El Pequeño Burgués

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El autor es economista. Reside en Santo Domingo.

Cuántos colores, cuántas facetas

Tiene el pequeño burgués

Silvio Rodríguez (Canción en Harapos)

Cuentan de un señor que se pasó varios días deambulando perdido, aturdido porque le habían descubierto que escribía en prosa. Había estado escribiendo en prosa toda la vida ¡y no lo sabía! Increíble. Algo parecido sucede con otras muchas cosas. Que somos, que tenemos, que hacemos. O, a la inversa, que no somos, que no tenemos y que no hacemos. Igual cuentan de un estudiante que cuando el profesor le espetó que era un “ecléctico” le respondió: “ No, profesor, yo soy católico.” U otro, que le preguntaron si era heterosexual, a lo que respondió: “No, yo soy normal.” (Bueno, en estos últimos tiempos esto no es tan así)

A lo que vamos: todos en el mundo –y mundo en este contexto no es un término retórico- somos o aspiramos a ser clasemedieros. Antes que a ser grandes burgueses, aunque hay quienes ésta es su aspiración, sin lugar a dudas. Pero digo que la inmensa mayoría nos transamos con lo de clase media, la alta burguesía es asunto muy complicado.

Por supuesto, nadie quiere ser proletario, trabajador pobre sin calificación y remuneración pírrica. Nadie, salvo un par de locos, los que se proletarizan (conocí uno hace muchos años) como forma concreta de conciencia política. El proletario lo es a la fuerza, porque no tiene opción. Porque es lo que le ha deparado el destino.

Sin embargo –y aquí es dónde está lo interesante del asunto-, nadie quien es, o aspira a ser clase media lo reconoce y admite. Menos lo justifica y defiende. Pareciera que ser clase media es vergonzoso. Un objetivo mediocre y pecaminoso. Cobarde. Claro que eso de “clase media” es más potable. Neutro, convencional. Aséptico. Cambiemos lo de clase media por pequeña burguesía: ninguno de nuestros rutilantes neo marxistas culturales, izquierdo liberales tendrían reparo en admitir que son clase media –otra cosa es absurdo, medido el asunto por el nivel de ingreso y de riqueza-, pero negarían hasta el final que son pequeño burgueses. Aunque en los términos clásicos (pongamos a Marx entre ellos) tartamudearían por horas tratando de colocarse en algún lugar: proletarios no son, burgueses (capitalistas) tampoco. Entonces, ¿qué queda, qué otra posibilidad? Bueno, queda el cuento aquel de pequeños burgueses “con conciencia social”.

El cambio de términos hace toda la diferencia y hay razón para ello. Lo de clase media es un asunto cuantitativo y relativo que, por ello, puede ser enteramente coincidencial. Fortuito, pero sobre todo intrascendente. Se puede ser clase media pero haber entregado el corazón a los desposeídos, por decir. Aquí, como siempre, cuerpo y alma se escinden como en Descartes, sólo que esta vez se trata del nivel personal de vida y la actitud respecto de las diferencias sociales. En menos palabras, se puede vivir bien –ser de clase media- y tener una buena conciencia proletaria. Si esto es o no posible, si es o no una contradicción, pues eso lo dejamos para después. Mientras tanto no les causa indigestión a nuestros medio izquierdosos.

Lo de clase media es convencional, pero lo de pequeña burguesía no. Desde el Manifiesto Comunista, Marx reconoce a la burguesía su rol revolucionario al desbancar el feudalismo e imponer un sistema totalitario. Mientras más capitalista fuera el capitalismo, más rápido caería. En el otro extremo, siempre hizo del proletariado un romance. Una epopeya, una tragedia y un romance. Lo que en los capitalistas era vicio y pecado, entre los proletarios era virtud y generosidad. Solidaridad, hermandad. El capitalista marxiano no tenía ninguna virtud sino la codicia. Es incapaz de dar los buenos días con una sonrisa. Por su lado, el proletario es incapaz de ningún vicio o bajeza (aunque los admite en algunos lugares, atribuyéndolos a la condición a que los reduce el capitalista: a final de cuenta éste es el culpable de todo, hasta de su propia extinción) Y no es que se detiene mucho a analizar cómo los ricos salen de entre los pobres, para luego seguir como ricos o regresar a su condición anterior.

La aversión hacia el pequeño burgués es comprensible. Lo primero, demuestra en la práctica la falsedad de la teoría que postula que las clases se irán polarizando: cada vez menos ricos, cada vez más pobres, cada vez menos en el medio. En la medida en que haya más gente en el medio, en la medida en que el medio sea cada vez más un objetivo, más lejos el derrumbe capitalista. De ahí la necesidad de denunciar una contradicción inexcusable, una traición: los pequeños burgueses se sienten lo que no son. Se sienten burgueses cuando lo que son es proletarios en potencia. Por ello son falsos, superficiales, tibios. Revisionistas, conservadores. Curiosamente, la materia gris de la sociedad política, para un fin como para otro, está en la clase media. Vale decir, entre la pequeña burguesía.

Pequeña burguesía que siempre se ha sentido culpable de las acusaciones que le han servido desde dentro. Una forma de histeria. Todavía se puede entender la función social del capitalista. Y del proletariado. El primero es el propietario del capital social, y maneja los vicios que son imprescindibles para la producción material. Los otros hacen el trabajo. Pero, ¿y la pequeña burguesía? Queda como un sobrante, una rebarba. Una excrecencia. Sobre todo si se postula que su objetivo es la alta burguesía hasta donde muy poquísimos lograrán acceder. Sería entonces la clase de los estúpidos, de aquellos que dejan el forro y la vida por algo que saben de antemano que no van a obtener. Y ciertamente es así, la clase media se maneja entre muchas contradicciones.

Sin embargo, ¿por qué consideramos una sociedad de clase media –de pequeños burgueses, vale decir- como la más deseable entre las sociedades posibles? ¿No es la sociedad de pequeños burgueses el american dream? Ser pequeño burgués es más que conveniente, no tanto por lo que como tal se tiene sino por lo contrario, por lo que no se tiene. No se tienen las precariedades de los proletarios, como no se tienen los problemas de los capitalistas. Una cómoda medianía que permite progresar en otros planos. Como viajar: los de abajo no tienen el dinero, los de arriba no tienen el tiempo. Sólo los del medio pueden viajar. Sólo a los masoquistas les puede disgustar. O a los “izquierdistas”, siempre deambulando histéricos con la cara frente a un espejo, buscando una identificación que se les escabulle. Que cuando tienen a la mano y piensan agarrar, cambia. Y que luego de un cambio viene otro. Y otro. Que los tiene dialécticamente desquiciados. Porque siempre o nunca son. Y no son. O al revés. Lo que sea, no importa.

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