Permeados por la violencia
De una manera o de muchas, la violencia permea la cotidianidad, el diario vivir de la gente que día a día debe salir a enfrentarse a los avatares de la vida para mantenerse en este equipo de supervivientes.
Asaltos, secuestros, robos a residencias, violaciones sexuales, violencia intrafamiliar. Esos son los tipos comunes y quizás, por tanto, los que más aparecen en los medios de comunicación.
Asustan, siembran el terror entre gente que siente que está en indefensión y que clama por políticas estatales que puedan sino erradicar, al menos disminuir esta pandemia.
Pero como si no bastara, no son los únicos a los que está expuesta esa población que a veces prefiere refugiarse en su hogar, para no ser una fría estadística más.
La violencia le llega a la gente de múltiples lados y eso incluye a los organismos creados para protegerla. Exacto, como la Policía.
Los métodos poco amigables de la uniformada dejan con demasiada frecuencia una estela de dolor y de luto en las familias afectadas y en la sociedad misma, que contribuyen a acrecentar la sensación de desesperanza.
Las denuncias de exceso policial, no sé si es hiperbolizar decir que son tan antiguas como el organismo mismo, empañan las mañanas y ensombrecen las tardes de los consumidores de información y sobre todo, llenan de rabia, de impotencia.
Como si no fuese suficiente vivir al filo de la angustia, con la incertidumbre de no saber si llegaremos intactos a nuestro destino, hay que estar pendiente de que un agente no nos confunda con un delincuente y nos dé un intercambio de disparos.
Hay que ensayar el manual mental de etiqueta y protocolo a la hora de hablarles, no vaya a ser que nos malinterpreten y nos abofeteen. Hay que estar al día con el pago de propinas pa’ los refrescos y según denuncias de jóvenes que han delinquido, con el saldo de peajes.
jpm