“La Era del vacío”: Una relectura de Lipovetsky 

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El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo

   En estos días ha estado accidentalmente sobre mi escritorio hogareño “La era del vacío (Ensayos sobre el individualismo contemporáneo)”, el conocido libro de Gilles Lipovetsky (originalmente publicado en francés en 1983 y traducido al español en 1986), y el recuerdo de algunas de sus apuestas de pensamiento me ha seducido para hacer una relectura de él en virtual clave de paráfrasis.  

   El texto es una reflexión sobre lo que el autor denomina “una nueva fase en la historia del individualismo occidental” (caracterizada por la personalización de todos los ámbitos de la vida humana, desde lo doméstico hasta lo político), en la que la sociedad posmoderna, que es abierta y plural, rompe con la disciplina (o la rigidez) y seduce con sus ofertas de “libertad”, provocando una “personalización social” que se expresa en un culto generalizado a lo individual. Por eso, sostiene, “vivimos una segunda revolución individualista” (la primera data de 1700 a 1960).  

   Más específicamente, ese proceso de personalización social implica un “tipo de organización y de control social que nos arranca del orden disciplinario-revolucionario-convencional” que conocimos en el pasado reciente, rompe con “la socialización disciplinaria”, y tiende a la creación de una sociedad flexible cimentada en la información y en la promoción de las necesidades, el sexo y la asunción de los “factores humanos”, así como en el culto a lo natural, a la “cordialidad social” y al sentido del humor. 

   En ese mismo sentido, se promueve el libre despliegue de la personalidad íntima y de la búsqueda del placer, encaminándonos hacia una creciente adaptación de las instituciones a las aspiraciones de “ciudadano concreto”, de modo tal que el individualismo hedonista, personalizado, se ha legitimado a la luz de las nuevas realidades, y ha inaugurado una era en la que revolución social, el escándalo por la falta de pudor y la esperanza en un porvenir colectivo mejor se consideran elementos de una “época superada”. 

   Asimismo, la posindustrial ha devenido no una sociedad de servicios sino de autoservicio, y las “relaciones de producción” han sido reemplazadas por las relaciones de seducción: “… el autoservicio, la existencia a la carta, designan el modelo general de la vida en las sociedades contemporáneas que ven proliferar de forma vertiginosa las fuentes de información (y) la gama de productos expuestos en los centros comerciales e hipermercados tentaculares, en los almacenes o restaurantes especializados”. 

   En otras palabras: la sociedad posmoderna, caracterizada por una tendencia global a reducir las relaciones de autoridad y a acrecentar las opciones privadas, remodela el mundo según un proceso sistemático de personalización que multiplica y diversifica la oferta, sustituye la sujeción uniforme por la libre elección, la homogeneidad por la pluralidad, y la austeridad por la realización de los deseos. 

   El autor también reflexiona sobre la “desmovilización de las masas”, la desaparición de las ideologías y el retroceso en las creencias religiosas, como bases para la aparición de una sociedad en la que el individuo es indiferente ante el entorno y sus congéneres. De este manera, el espíritu de la época (que ya no asume la angustia y la nostalgia del sentido que eran propias del existencialismo o del “teatro del absurdo”) es la indiferencia, aunque no la desidia: una indiferencia ante el otro, una insolidaridad ineluctable, una estética fría de la exterioridad y la distancia, pero de ningún modo de la distanciación. Y esto se ha combinado con el abandono del gusto por el saber, el desprecio por el sentido crítico y una tendencia a la sumisión ante la injusticia, lo que en la política ha generado un aumento de la abstención y la puesta en moda de lo intrascendente o lo simplemente espectacular. 

   Para Lipovetsky, esa indiferencia es una deserción de las viejas causas, un “desasimiento” social, e involucra una nueva conciencia, si bien dispersa. Pero tal indiferencia no significa pasividad, resignación o mistificación. El tipo “cool” no es “ni el decadente pesimista de Nietzsche ni el trabajador oprimido de Marx”: se parece más al telespectador probando por curiosidad uno tras otro los programas de la noche, al consumidor llenando su carrito, o al que va de vacaciones dudando entre unos días en la playa o de camping.  

   Como el hombre indiferente no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas, en la era posmoderna no hay planes ni programas (sólo frases “cohete” que se imponen en las conversaciones, los centros de diversión, las organizaciones, los centros educativos, los partidos y hasta en las iglesias), y la libertad, como la guerra, ha promovido la extrañeza absoluta ante el otro: el sistema estimula la individualidad para que cada quien, solo, “aprenda” a ser feliz, pues sólo a él le interesa su vida. 

   El autor parejamente se refiere al “nuevo tipo de narcisismo” de la sociedad posmoderna: no sólo amar la figura que refleja el espejo, sino también lo que se siente ser y representar. Este narcisismo, como “nuevo estadio del individualismo”, prefigura “un perfil inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo”, y surge precisamente cuando “el capitalismo autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista y permisivo”.  

   En la posmodernidad lo público se desprestigia, las grandes cuestiones filosóficas, económicas o políticas no importan a nadie, y la sociedad se va neutralizando y banalizando. Pero la esfera privada sobrevive: la gente cuida su salud, se desinhibe, vive para esperar las vacaciones, no cree en ninguna idea. Como si dijéramos: estamos en el fin del “homo politicus” y en el nacimiento del “homo psicologicus”, al que sólo le interesa su ser y su bienestar particulares.

 Por eso, quiere vivir en el presente, sólo en el presente, y no le interesan el pasado ni el futuro, pues preocuparse por estos es perder su precioso tiempo en esta “corta” vida. Y una importante secuela de esa transformación es la erosión del sentimiento de pertenencia a una “sucesión de generaciones enraizadas en el pasado y que se prolonga en el futuro” engendrando una sociedad narcisista: como hoy “vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por nuestras tradiciones y nuestra alteridad, el sentido histórico ha sido olvidado de la misma manera que los valores y las instituciones sociales”.  

   Finalmente, el autor cavila sobre el significado y los efectos de la transición del mundo desde la época moderna a la llamada posmoderna. En este respecto, la noción de lo posmoderno, para el autor, no es clara, pues “remite a niveles y esferas de análisis difíciles de hacer coincidir”, y por ello se pregunta qué significa: “¿Agotamiento de una cultura hedonista y vanguardista o surgimiento de una nueva fuerza renovadora? ¿Decadencia de una época sin tradición o revitalización del presente por una rehabilitación del pasado? ¿Continuidad renovada de la trama modernista o discontinuidad? ¿Peripecia en la historia del arte o destino global de las sociedades democráticas?”.  

   El libro rememora que mientras el capitalismo se desarrolló con el empuje y bajo la dirección de la ética protestante, el orden tecno-económico y la cultura formaban un conjunto favorable a la acumulación del capital, al progreso, al orden social, pero en la medida en que el hedonismo se va imponiendo como valor último y legitimación del capitalismo, éste va perdiendo su carácter de totalidad orgánica, su consenso, su voluntad. “La crisis de las sociedades modernas es ante todo cultural o espiritual”. 

   También nos recuerda que el modernismo fue considerado uno de los aspectos del proceso secular que desembocó en las sociedades democráticas basadas en la soberanía del individuo y del pueblo, liberadas de la sumisión a los dioses, de las jerarquías hereditarias y del poder de la tradición. Así, fue una prolongación cultural del proceso político-jurídico de fines del siglo XVI que culminó con la empresa revolucionaria y democrática que constituyó una sociedad sin fundamento divino (“expresión de la voluntad de los hombres que se reconocen iguales”). O sea: el modernismo no contradice el orden y la igualdad, sino que es la continuación por otros medios de la revolución democrática.  

   “En el curso de los años sesenta el posmodernismo revela sus características más importantes con su radicalismo cultural y político, su hedonismo exacerbado: revuelta estudiantil, contracultura, moda de la marihuana y del L. S. D., liberación sexual… películas y publicaciones pornopop, aumento de violencia y de crueldad en los espectáculos (y) la cultura cotidiana incorpora la liberación, el placer y el sexo”. La era posmoderna no es propiamente una ruptura con la modernidad: es la prolongación y generalización de una de sus tendencias constitutivas: el proceso de personalización. De ahí que el presente no es un momento absolutamente inédito en la historia.  

    La información y el hedonismo, exigiendo “igualdad de condiciones”, elevan el nivel de consumo y “culturizan” a la gente para lo ligero, estimulan la “liberación” femenina, defienden las minorías sexuales, deifican la juventud como estadio humano, folclorizan la originalidad, y le dan un mismo valor a un best-seller y a un premio Nobel. Es simple: “…la edad heroica del hedonismo” ha pasado, pues ya no bastan “ni las páginas de oferta y demanda erótica multiservicio, ni la importancia del número de lectores de las revistas sexológicas, ni la abierta publicidad de que gozan la mayoría de las perversiones”. 

Así, el autor ve en el hedonismo posmoderno “la contradicción cultural del capitalismo”, pues “Por una parte la corporación de los negocios exige que el individuo trabaje enormemente, acepte diferir recompensas y satisfacciones, en una palabra, que sea un engranaje de la organización”, y por la otra “anima al placer, al relajamiento, la despreocupación. Debemos ser concienzudos de día y juerguistas de noche”.  

   No lo puedo negar: la relectura de “La era del vacío” me ha dejado un sabor acre en el alma, pues sigue retratando con increíble exactitud, a casi tres decenios de su publicación, importantes “zonas grises” de la sociedad y el ser humano de la posmodernidad. 

lrdecampsr@hotmail.com  

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Tareck El Aissami
Tareck El Aissami
1 Año hace

al leer el título pensé que era un estudio sobre el coeficiente intelectual de la mayoría de funcionarios y directivos del gobierno.

Miguel Espaillat
Miguel Espaillat
1 Año hace

¿cual es la solución a esta debacle social?

Rafael Morales
Rafael Morales
Responder a  Miguel Espaillat
1 Año hace

la única solución es jesucristo. no hay otra no la harà. «y conoceréis la verdad y seréis verdaderamente libres».el posmodernismo es una realidad social que conduce al desorden y al vacìo existential , cristianismo en cambio, es la verdad de un dios que tiene el control , que llena de gozo, paz y seguridad.

Miguel Espaillat
Miguel Espaillat
Responder a  Rafael Morales
1 Año hace

amén…aleluya…