La tozudez de los seres humanos ¿tendrá la misericordia de Dios?

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EL AUTOR es investigador y asesor empresarial.

Al Rey Nabucodonosor se le reveló en sueño que todo, aún su gran poder en esta tierra es pasajero. Y se le advirtió que todo es dado por Dios, pero que la vida que es dada también por Dios, es eterna. Además se le reveló el advenimiento de un Reino que subsistirá para siempre, y que verá desaparecer todos los reinos de la tierra, pero él jamás será destruido (Capitulo 2 de Daniel).

Esto lo hizo el Señor porque ama al ser humano y no quiere que muera, sino que viva para siempre. La intención del Señor era que Nabucodonosor le reconociera como Dios y Señor y se convirtiera para que se salve él, y a través de él todos los pueblos que estaban sometidos a su poder.

Pero acto seguido, se lee en el  capítulo 3 de Daniel, que ese Rey Nabucodonosor, que hace poco había confesado que Dios es el Señor y único, había erigido una gran estatua de oro, en  representación de su poder, para que le adore su pueblo y todos los pueblos sometidos a su imperio.

Ahí está, pues, la necedad del ser humano.

Nabucodonosor finalmente fue destruido y murió  fuera de la gracia de Dios.

¿Pero por qué Dios quiere que el ser humano le reconozca como tal? No creo que Dios necesite ese tipo de reconocimiento de parte de los seres humanos, reconocimiento que se constituye en una alabanza, alabanza que tampoco necesita el Señor.

Dios es el que es, Él es el “Yo Soy” (Éxodo 3:14), el Ser que lo abarca todo. Es independientemente de todo y del ser humano también. Y siendo Él el que Es, también está presente en todas partes y en todo lo creado.

Pero además de ser ese ser abarcador, Dios por definición, es amor (1 Juan 4:8), y siendo amor, su naturaleza es amar. El amor supone entrega total e incondicional, y un deseo incontrolable de hacer todo aquello que sea necesario para que el otro esté bien.

Aclarado eso, volvemos a la pregunta: ¿Por qué Dios quiere que el ser humano le reconozca como tal? Porque sin lugar a dudas, es al ser humano a quien le hace bien reconocer al Señor como Dios único y verdadero.

Y le hace bien al ser humano, porque reconociéndole, se reconoce a sí mismo y reconoce y se reencuentra con su procedencia, lo que le da un sentido nuevo y una renovadora esperanza a su existencia, que es lo que realmente quiere decir conversión.

El ser humano fue creado a imagen y semejanza del Creador, hombre y mujer fue creado y de la misma naturaleza del Padre (Génesis 1: 26-27). Si la naturaleza del Padre creador es el amor, entonces, la naturaleza del ser humano también debe de ser el amor.

Pero para que esa naturaleza se revele y sea la fuerza motriz que impulse la humanidad, primero hay que reconocerle, encontrarle, volver a ella, saborearle, y dejarse poseer por ella. Es decir, volver al origen que le dio existencia y vida al hombre.

Por eso Dios quiere que el ser humano le reconozca como tal. Porque cuando eso sucede, entonces el ser humano pasa de mirarse a sí mismo en él, a mirarse a sí mismo en los demás; y ese simple cambio, que no es repentino, sino paulatino pero permanente, hace cambiar también el tipo de relación que tiene con su prójimo y con su entorno.

Entonces ya no serán sus Dioses el poder, el dinero, los placeres, ni los bienes materiales que pueda acumular, sino que su Dios será el amor, y reconocer y alabar el amor no puede ser malo, porque el amor en su esencia busca siempre el bien para los demás.

Sin embargo, somos tan ciegos y tan necios, que por más que se nos revele esa gran e importante verdad, preferimos negarla, no escucharla,  cerrar los ojos para no verla, y, con la excusa de la ciencia y la razón, justificar esa actitud.

Por eso hoy la humanidad va hacia su propia destrucción, destrucción de su existencia aquí, en la tierra, en su propio habitad y a su muerte definitiva, porque al no reconocer a Dios, es decir su origen, pues cuando le toque volver, tampoco podrá volver a su origen, que es de donde nace la vida.

c.aybar@nikaybp.com

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