Marina, Tiki Tiki y La Falacia

Cuando la capacidad de asombro parece estar agotada, cuando las informaciones sobre hechos delictivos parecen haber caído en la rutina, en lo repetitivo y sumario, aparece un hecho insólito, como si fuera un guion con cierta pica de genialidad siniestra que nos obliga a hacer una pausa reflexiva y nos lleva a hacernos algunas preguntas que nos inquietan.

La participación de Lisa Marina Elías García, Osmil Lamber García (Tiki Tiki) y Luis Alexander Lamber (Falacia), en el asalto que dejó herido de varios disparos al mayor de la Policía Domingo García Sugilio, miembro de la seguridad de la madre de la primera dama, Cándida Montilla de Medina, ha venido a trascender como un hecho con algunos elementos muy específicos que le dan una notoriedad especial.

Aunque los alias con que son nombrados estos sujetos parecen combinarse para ser presentados en una comedia, la acción delictiva conjunta de los mismos han terminado convirtiéndose en una escandalosa tragedia que nos muestra de forma dramática la irracionalidad y la falta de sentido con los que, en términos de justicia y protección ciudadana, se maneja esta sociedad.

En medio de este complejo trío lo que más sobresale es la personalidad de Marina. A pesar de contar con solo 28 años, detrás de ella hay un pasado traumático y pesaroso. Ella nos relata impávida, con una frialdad y lucidez que asombra, su prontuario de   forajida, de temida pistolera motorizada que como desafiante bribona de barricada se desplazaba en las calles de la ciudad. Su pose impertérrita y aplomada sale a relucir más aun en medio de un Tiki Tiki abatido por la policía y un Falacia pusilánime y aterrorizado que busca perdón e indulgencia por sus delitos.

Fría, serena, impasible, sin nada que parezca perturbarla, esta joven mujer describe así activa participación en algunos de los hechos que se le conocen. Lucidez, inteligencia  y una sorprendente soltura y corrección al hablar, Marina es digna de un estudio más minucioso y concluyente que nos ayude a encontrarle algunas respuestas a la personalidad que sale a relucir y que ha circulado en las redes y otros medios. Su padre condenado por homicidio a 20 años; su hermano, a quien vinculan en el caso por el que su padre está condenado, fue asesinado y su madre murió con SIDA

Las autoridades que manejaron el caso de esta joven tan lúcida, inteligente y temeraria, nos hace preguntarnos si no fueron capaces de darse cuenta el potencial que, para bien o para mal, porta esta joven. ¿Cómo fue que llegaron a un acuerdo tan torpe y poco efectivo que no implicara una mayor vigilancia y un seguimiento más cuidadoso y atento sobre los movimientos de esta joven?

El hecho de que esta mujer volviera por sus andadas viene a revelar que nuestra sociedad carece de una base comunitaria bien estructurada capaz de darle seguimiento a los antisociales y de desarrollar políticas y mecanismos para la restauración de las personas y para su propia protección.

Las juntas de vecinos, las asociaciones de padres, las iglesias, los clubes deportivos, las escuelas, las entidades orientadas a prevenir el delito, de gestionar la paz comunitaria y otras, funcionan aisladas y carecen de sentido de su propia existencia. No son capaces de articularse para crear condiciones para que su gente se supere y alcance niveles más elevados de vida.

Consideramos que una persona cumpliendo pena, con a la que se llegue a un acuerdo de libertad, no le basta con ir una instancia oficial a firmar un papel como garantía de que está cumpliendo con las condiciones acordadas. Con eso no es suficiente.   Cuando esta persona es dejada en libertad debe ser entregada a su comunidad, se le deben buscar formas creativas de integración a la sociedad, se debe hacer un compromiso con esa sociedad contra la que cometió sus faltas, debe recibir ayuda, debe recibir alguna terapia, tanto individual como social, deben abrírseles algunas puertas, no lanzarla a las calles y dejarlas a su propio riesgo.

Tenemos que apostar al surgimiento de una sociedad donde los mecanismos de mediación, prevención y control ante la conducta antisocial funcionen en una mayor capacidad.

Necesitamos dialogar con las instancias comunitarias hasta ver surgir una espiritualidad colectiva solidaria y renovada donde se promueva un modelaje de conductas sanas, de acuerdos pacificadores, de acercamientos constructivos, de recreación renovadora.

Mientras nuestros espacios de socialización comunitaria estén dominado por los colmadones, las bancas de apuestas, la ocupación de aceras para bebentinas y juergas; mientras nuestro reflejo social más inmediato sea la sensualidad provocativa, la exhibición licorera lujuriosa a la luz de todo el público,  estaremos promoviendo vidas vacías, vidas que llenan su ocio con acciones destructivas y degradantes de nuestra condición humana.

La fascinación por la violencia y el arrebato no pueden ser nuestros temas más enervantes y los que socializamos con más intensidad y frecuencia.

Alguna autoridad debió de proponerse hacer de Marina un modelo positivo, alguien debió, de los tantos que manejaron su caso, ver en ella un potencial para construcción social positiva, para el modelaje inspirador de mejores acciones; pero nuestros mecanismos, nuestros andamiajes sociales tan politizados y corrompidos, como siempre, volvieron a fallar.

Ahora estamos ante el dilema de Marina, para preguntarnos ¿Cuántas Marinas tenemos en nuestras calles? Les estará dando la exhibición de esta joven un nuevo perfil a la delincuencia femenina. Modela ella la anti heroína que creará fascinación y que atraerá otras chicas resentidas hacia prácticas antisociales de alto riesgo. Son estas las preguntas que ahora nos toca hacernos. Ojalá podamos responderla de la mejor manera.

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