Los amores de María Isabel

imagen
EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

María Isabel era una bella mujer nacida en un hogar de clase media alta en una isla donde el sol es más brillante que los diamantes y el mar más azul y más hermoso que el zafiro. Sus padres pertenecían a la oligarquía empresarial. María Isabel, desde muy temprana edad, soñaba convertirse en una concertista de ribetes internacionales extraordinarios. Por ello fue que sus padres la complacieron enviándola a estudiar música en la famosa academia Julliard, fundada en 1905 en Nueva York.

Aquella hermosa mujer de piel bronceada, ojos aceitunados y cuerpo de requinto bien cincelado se entrega al estudio de la filarmonía con entusiasmo y con pasión admirable. Se le veía caminar por la Quinta Avenida con su pelo color oro ondeado por los suaves embates de la fresca brisa primaveral y engalanado con una flor de una fragancia que enloquecía a los hombres, al estilo Elizabeth Taylor, la estrella o a lo Aymeline Valade, la sirena.

Nueva York parecía desplomarse de amor al paso de la hermosura de María Isabel. En una ocasión un joven apuesto neoyorquino súbitamente se arrodilla ante la imagen de esta virgen bella en forma de mujer y con sus puños cruzados sobre su pecho exclama a viva voz: «Sé que no puedo volar y posarme sobre la esquina más ardiente de tu corazón, precisamente por donde fluye como torrente de aguas dulces el líquido que te da vida y belleza, pero hay alguien que me hace sentir que lo puedo hacer y esa persona eres tú».

Aquella dramaturgia sorprendió a María Isabel agradablemente y de sus labios nacarados germinó una inmaculada sonrisa y unos dientes color de perlas se manifestaron resplandecientes y fue aquella espontánea y noble sonrisa lo que sedujo sentimientos y seguidamente se vieron caer suavemente piropos en forma de burbujas sobre su aureolada cabeza.

Los estudios de música continúan viento en popa y María Isabel se convierte en la estudiante preferida de la Julliard, más por su notoria perseverancia y dedicación, tratando de llegar a hacerse una concertista de fama universal, que por su belleza y refinamiento personal. Debido a sus grandes avances en el arte la notable academia Jullliard le ha reservado un asiento para asistir junto con otros estudiantes sobresalientes a un espectáculo musical de la Filarmónica de Nueva York.

Al nuestro personaje hacer su entrada al teatro donde se celebraría el concierto su presencia y su esbelta figura llamó poderosamente la atención de muchos de los asistentes. Algunos le saludaban aun sin conocerle creyendo haberle visto en alguna obra de teatro; al parecer la confundían con alguna actriz famosa de Broadway. A pesar que no era actriz, María Isabel devolvía los saludos que recibía con franqueza, elegancia y con una amplia sonrisa, como si con ella abriera la puerta de su alma y enseñara eso que le enaltece e iluminaba su vida.

Los profesores de la Julliard que acompañaban al grupo reducido de estudiantes le daban seguimiento sesgadamente al impacto que causaba María Isabel entre el exquisito público que acostumbra a asistir a esa clase de eventos. Sucedió que un joven que estaba sentado en la fila opuesta a María Isabel no le quitaba la vista. Al terminar la función el joven se le acerca medio confuso y le pregunta:

—¿Es usted por fortuna actriz?

—No, ¿Por qué me lo pregunta? —responde María Isabel.

—Es que su rostro es tan hermoso y su figura parece que fue tallada para filmar una de esas películas de amor del Hollywood romántico, como aquella titulada «Vacaciones en Roma», que tuvo como actores principales a Gregory Peck y Audrey Helpburn.

—Gracias por el alago. Estudio música en el conservatorio Julliard.

—¿De dónde vienes?, porque usted como que se me parece a la diosa Venus.

—¡Ja ja ja! Vengo de una isla donde la luz del sol disminuye al atardecer hundiéndose en el mar azul en una especie de romance en la que Poseidón hace las veces de testigo de aquella magia de la naturaleza.

—¿Se puede saber cuál es su nombre? —pregunta el joven.

—María Isabel.

—¿Y cuál es el suyo?

—David Bryan, Jr. —responde—. Y seguidamente repone: Mi padre estudió en la Julliard, igual que usted. Me llamo igual que él,  David Bryan. Él es compositor, cantante y toca piano, violín, guitarra, etc.

—Muy bien. Gracias por su conversación. ¡Adiós! —dijo María Isabel.

Aquella seductora conversación fue interrumpida por la profesora. Al marcharse del David Geffen Hall el joven gentil de aquel diálogo quedó aturdido e inmovilizado al ver la manera como la hermosa María Isabel caminaba con tanta armonía y ritmo y con un toque de gracia especial que te conduce a un éxtasis del cual no quisieras partir de este mundo terrenal.

Cuando María Isabel llega al apartamento que le alquilaron sus padres en la Quinta Avenida se echa en su cama, sube sus dos preciosas piernas hacia arriba, con su rostro mirando al techo de la habitación, como si este fuese el mismo cielo, y comienza a suspirar, tanto si anhelara que estuviera en ese momento junto a ella en aquella cama perfumada el joven Bryan. Pero ella se susurra en su propio pensamiento y exclama en la complicidad de su silencio que le reclama que tan dulce coincidencia en su acontecer no puede ser posible, al menos, por el momento.

El padre de María Isabel se encuentra fortuitamente con Michel Camilo en el Hard Rock Hotel & Casino en Punta Cana y establece un dialogo ameno y amigable con el afamado pianista y le dice:

—Me he enterado que eres egresado de la reputada academia Julliard de Nueva York.

—Sí, me gradué allí, en el Lincoln Center, y debo decirte que es una famosa academia de música y de otras manifestaciones artísticas que goza desde antaño de mucho prestigio académico —expresó con gran satisfacción.

—Debo informarte, Michael, que mi hija María Isabel es una excelente y apasionada estudiante de la Julliard, que yo espero que ella pueda hacer realidad sus grandes sueños que me comunicó desde niña.

—Me alegra sobremanera oír que tu hija haya elegido la hermosa ruta de la música. Te recuerdo que el filósofo alemán Nietzsche expresó que sin música la vida sería un error y yo creo firmemente en esa acertada declaración —enfatizó.

—Gracias Michel por tu gentileza y opiniones, las cuales para mí tienen un gran valor intelectual y emocional —expresó complacido el padre de María Isabel.

María Isabel termina su carrera en la Julliard School of Music y el conservatorio la recomienda para ofrecer un concierto de piano en el Carnegie Music Hall de Nueva York. Sus padres asisten a la premier a casa llena e invitan a Michel Camilo a que los acompañe, quien gustosamente acepta. Entre los invitados también estaba David, el hijo del afamado artista David Bryan, quien se tomó la libertad de invitar al destacado compositor y trompetista Miles David.

Entre los invitados estaba nada más y nada menos que Alan Greenspan, exdirector de la Reserva Federal, nacido en el Alto Manhattan y egresado de la Julliard, donde estudió clarinete y saxofón. La presentación de María Isabel arrancó aplausos delirantes del selecto auditorio. El padre del joven David, David Bryan, subió al escenario y junto a Michel Camilo, Alan Greenspan y Miles David felicitaron efusivamente a la hermosa concertista. El público vibrante de emoción por la grandiosa presentación de la hermosísima María Isabel permaneció de pie aun después de haber finalizado el grandioso espectáculo.

Una vez en su hogar provisional de Midtown, Manhattan, la joven artista comenzó a abrir las perfumadas tarjetas de felicitación que le enviaron jóvenes artistas ya consagrados, quienes atraídos por el talento y la belleza de María Isabel no perdieron tiempo en proponerle matrimonio, inclusive el hijo de un jeque árabe petrolero que estuvo presente en el espectáculo también le hizo a la joven artista promesa de boda por lo más alto de la realeza islámica.

Sin embargo, fue el talentoso pianista estadounidense David Bryan hijo quien una noche llena de esplendor de juventud plantó discretamente una semilla de amor que floreció en el corazón de María Isabel. En medio de un caluroso abrazo María Isabel le declama una estrofa del poema «Semilla de amor», de la autoría de Fernando Zeledón, con el cual quedó sellado esa noche y para siempre un vínculo amoroso tan fuerte que no tendría fin. Veamos:

«Hemos sembrado junto en el jardín frondoso de la vida, la semilla del amor, la hemos abonado con mucha pasión, amor, y emociones. Esta tarde de pasión regamos esa semilla con amor de nuestros corazones y en la mañana nostálgica la roseamos con los rocíos, que brotan de nuestros ojos. Quién diría que esa semilla germinaría con amor y dulzura y daría paso al fruto dulce, que es el pan del alma, pues fruto de esa semilla es nuestro amor».

Posiblemente, la magia de amor de la concertista María Isabel y David Bryan hijo sea la misma magia de La reina del Sur, la bella actriz y musa, Kate del Castillo y el Chapo Guzmán.

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
3 Comments
Nuevos
Viejos Mas votados
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios
yankee
yankee
8 Años hace

este amigo vive pintando pajarito en el aire,historia de algo bonito pero con un fin desabrido,creo que el sr se quedo en la edad del pavo.

ARISTOTELES GUTIERREZ
ARISTOTELES GUTIERREZ
8 Años hace

cuando usted no tenga tema ,no escriba que a la edad suya ponerse a escribir «babosadas» hace el ridiculo.

Geraldo el dominicanyork
Geraldo el dominicanyork
Responder a  ARISTOTELES GUTIERREZ
8 Años hace

ja ja ja tuvo buena esa