Es una tarea sine qua non abrir las alas y sentir la verdadera libertad que brinda la satisfacción de hacer las cosas porque sí, porque queremos, sin importar si esto complace al resto, cual concurso de popularidad.

Grandes y chicos deben tener claro que su ruta no está supeditada a agradar a otros a fuerza de acciones lacerantes, que el único patrón a seguir es hacer lo correcto ¿Qué cosa  es lo correcto? Como leí por ahí, hagamos de todo, menos daño.

petrasavinon@gmail.com

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