El flagelo del narcotráfico

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EL AUTOR es politólogo y catedrático universitario. Reside en Santo Domingo.

«Busco la paz y siempre he creído en la paz», Pablo Escobar

Adolescentes sicarios de Medellín eran pagados por Pablo Escobar para asesinar policías, como parte de su guerra contra el Estado colombiano. Uno de ellos, interrogado por la policía colombiana en 1989, afirmó que «no esperaba» superar los 22 años.

Escobar reclutaba jóvenes sicarios de los barrios más pobres de Medellín y les pagaba 100 dólares por cada policía que asesinaran. Los reclutaba un profesional del crimen llamado Popeye, quien era asistente del que fue el narcotraficante más grande del mundo: Pablo Escobar.  Este Popeye decía, con todo descaro, que en un país con tanta violencia es «un trabajo» lícito matar gente.

Pero además, Escobar realizaba muchas obras de carácter social, las cuales ayudaban a los más necesitados de Medellin, su ciudad natal, y fomentaba la práctica deportiva supuestamente con el propósito de tener jóvenes más sanos y útiles para su país. Precisamente, la doble moral de quien producía y distribuía drogas que malograban a la juventud en todas partes.

Es así que por primera vez el mundo escuchaba la palabra narcoterrorismo. Y mientras el narcoterrorismo se expandía y se asociaba a las tradicionales guerrillas por toda Colombia, Pablo Escobar asistía a misa como un católico fervoroso. Este era un hombre que podía rezar y matar al mismo tiempo. Ello no es totalmente extraño, ya que los narcotraficantes de «las favelas» de Río de Janeiro hacen su trabajo criminal orándoles a santos y a la Virgen María.

En los últimos años, en República Dominicana estamos viendo hechos vinculados al tráfico de drogas que nos están dejando pasmados. Y, por lo visto, veremos muchos más. El gran problema planteado estriba en que en un país como el nuestro, con una institucionalidad mediocre, una justicia de pacotilla y políticos que quieren triunfar «a toda costa», los narcotraficantes gozarán de mucho poder e impunidad.

Por desgracia, caminamos hacia un callejón sin salida, toda vez que la falta o fracaso de políticas públicas que realmente enfrenten este flagelo reduciéndolo a su mínima expresión, es una de las mayores disfunciones prevalecientes en nuestra sufrida nación. Por tanto, atrapados en dicho callejón, recordaremos lo que debimos hacer y no hicimos, y recordaremos también a los políticos que permitieron este flagelo, porque sólo persiguieron la riqueza personal y el poder «por el poder».

 

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