Peligrosos vientos de guerra
El ataque llevado a efecto el sábado pasado por el gobierno de los Estados Unidos contra tres instalaciones nucleares de la Republica de Irán, más allá de la veracidad o la apocrificidad de los argumentos que le sirvieron de sustento, ha colocado al mundo en una peligrosa situación desde el punto de vista de las relaciones geopolíticas de poder.
Aunque en realidad casi nadie creía el relato oficial estadounidense de que no estaba interviniendo en el conflicto entre Israel e Irán (pues una cosa era el discurso de persuasión diplomática desde los órganos institucionales y otra la retórica abiertamente hostil a esta última del presidente Donald Trump), la denominada “Operación Martillo de Medianoche” pudiera ser interpretada formalmente por la nación persa, el movimiento religioso chiita y sus aliados en el Medio Oriente y el resto del mundo como una entrada de los Estados Unidos a tal confrontación.
Ciertamente, ya todo el frente del orbe integrado por los cofrades de Irán ha criticado el ataque, y una parte, la más avecinada por razones de índole religiosa, lo ha tipificado como una “declaratoria de guerra” por parte de los Estados Unidos, lo que abre la abracadabrante posibilidad de que ahora o más adelante (y ojalá y no se cumpla esta suposición) la proclama de la Guardia Revolucionaria Islámica (milicia de fanáticos bastante bien armada y con mucha moral de combate) en el sentido de que toda persona, asentamiento o institución estadounidenses es “blanco” de sus posibles acciones, termine expresándose en gestos o réplicas violentas, especialmente en forma de aberrantes atentados terroristas.
Tal aprehensión se funda en la experiencia histórica reciente, dado que el movimiento chiita tiene tantas fracciones fundamentalistas proclives a la violencia extrema como sus pares sunitas, y en lo atinente al tema de la “guerra santa” frente a Israel y los “cruzados” cristianos hasta ahora han demostrado menos tolerancia y mayor rencor beligerante que ellos, en tanto representan una minoría sectaria y purista en permanente zafarrancho de lucha sin tregua y con concepciones supremacistas de corte confesional dentro del mundo y la ética musulmanes.
Por supuesto, detrás de los biombos (o sea, tras el parapeto de su enérgico pronunciamiento condenando la acción bélica ordenada por Trump y solidarizándose con Irán) acaso el que se haya sentido momentáneamente mejor servido con el bombardeo estadounidense (claro, después de Israel y la cúpula sunita que abomina del chiismo) y con lo que está aconteciendo a resultas de éste sea Vladimir Putin, pues de algún modo se le está legitimando de manera espléndida el argumento que usó para tratar de justificar la invasión a Ucrania por la declarada aspiración del gobierno de Volodímir Zelensky de integrarse a la OTAN.
O sea: tanto la respuesta de Israel a la incursión armada de Hamas en su territorio el año pasado (que en principio pareció lógica para mucha gente como reacción defensiva, pero que luego devino excesivamente exagerada por las necesidades políticas internas de Benjamín Netanyahu) como el ataque estadounidense de la víspera contra Irán (que también pudo haber sido ejecutado por motivaciones de política interna, debido a que lució inverosímil en el contexto en que se produjo y de cara a las promesas pacifistas y aislacionistas de campaña del presidente Trump), se han intentado justificar con la misma mala excusa que usó Rusia para invadir a Ucrania: fue una contestación “estratégicamente defensiva” ante un potencial “riesgo existencial”.
China
Paralelamente, no se debería dejar de poner atención a la conducta de China, que ha repudiado el ataque estadounidense contra Irán, pero que con él podría sentirse más que legitimada para adoptar cualquier decisión ofensiva contra Taiwán en las próximas semanas, sobre todo si se produjera una intensificación de las hostilidades en el Medio Oriente que obligue a Estados Unidos a enviar tropas, o si el gobierno de Trump se viere afectado por el incremento de la oposición a sus actuaciones internas y tuviese que encararse con grandes protestas o con una resistencia efectiva de sus mecanismos institucionales de contrapeso y cribaje.
Desde luego, todo lo dicho precedentemente tiene mucho de observación especulativa o de simple planteamiento de eventualidades en un tablero internacional confuso y fragmentado, en especial porque Irán aparenta estar bastante debilitada en materia económica y en su capacidad de respuesta armada (tanto la propia como la de sus conmilitones religiosos, entre los cuales sólo se notan verdaderamente operativos los hutíes de Yemen), por lo que no sería extraño que, en aras de evitar la precipitación de la caída del régimen de los ayatolas en el marco de un escalamiento de la guerra con Estados Unidos, limite por el momento su respuesta a la propaganda y a inofensivos ataques con ruidoso formato de fuegos de artificio.
(Es muy difícil hablar del rol que pudiera desempeñar la oposición interna al régimen islámico en estos instantes como factor de cambio político, y no solo porque su dimensión no está clara en la actualidad -cuando menos a la luz de las informaciones que llegan a nuestra parte del mundo-, sino también porque, como es harto sabido, los enfrentamientos con fuerzas exteriores tienden a provocar el olvido momentáneo de las diferencias partidistas y a estimular la unidad interior con base en la solidaridad nacionalista).
Ya se ha producido un ataque de “represalia” con misiles por parte de Irán a una base militar estadounidense en Catar que pareció más para satisfacer los fervores populares internos que para causar daño y que, por ello, devino bélicamente infructuoso (a propósito del cual el presidente Trump curiosamente ha “agradecido” a los iraníes que se lo notificaran para darle tiempo a adoptar las medidas precautorias de lugar), e Israel ha bombardeado en la zona sur de El Líbano importantes establecimientos alegadamente pertenecientes a Hezbolá (el “Partido de Dios”, financiado por los iraníes) medio día antes de que el mandatario estadounidense afirmara que en las próximas horas habrá un “alto al fuego” entre persas y judíos.
En el momento en que se escriben estas líneas pululan las informaciones contradictorias respecto al mentado “alto al fuego”: el presidente Trump lo ha dado como un hecho, Israel lo ha negado denunciando un nuevo ataque de misiles de Irán, y mientras este último extrañamente festeja su presunta “victoria” frente al “enemigo sionista”, su ministro de Relaciones Exteriores ha dicho que no hay ningún acuerdo.
En todo caso, lo cierto es que pese a la sospecha de que nadie está diciendo toda la verdad (lo que no es raro en la política, la diplomacia y la guerra), y sin importar cómo se examine y evalúe el panorama actual, soplan peligrosos vientos de guerra en el globo, y si bien hasta ahora parecen estar focalizados en el Medio Oriente y hay todavía muchas posibilidades de que resulten contenidos, exhiben “bandas” laterales en otras zonas planetarias y (¡zafa!) pudieran alcanzar proyecciones mucho más allá de su limitado escenario de hoy.
En esta ocasión, naturalmente, el autor de estas líneas no puede por menos que apostar porque el presidente Trump esté hablando con conocimiento de causa (no haciendo un ejercicio de verbosidad y protagonismo como los que acostumbra), y porque su anuncio de que habrá un “alto al fuego” entre israelíes e iraníes sea una “maravillosa” realidad de su manufactura, pues lo contrario sería, desgraciadamente y a no dudar, abrir las puertas a lo impensable y lo indecible en un mundo cada vez más desbandado…
jpm-am