El pueblo dominicano necesita civismo de su clase política

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EL AUTOR es obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santo Domingo y rector de la Universidad Católica de Santo Domingo.

POR MONS. JESUS CASTRO MARTE

Desde que se produjo la Independencia Nacional, y tal vez antes, ha existido división entre los sectores políticos que han optado por dirigir los destinos del pueblo dominicano.

Conservadores y liberales, primero, y luego una interminable lista de visiones encontradas se han sucedido en el manejo de la llamada Cosa Pública.

Juan Pablo Duarte, el principal inspirador de nuestra soberanía fue expulsado del país por sus ideales. Igual suerte corrieron muchos de sus seguidores y sus familiares, incluyendo su madre Manuela Diez. Esos hechos horripilantes dan una idea de la acidez de la vida pública nacional de antaño.

Luego las luchas internas, verdaderas contiendas fratricidas, han provocado derramamientos de sangre, saqueos al erario nacional y mil acciones que han afectado la vivacidad y celeridad del desarrollo nacional, lo cual ha provocado que se vayan acumulando las falencias que han llevado al país de tumbo en  tumbo.

Los políticos, unidos a los sectores fácticos, que casi siempre se mueven tras bambalinas, han minado las potencialidades del pueblo dominicano. Grupos se hicieron con los resortes del poder, en su mezquindad no han hecho más estorbar, una y otra vez, los ideales trinitarios progresistas con los que dieron origen a nuestro proyecto de nación.

Los motivos que llevaron al pueblo dominicano a tomar las armas para restaurar la República, luego del hecho abominable de la Anexión a España, tampoco pudieron materializarse, en su motivación original, por la lucha encarnizada entre grupos enfrentados entre sí.

La lucha entre bolos y coludos es una expresión elocuente del desorden en que los políticos sumergieron en el pasado a nuestra sociedad, lo cual luego se proyectó con matices diferenciadores, pero igual de perniciosos.

El ciclo de los dictadores, como Santana, Báez, Heureaux   y Trujillo fue una retranca que retrasó grandemente las posibilidades de avance social, político y económico de los dominicanos.

El robo, la evasión fiscal, los impuestos injustos y otras maneras parecidas de fomentar la inequidad en el pueblo dominicano parece ser el signo que ha guiado a nuestra clase política, sin un régimen de consecuencia sancionador, y por lo tanto teniendo como eje central la impunidad. Lo cual desdice los parámetros a los que hemos avanzado en el mundo bajo nociones elementales de convivencia y vida civilizada.

En nuestra época la desgracia generada por la clase política criolla se asentó con mayor fuerza cuando se produjo el derrocamiento del gobierno constitucional del profesor Juan Bosch. Ese hecho nefasto malogró las perspectivas de que el país se encarrilara por senderos bonancibles, revolucionarios y prometedores de justicia social.

Luego vendrían etapas de gran convulsión, incluyendo una nueva invasión al país de tropas extranjeras, como ocurrió en el 1965.

Dividida la sociedad dominicana, vendría una etapa de enconados enfrentamientos cuyas consecuencias son aún visibles.

Para hacer no largo el recuento, todavía estamos sufriendo el vaivén de luchas intestinas, que se vuelven casi un parricidio nacional, que creímos vencido en los 80 y 90, pero que siguió intermitente en la primera década de este siglo XXI.

Es una tara y una vergüenza astronómica los acontecimientos graves recién ocurridos en las Primarias Internas de los dos principales partidos del país, en uno de los cuales uno de los grupos o tendencias alega que se hizo fraude, alegando mal manejo del ente regulador de los certámenes.  La Junta Central Electoral a petición de los agraviados hizo el conteo manual de los votos, pero surgen otras peticiones adicionales que la entidad está tratando de complacer para darle la mejor transparencia posible al proceso.

Mientras la clase política no dé muestras claras de transparencia, respeto y sujeción a la ley y a las buenas costumbres, en lo que han venido haciendo, es difícil que la República Dominicana pueda desplegar ante el mundo sus potencialidades.

Las elecciones debieran ser una fiesta de la democracia, pero nuestro país siempre es una manzana de discordia, pues aunque el pueblo acude civilizadamente a emitir su voto, los actores políticos convierten en atolladero lo que debería ser el imperio democrático de la voluntad popular.

Aquí la democracia, aunque con cierta fragilidad, ha ido consolidándose poco a poco; pero, como nunca se puede perder la esperanza de un cambio positivo, espero que en las elecciones el año 2020 tanto los accionantes institucionales en política, como los demás sectores que inciden en el presente y en el devenir de nuestra sociedad, estén a la altura de las circunstancias, con lo cual se evitará la cadena de sobresaltos que históricamente zarandea la tranquilidad de la nación Dominicana.

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