La fidelidad en una sociedad que te enseña a ser infiel ¿Qué es la fidelidad?

(Parte I)

La fidelidad según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) es la observancia de la fe que alguien debe a otra persona y/o la puntualidad, exactitud en la ejecución de algo. Wikipedia la define como la capacidad espiritual, el poder o la virtud de dar cumplimiento a las promesas.

La define además como la capacidad de no engañar o no traicionar a los demás. Es un valor moral que faculta al ser humano para cumplir con los pactos y compromisos adquiridos. La fidelidad es entonces el cumplimiento de la palabra dada.

Vemos que ambas definiciones le otorgan un sentido amplio al término, a pesar de que  cotidianamente se asocia de manera más que nada a la relación de pareja, o la relación de amistad, pero con mayor fuerza a la relación de pareja.

Sin embargo, la fidelidad abarca mucho más que eso. Si la fidelidad es la virtud de poder cumplir las promesas, y la capacidad moral de no engañar y traicionar a los demás, entonces la fidelidad es aplicable a todos los ámbitos de la vida dónde exista relación entre los seres humanos.

Partiendo de lo anterior, se puede inferir que la fidelidad está íntimamente ligada a la integridad de una persona. Una persona con una moral incuestionable, es, por definición, una persona íntegra, entonces una persona íntegra debe de ser fiel y confiable.

Una persona fiel conduce su vida de acuerdo a unos valores morales que son aprendidos en el proceso de formación de la misma. Por ejemplo, reconocer al prójimo como un ser humano que merece ser tratado con respecto y dignidad, es un valor moral aprendido.

Pero algo pasa en las sociedades de hoy, pues se reconoce y se trata a las personas no por su valor intrínseco, que trae desde que nace por ser humano, sino que se reconoce y se trata por valores materiales adquiridos y posibilidades que tenga esta persona de facilitar a la otra la adquisición de bienes materiales.

En las sociedades de hoy la dignidad humana tiene precio. En principio, un conglomerado humano, llamémosle sociedad, debe de plantearse una construcción social en la cual la dignidad humana ocupe el primer lugar de la pirámide, es decir, el ser humano  debe ser lo primero.

En ese sentido, todo debe girar en torno a que se logren los medios para que cada ser humano de dicha sociedad sea tratado como tal y viva con la dignidad que por derecho humano le asiste. La vida de un ser humano no puede tener precio, ni su dignidad tampoco.

Una sociedad organizada de ese modo enseña a sus ciudadanos valores que les permiten ser íntegros, y siendo íntegros, ser confiables, es decir, fieles. Una persona educada en valores de ese tipo, respeta a su prójimo, trabaja para vivir, vive para servir y sirviendo ama, es una persona fiable.

Pero el mundo de hoy se ha convertido en un mundo competitivo y eso se refleja en las sociedades que componen ese mundo. En un mundo competitivo se vive para competir, y competir significa que gane el que más puede, es decir el más fuerte.

El más fuerte es el que tiene más recursos materiales, por lo tanto, prácticamente todos los seres humanos están atrapados en una carrera por lograr tener más, para ser más fuerte y ganar. Es una carrera sin sentido y que trae destrucción y muerte, aunque el hombre moderno le llame progreso.

Los valores en los que se educa a las personas en un mundo constituido de esa manera, son aquellos que estimulan y promueven la competencia. Pero el fin último de ganar es tener cosas y privilegios que otros no tienen y acumular bienes materiales. Por lo tanto, esos valores giran en torno al egoísmo, pues buscan satisfacer una necesidad individual, injusta, destructiva y carente de sentido.

Por lo general los valores que tienden a engrosar el egoísmo en los seres humanos, se pueden calificar como antivalores, pues un valor es aquello cuya práctica desarrolla la humanidad de una persona. Por ejemplo, la fidelidad es un valor, pues lleva a respetar a la persona.

De ese modo todo parece contradictorio, y es que las sociedades definen sus “valores” de acuerdo a sus objetivos, e intencional o no, disfrazan los antivalores de valores. Por ejemplo, si yo vivo en una sociedad competitiva, donde cada uno tiene su objetivo y sus problemas, entonces la bondad pasa a un lugar secundario o terciario.

Por eso nos vamos convirtiendo en personas indolentes, indiferentes e individualista, y esos son antivalores, pero que poco a poco se van asumiendo como valores. Y en una sociedad así, ser fiel a alguien, va a depender de hasta donde me convenga mantener esa fidelidad.

Tenemos que reflexionar sobre la sociedad en que vivimos y qué sociedad estamos construyendo. Hay que reconocer que el rumbo que lleva nuestra sociedad y nuestro mundo es autodestructivo, y que muchas cosas que la gente entiende que son valores, en realidad son antivalores, y es sobre ellos que estamos construyendo la sociedad de hoy.

Intentemos identificar varios de esos antivalores que la gente piensa que son valores, La capacidad de lograr bienes materiales en poco tiempo y con poco esfuerzo, es un antivalor que la gente lo asume como valor identificando a la persona que posee esa capacidad como audaz o listo.

La indiferencia la disfrazan de precaución, el egoísmo lo disfrazan como derecho a ser feliz, la desvalorización de la vida del no nacido, la asumen como el derecho de hacer con el propio cuerpo lo que el individuo quiera.

Pero cuando se intenta vivir con valores reales, toda la articulación de la sociedad responde para que la luz de una vida con valores no prenda, sino que se extinga rápidamente, y cuando no la pueden extinguir, el sistema la resalta como algo extraordinario y especial, un caso aislado que hay que aplaudir, pero dejando claro que la generalidad no puede ser así, porque así es dañino para el sistema.

Mi exhortación es a que abramos los ojos, busquemos una vida con propósito real, preguntemos permanentemente para qué y para quién hago lo que hago y si la felicidad detrás de la que ando es ilusoria o real. Preguntemos si vale la pena vivir para morir, o vivir para vivir aunque muera.

Porque el mundo en que vivimos y sus sociedades no están educando para que seamos fieles, sino para que compitamos entre sí, porque una sociedad en la que sus habitantes se tengan cada vez menos confianza, es una sociedad y un mundo destinado a desparecer.

Quizá el amor sea la solución, aquel que podemos definir como una fuerza que te impulsa a querer que el prójimo esté bien, al menos que merezca estar al igual de bien que tú; que merezca ser tratado exactamente igual que como tú quieres que te traten. Talvez si sustituimos la competencia como motor de desarrollo de las sociedades del mundo, por el amor, podamos llegar a tener ciudadanos fieles, y en una sociedad así, de seguro que se viviría mejor.

Saludos,

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