El suicidio de Don Antonio Guzmán y la reacción de Balaguer

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Pedro Gil Iturbides

Mi hermano Antonio me llamó sobre las 12:30 de la noche. “Sal de la casa”, pidió. Y a seguidas informó: “Dieron un golpe de Estado”.

Leía en ese momento. Mi reacción, por consiguiente, fue negativa. “No existen razones para salir de la casa”, argumenté. Y me quedé leyendo.

Un rato después volvió a llamarme. No, no era un golpe. “don Antonio se suicidó”.

“¿Cómo que se suicidó? ¿don Antonio? ¿El Presidente?”.

Antonio procedió a ponerme al tanto de cuanto le dijese, momentos antes, nuestro amigo Jacobo Majluta, vicepresidente de la República, y por consiguiente, sucesor.

Jacobo llamó a directores de Medios de Comunicación. A cada uno ofreció la inesperada noticia y los citó para asumir, con ellos como testigos, la Presidencia de la República.

BALAGUER

Y a continuación Antonio comentó: “Jacobo me llamó porque desea le informes al Presidente Balaguer”. Para cumplir tal encargo deseaba obtener más datos de lo acontecido.

Vivía yo en la urbanización Paraíso, en casa alquilada a mi amiga Ángela Amengual. Por tanto, bajé de inmediato hasta la residencia del Presidente, en la avenida Bolívar, en donde hoy se encuentra la Torre del Sol.

Viuda, yerno e hija se encontraban en el hospital militar doctor William Litghow Ceara. Salían al momento de mi llegada el licenciado José María Hernández, el yerno y la hija, licenciada Sonia Guzmán de Hernández. Al verme, se detuvieron para informarme. Su padre acababa de ser declarado clínicamente muerto.

Con los datos ofrecidos por ambos, decidí tomar camino hacia la casa del doctor Balaguer. Rondaban ya las 3:00 de la madrugada e increíblemente para mí, el exmandatario estaba despierto.

-¿Es verdad lo del suicidio?

No necesitó citar nombre. Conté, desde la llamada de Antonio a mi conversación con Sonia y su esposo. Al término de mi exposición pidió:

-Acuda de nuevo ante ellos. Dígales de mi deseo de acompañarlos en la exposición del cadáver. Sin duda el velatorio se hará en Palacio, pero pregúntele y deme los detalles.

Tomé el camino de la avenida Bolívar, hacia la vivienda del fenecido Presidente. La cuadra misma, no ya la casa, estaba arropada por amigos y curiosos. Debí estacionarme en lugar cercano e ir a pié hasta la casa.

Cuando José María me vio, pidió permiso a visitantes que saludaban a la familia. Transmití el deseo de Balaguer y él, por su parte, entendió la existencia de un interés por transmitir las condolencias por teléfono.

Debido a ello, debí llamarle a Balaguer, por un teléfono inalámbrico que él mismo puso en mis manos. Hablaron él, doña René y Sonia.

Al retomar el teléfono, José María conversó por nueva vez con él y ambos acordaron lo relacionado con la presencia del ex mandatario en el velatorio: “el doctor Balaguer desea vuelvas a su casa”, me dijo al término del intercambio.

Balaguer no retornó a acostarse, según me dijo. Partidarios o meros conocidos ocupaban sus horas, ofreciéndole noticias o rumores sobre este lamentable deceso.

DEFENSA

Cuanto le habían contado motivó otro recado.

-Llame al yerno de don Antonio y dígale que si se materializa la amenaza de Jorge Blanco, volveré a vestir la toga en defensa del honor de esa familia y de la memoria del difunto.

No llamé. Retorné a la casa en donde el gentío era menor y solamente José María recibía a los presentes.

Hechos a un lado, en una salita al fondo de la vivienda, transmití el mensaje. José María se emocionó y me pidió tiempo para despachar a varios amigos.

Cumplida esta misión, llamó a la esposa y a la suegra, las cuales lucían ya los efectos del irreparable dolor y del cansancio. Al escucharme, doña René me dio un conmovedor abrazo.

A seguidas me pidió llamarle al doctor Balaguer. A él no solamente transmitió la gratitud de su familia sino unas emocionantes expresiones de afecto.

Llegábamos a las 6:00 de la mañana. Ellos decidieron no volver a la cama, sino prepararse para ir a Palacio.

 

JPM/of-am

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