Mis recuerdos del Instituto Politécnico Loyola

JAIME CASANOVA MARTINEZ
Al filo de las 5:30 de la tarde del 1 de octubre del 1966 llegué desde San Juan de la Maguana al Pabellón 2 del Instituto Politécnico Loyola en la ciudad de San Cristóbal, República Dominicana, con una maleta de cartón color marrón, poca ropa y muchos sueños.
Arribé en un carro Chevrolet Caprice de la línea Estrella Blanca que te recogía en la puerta de tu casa hasta el destino final por cinco pesos.
Atrás dejaba a mis padres, María y Antonio, también a mis hermanos Antón y Marisa; Manolo llegaría de España ese mismo año.
Me enfrentaba a un mundo desconocido de un internado con Padres Jesuitas por siete largos, rigurosos y sufridos años.
No podría sumar las veces que por mi cabeza pasó abandonar ese internado y que solo el orgullo de continuar me mantenía dentro de aquello que tenía ribetes de academia militar más que otra cosa.
El costo mensual era de 10 pesos por alumno interno y cuando lograbas la excelencia en algún capítulo académico o deportivo, tenías el próximo año gratis. Así obvié el pago por dos años.
Los cursos para los internos iniciaban en séptimo y octavo en la intermedia; 1ero al 4to de Bachiller Técnico y el 5to. Técnico para graduarte como Perito Industrial en diferentes especialidades, según elección. Otros, Peritos Agrónomos.
Algunos de nuestros compañeros externos hicieron toda su formación académica desde el primero de la primaria, cursos que eran manejados por las monjitas y así mismo ellas se hacían cargo del lavado de la ropa de los internos, limpieza de los pabellones y la alimentación, siempre con excelente trato.
Los semi internos eran los que viajaban en guaguas del Politécnico diariamente desde Baní y Santo Domingo, de manera que almorzaban junto a nosotros los internos en un amplio comedor en el área central de la institución, una verdadera algarabía.
SAN CRISTOBAL
UNA
Esta ciudad para la época estaba fuera de contexto en la geografía dominicana dado que hacía apenas cinco años que se había decapitado la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo Molina, ciudad de la que era oriundo y donde se mantenían los parámetros de organización, limpieza ciudadana y una sociedad clásica a la usanza del desaparecido dictador, a quien se le debe la fundación del Instituto Politécnico Loyola.
En ese año, el 1 de julio  de 1966,había ascendido a la primera magistratura del  Estado el doctor Joaquín Balaguer luego de finalizada la fratricida contienda armada que había iniciado el 24 de abril  de 1965 y las tensiones prevalecían en todo el ámbito nacional.
Estar en el Instituto Politécnico Loyola (IPL) me forjó una férrea disciplina, formación y excelencia académica, al igual que a muchos otros más, la que me ha acompañado toda la vida. Ni que decir que él IPL prevalece en mis recuerdos por encima de los años universitarios.
Pero quizás el mayor de los beneficios es la convivencia con personas de todo el país lo que nos ha permitido mantener esa amistad sincera por estos 50 años; mencionar un apellido en mi presencia es tener una ubicación geográfica del mismo en lo inmediato.
ANECDOTAS
Escribir las anécdotas de esos años requiere un capítulo aparte, pues desde fumar un cigarrillo un buen número personas hasta recordar la unión de sábanas para bajar desde el segundo al primer piso y sustraer los guineos en el comedor que dirigían las monjitas, son hechos que rememoran a personajes inigualables en el tiempo, parte de nuestras vivencias.
Como olvidar el ansiado cine de los domingos en la noche como colofón de la despedida de la semana y preparación de la siguiente sin dejar de citar la famosa película La Noche de los Generales que precedió a un disturbio estomacal durante toda la noche a los internos. Ese cine había que ganárselo pues una manera de castigo disciplinario era prohibiendo la asistencia al mismo.
El famoso Show de la Gravilla que a diario en el intermedio del almuerzo permitía que varios pusieran de manifiesto sus condiciones vocales, declamadores, maestros de ceremonias, en fin, un espectáculo que dió sus frutos y que era disfrutado por todos.
El 6 de noviembre de cada año era un día especial con los actos del Día de la Constitución, misa en la Catedral, desfile por la Avenida Constitución, acto en la Gobernación o el Ayuntamiento Municipal, con formalidad, vestimenta impecable y autoridades con presteza, personalidad, en fin, algo para mantener en nuestra memoria.
También en nuestro diario ajetreo hacíamos un alto el Día del Padre Rector en el que desarrollábamos competencias atléticas, veladas especiales del Show de la Gravilla y el almuerzo por todo lo alto, entre otras actividades.
Equipo del Instituto Politénico Loyola Campeón Nacional de Judo del 1971 al 1973, compuesto, de izquierda a derecha, por Carlos Miguel Socías Rodríguez, José Adolfo Uribe López, Santiago (Quiquito) Cuesta Díaz, Jaime Casanova Martinez y Francisco (Frank) Alcántara Mateo.

Equipo del Instituto Politénico Loyola Campeón Nacional de Judo del 1971 al 1973, compuesto, de izquierda a derecha, por Carlos Miguel Socías Rodríguez, José Adolfo Uribe López, Santiago (Quiquito) Cuesta Díaz, Jaime Casanova Martinez y Francisco (Frank) Alcántara Mateo.
AJETREO
No fue color de rosa esa prolongada estadía ya que solo con recordar el timbre para levantarnos a las 5:40 AM para estar en el aula de estudio a la 6:00 AM, donde previamente había que asearse, arreglar la cama y vestirse con el tradicional uniforme kaki, era todo un desafío diario. Obvio teníamos de guardar agua en un envase pues este preciado líquido normalmente brillaba por su escasez.
A las 7:00 AM podías abandonar el estudio solo si participabas en la misa y muchos los hacíamos, así mismo, antes de pasar al dormitorio a las nueve de la noche y es por eso que cuando me increpan por no ir a la iglesia les digo en tono jocoso pero real que hace años que agoté y cumplí esa cuota.
Otro de los beneficios de pasar por el Politécnico Loyola fue la facilidad para la práctica deportiva, lo que nos permitía ser potencia a nivel nacional en baloncesto, voleibol, beisbol, judo, fútbol, ping pong, entre otros deportes, dándonos una sólida formación atlética además de la férrea disciplina Jesuita. En mi caso particular practiqué atletismo, futbol y judo siendo en este último deporte donde obtuve significativos logros competitivos e importantes funciones dirigenciales tanto nacionales como internacionales que hasta el día de hoy son parte de nuestra vida.
La instrucción académica iniciaba a las 8:00 AM hasta las doce del mediodía con un receso de una y media hora para continuar hasta las cuatro y treinta de la tarde;  luego práctica de deportes hasta las seis y a las 6:30 PM cena para las 7:30 estudio finalizando a las 9:00 PM.
El contacto con el mundo exterior en los primeros años se circunscribía a una salida los domingos en la tarde a la ciudad teniendo como mayor atracción los paseos de las internas del Colegio San Rafael en el Parque Piedras Vivas frente a la Catedral de Nuestra Señora de la Consolación. Luego ya entrados los años de internado pasábamos al Pabellón 1 donde las facilidades de salida a la ciudad eran más frecuentes.
Como no recordar el Parquecito de Los Vagos y allí sentados ver un Casino de San Cristóbal con fiestas y lo mas graneado de la sociedad de la ciudad o el carro Ford LTD color verde de un funcionario gubernamental, cosas que añorábamos, o sea, participar en la primera y tener en la segunda. Bueno, teníamos que conformarnos con una que otra pieza musical que en su momento tocaba la banda de música municipal en la glorieta del parque.
Había una herramienta prohíbida dado que a las nueve de la noche era normal apagar las luces del dormitorio, los raditos de pilas, y con ellos debajo de la almohada nos enterábamos por medio de Radio Mil Informando de los pormenores de aquellos turbulentos años; recuerdo haber escuchado cuando las Estrellas Orientales, Los Paquidermos, ganaron su último campeonato del beisbol rentado en 1968.
No debo dejar de mencionar la preparación personal de cada uno de los Padres Jesuitas  de aquel entonces, su entereza y reciedumbre y con criterios de lealtad y fiabilidad, los que en su gran mayoría eran especialistas en física, química, matemáticas, en fin, una amplia gama del saber.
Los profesores con la categoría de excelentes y sin lugar a equivocarme una generación de sabios educando y preparando jóvenes para el futuro lo que dió sus frutos, ejemplos sobran en la vida nacional e internacional.
Recordar aquellos años es vivir y reforzar los valores que nos inculcaron en disciplina, honestidad, capacidad y hermandad, entre otros.
Me sería muy difícil nombrar uno a uno a los educadores o Padres Jesuitas, profesores y personal administrativo pues alguno obviaría y es por eso que prefiero un reconocimiento de mi parte a todos, sin excepción alguna.
Tengo la seguridad de que la institución que se fundó el 23 de julio 1952 y que fue inaugurada el 24 de octubre 1952 ha devuelto con creces a la sociedad dominicana la inversión realizada en sus ahora 64 años de existencia.
Dedico esta nota a mis hijos Natacha del Carmen, Jaiana, Jaime, Ilaime Consuelo, Jaime Joaquín, Odette Jaimée y Jaime Antonio.
(El autor fue alumno del Instituto Politécnico Loyola 1966-1973. Interno número 94)
(Exposición hecha en el Encuentro de historias, recuerdos y anécdotas de San Cristóbal, organizado por el periodista José Pimentel Muñoz, realizado en diciembre del 2016 en Librería Cuesta, de Santo Domingo).
JPM
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