Para volver a casa hay que negarse a sí mismo

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EL AUTOR es investigador y empresario agroindustrial. Reside en Santo Domingo.

Cuando analizo de manera detenida la vida, en lo que se refiere al ser humano, parece ser que la misma nos fue dada para disfrutar, pues es indudable que Dios quiere que seamos felices. De esa premisa es que hay que partir, si asumimos a Dios como Padre de amor y misericordia.

Pero ¿por qué nos fue dada la vida, en una primera etapa, en un plano biológico mortal, y que además, vivirla conlleva esfuerzo y una especie de competencia que se contrapone a la naturaleza divina del hombre? Según el Génesis, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.

“Y Dios dijo: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, (…). Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra lo creó.” (Génesis capítulo 1, versos 26 y 27).

De acuerdo a la historia narrada en Génesis, tercer capítulo, hubo un momento en el que el pecado entró en el hombre. Es lo que se ha dado a conocer como el pecado original, el cual trajo como consecuencia el desequilibrio en la creación y la muerte física.

Aparentemente, no había muerte ni sufrimiento antes del pecado original. También por lo visto, el desequilibrio se empezó a producir fuera del paraíso, pues después del pecado, el hombre fue arrojado del paraíso.

“Tras expulsar al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espadas vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida (Génesis capítulo 3, verso 24).” En base a ese texto del Génesis, se puede deducir que el paraíso está fuera de la dimensión en la que está la tierra.

Dios Padre ha querido que el hombre recapacite para que vuelva al sitio que le pertenece, pues ese lugar fue creado para él: el Paraíso. Por eso Jesús le dijo a Dimas en la cruz: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.»

Pero para poder volver al Paraíso que Dios creó para el ser humano, el pecado tiene que ser eliminado de nuestro interior, porque el paraíso no es compatible con el comportamiento que nos lleva a tener ese pecado.

Así que el plan de Dios es que volvamos al lugar de origen y seamos felices. Para eso envió a su Hijo, para que nos enseñe el camino de vuelta a casa. Y ese camino es el amor. De modo que Jesús es la puerta (Juan 10: 9-10) que nos permite entrar de nuevo a casa, al paraíso.

Basado en la doctrina del Dios uno y trino, se puede afirmar que Jesús es Dios en la persona del Hijo, que vino a revelar al Padre y cuya misión es expiar el pecado del ser humano con su pasión y muerte, y de esa manera abrir la puerta del paraíso a aquellos que quieran entrar.

Por eso dijo a sus discípulos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino es por mí (Juan 14:6).» Como San Juan apóstol dijo: Dios es amor, Jesús como parte de la trinidad, es Dios, en consecuencia también es amor; por lo que se deduce que solamente a través del amor se llega al Padre.

Hemos hablado del pecado original, aquel que trajo como consecuencia que el ser humano sea arrojado del paraíso, y haya entrado la muerte en él, algo que no era parte del plan. Y ese pecado original se resume en uno, el egoísmo que nos hace soberbios.

Es el egoísmo lo que alimenta el afán del hombre de ser superior a sus semejantes y dominarlos. Es el egoísmo lo que lleva al ser humano a acumular bienes materiales sin límites para asegurarse una existencia con mayores privilegios que sus semejantes, pero una existencia sobre la cual no puede ejercer ningún poder.

Es el egoísmo que lleva a ser humano a no pensar en las generaciones futuras y destruir el equilibrio natural del lugar donde vive, la tierra, llevando a cabo una explotación de los recursos sin control y sin límites.

Es el egoísmo  lo que lleva al ser humano a ser frívolo, indolente, violento, inmisericorde, rencoroso, abusador, vengativo y solitario. Es el egoísmo el que lleva al ser humano a la destrucción y a la muerte definitiva, a la infelicidad.

Pero Jesús nos dejó todas las herramientas para derrotar ese pecado: su palabra, sus acciones, su ejemplo, y por último, después de ascender al cielo, nos envió su Espíritu Santo, el cual nos capacita para amar y hacer la voluntad del Padre que te lleva a la vida, que te permite la vuelta a casa, al paraíso.

Siendo así, ahora depende de nosotros aceptar la invitación de volver al paraíso, nuestro origen y ser felices: el amor es el camino. Para que ese amor entre en nosotros por medio del Espíritu Santo y se quede, debemos abrirle el espacio.

Pero ese espacio está ocupado por nuestro ego, nuestra soberbia que nos ciega. Para esto Jesús también plantea cómo lograrlo: hay que negarse a sí mismo. Por eso dijo Jesús: Todo aquel que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, que tome su cruz y me siga.

c.aybar@nikaybp.com

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