Nueva novela de Vargas Llosa sobre entramado criminal en Guatemala

Lo vi almorzar un par de veces en El Vesubio, sin compañía, y lo observé caminar de ida y vuelta hacia el hotel Jaragua, donde se hospedó por unos meses cuando trabajaba en su novela. Le gustaba la pizza del Vesubio. Años después me contaría que era de las mejores pizzas que había probado.

Nunca me le acerqué. Su nombre y su obra estaban muy ligados a mis querencias literarias más hondas y añejas. Sigue siendo así. Entendí que no debía molestar a aquella personalidad admirada que conocí en 1974 en Casa de Teatro, en un año de mucha incertidumbre política, cuando él vino a participar en la filmación de la película basada en su novela Pantaleón y las Visitadoras, que Dios guarde.

Nunca soñé –diecinueve años atrás- que me tocaría formar parte de la mesa –junto a Andrés L. Mateo y Bernardo Vega- que presentaría su novela en el mismo hotel Jaragua que fue su casa matriz durante sus investigaciones para escribir La Fiesta del Chivo, y tal vez donde nacieron algunos de sus capítulos.

Poco tiempo después de ganar el Nobel, dije en un acto en su honor que ese era un Nobel dominicano porque –aunque esta no fue tal vez la razón que aludí- Mario Vargas Llosa era el único gran escritor de aquel glorioso boom que visitaba con cierta frecuencia Santo Domingo, había viajado por algunos de sus pueblos, y por haber sido el autor de la gran novela sobre la Era de Trujillo. Otros vinieron pero de paso. Y hubo uno que siempre adujo para no regresar que tendría que encontrarse necesariamente con los tres líderes del momento y que eso no le agradaba.

GUATEMALA

Dos décadas más tarde, luego de años de investigación, el Nobel peruano regresa con otra novela de tema dominicano. Aunque su centro argumental es el asesinato del presidente Castillo Armas en Guatemala, y los personajes, reales o ficticios, pueblen ese territorio de asombros que es la obra, Tiempos recios es la novela de Johnny Abbes García, por encima de la de esa mujer de armas tomar que es Martita Borrero Parra “a quien, desde la cuna, por lo bella, viva y vivaracha apodaron Miss Guatemala”.

Johnny Abbes García y Rafael L. Trujillo.

Lo de Castillo Armas siempre estuvo en el prontuario de crímenes extramuros del Generalísimo. Se mencionaba desde aquellos tiempos de Unión Cívica. Se anotó en más de un libro, en más de una crónica periodística, pero sin mayores detalles. No fue sino hasta hace dos años que Tony Raful hizo una formidable investigación en torno a ese suceso y descubrió la historia de lo acontecido.

Delante, detrás, a derecha o a izquierda, la figura siniestra de Johnny Abbes, sicario de copete, de quien Raful, trazando curvas, uniendo eslabones que presume ciertos, revela que nunca murió en Haití, que se le apareció a Gloria Bolaños en su hogar miamense y que, anciano ya, ambula por el mundo cubierto, encubierto, como un fantasma que camina.

Mario Vargas Llosa escribe ahora la novela de ese entramado criminal que se desarrolla en una Guatemala cargada de prejuicios racistas contra sus indígenas, lúgubre, con juntas militares que iban y venían en el gobierno del país, con la vigencia poderosa de la Frutera, del Pulpo, la United Fruit, y con el espectro del comunismo que alimentaban las conjuras internas y las malas artes de las “relaciones públicas”, uno de los inventos norteamericanos más pérfidos, ejercitantes desde entonces de las fake news como método de condicionamiento de la opinión pública.

Y, por supuesto, era la Guatemala que había sufrido por trece años la dictadura de Jorge Ubico Castañeda, la Guatemala del “socialismo espiritual” de Juan José Arévalo (como el de Juan Bosch, el primer gobierno electo libremente por los guatemaltecos), y de Jacobo Árbenz, escogido para presidente por las mismas fuerzas sociales y políticas que elevaron a Arévalo, un gobernante con una firme conciencia social que atribuían a las posiciones de izquierda de su esposa (Por esa época, el Che Guevara estaba en Guatemala vendiendo enciclopedias puerta a puerta para poder subsistir).

En ese escenario, se mueve como un monigote del poder imperial un turbio personaje que llevaba consigo el resentimiento social y que odiaba al presidente Árbenz desde que ambos estudiaban en la academia militar. Árbenz era “blanco, apuesto y exitoso” y él, por el contrario, “humilde, bastardo, pobre y aindiado”. En una Guatemala que marginaba a los indios y que cultivaba el abolengo, esta era una carga envenenada.

Carlos Castillo Armas se convirtió en presidente de Guatemala luego de derrocar a Árbenz con su ejército liberacionista, con el respaldo del embajador norteamericano que a su vez obedecía las órdenes de John Foster Dulles, secretario de Estado del presidente Einsenhower y prominente figura en la estrategia anticomunista de la época, y de su hermano Allen, director de la CIA.

Todo lo que sobrevendría después es el tema central de la novela. Las maquinaciones del poder, las ambiciones de grupos militares, las relaciones de Castillo Armas con Trujillo, la presencia de la CIA en la conjura contra Árbenz (seiscientos operadores había desplazado la inteligencia norteamericana a Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Panamá y Honduras para preparar la invasión de Castillo Armas), el rol del coronel Enrique Trinidad Oliva, responsable directo del asesinato de Castillo Armas y, entre otros tantos sucesos y personajes con historias convergentes, Martita Borrero Parra, la concubina del presidente asesinado, dueña de la belleza y el riesgo, protagonista de amores, desamores, confabulaciones y misterios, y por supuesto, Johnny Abbes en el centro de toda la tragedia, sus secuencias y consecuencias, devoto de su amo –instigador de la venganza y estratega del magnicidio- y, al final, sujeto de la desventura.

Su fin en Puerto Príncipe, donde pasó a servir a Papa Doc y a entrenar tonton macoutes es una de las descripciones mejor logradas de esta buena narración.

Portada del nuevo libro de Mario Vargas Llosa.

Creo que esta es la novela de Johnny Abbes, a la vez que una denuncia contra la CIA, John y Allen Dulles y la administración Eisenhower. Martita es un decorado de plástico, un envoltorio de intrepidez; Trujillo, el artífice del decorado trágico, el director de orquesta. Pero, Johnny Abbes es el artífice de la realidad y de su ficción. El fantasma taimado que camina sobre los huecos, las zanjas, los precipicios, el estercolero, las maniobras, y que al final tendrá que enfrentar al dictador haitiano, a Balaguer, a las sombras.

Vargas Llosa lo liquida donde la historia divulgada dice que cayó junto a su familia. Tony Raful lo resucita, gracias a Gloria Bolaños, y lo supone sobreviviente. Ficción y realidad sometidas a los vericuetos del azar y la amalgama de acontecimientos oscuros.

SOBRENOMBRES

Los sobrenombres conforman un detalle jovial en esta novela. La CIA es la Madrastra. Castillo Armas, Cara de Hacha y Míster Caca. El presidente hondureño Juan Manuel Gálvez, el Asqueroso. Jacobo Árbenz, el Mudo. Miguel Idígoras Fuentes, el presidente apoyado por Trujillo es la Mamandurria. Trujillo, la Araña. El embajador norteamericano John Emil Peurifoy, especialista en golpes de estado y conocido como el Carnicero de Grecia, es el Cowboy. El coronel Carlos Enrique Díaz, es nombrado Puñales. Y así, otros. Vargas Llosa construye una novela donde a veces es narrador, en otras ensayista, en algunas más historiador. Hace confluir estilos alternados, sobreimposiciones de escenarios en la trama, una historia sobre otra, con un dinamismo que muestra la lucidez de su experiencia narrativa a sus 83 años de edad y todos los premios del mundo.

El aproche o botón de cierre, como apéndice, resulta sensacional. La novela toda es disfrutable. Vargas Llosa es el gran superviviente de la gloriosa novela latinoamericana de años idos. Su segunda novela dominicana es un logro indiscutible, incluyendo sus guiños al buen ron nuestro, el elogio a nuestra Catedral y su homenaje a la pizza margarita de El Vesubio, que aún parece recordar. Leo Marini suena al fondo.

Como antes con “La Fiesta del Chivo”, dedicada a José Israel y Lourdes de Cuello, “Tiempos recios” se dedica a Soledad Álvarez, Tony Raful y Bernardo Vega.

JPM-sp

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