El enemigo no soy yo
Fragmentos del discurso de José
Carvajal en la presentación de “La manía de narrar” del escritor dominicano Efraim Castillo. Entendemos que por tratarse de un volumen de “cuentos reunidos” o una “antología personal”, pues ambas frases aparecen como subtítulos —una en la portada y otra en la portadilla—, “La manía de narrar” está llamado a ser un libro representativo de la obra de uno de los principales narradores del país, pero la edición patrocinada por el sello Ferilibro no es una propuesta saludable, por la falta de un estudio, de una introducción, que coloque a Efraim Castillo en el contexto que le corresponde no solo en relación con la literatura dominicana, sino también con las corrientes de la narrativa de América latina. (…)Sin embargo, antes de aplicar esa nueva propuesta de lectura, debemos reconocer que dentro de toda limitación, los pocos críticos dominicanos que tenemos han hecho una labor encomiable, pero por alguna razón no han sabido, o no han podido, o no han querido, quitarle la sal y la arena a nuestra literatura para exponerla en el contexto latinoamericano y compararla con las corrientes locales de otros países. (…) El discurso crítico dominicano debe ser también objeto de estudio, para determinar cuánto ha contribuido la crítica al desarrollo de nuestra literatura. Me he topado con aproximaciones raras, que lejos de aportar soluciones desalientan la labor de los creadores y alimentan el pesimismo literario y el rechazo a descubrirnos más allá de nuestras posibilidades; deberíamos atrevernos a perforar la arena de nuestras playas y seguir el rastro de los cangrejos para dar con la carta de navegación que necesitamos para zarpar a otras latitudes. (…) No quiero concluir sin traer a la literatura dominicana un concepto de economía que se ha mencionado mucho en los últimos años en Estados Unidos. Y es el “techo de la deuda”. Techo en este caso significa límite y supone una barrera física a lo que crece de forma vertical. Cuando la masa de cualquier tipo alcanza la altura del techo, solo queda abrir ventanas para airear el espacio y permitir que dicha masa se expanda y busque otras formas de elevarse. Eso ya ocurre con Efraim Castillo y otros narradores dominicanos como Roberto Marcallé Abreu y Marcio Veloz Maggiolo, que con sus obras chocaron el techo. Otros chocan el techo con una sola obra exitosa, como Pedro Vergés y su novela ‘Solo cenizas hallarás’; también los hay que chocan silenciosamente el techo y se ovillan en sí mismos, como Pedro Peix. Cuando ocurre todo eso, el autor no tiene la capacidad de preocuparse de nada más que de seguir escribiendo. Y es ahí donde entra en juego la política cultural de un país, la protección y el incentivo oficial y privado para desarrollar un sistema que permita el crecimiento y la difusión a gran escala de la literatura que vale la pena, que no es toda. Ese sistema, en este caso literario, debe apoyarse primero en manos expertas que comprendan las dos vertientes: la del mundo profesional del libro y la situación del escritor. Parte de esa comprensión ha faltado en este volumen de cuentos reunidos de Efraim Castillo, un autor que ha bajado hoy de las montañas para venir a defender sus demonios de cualquier ataque insolente. Lo que no se sabe todavía es de quién deberá defenderlos, porque el enemigo no soy yo.FRAGMENTOS DEL DISCURSO DE JOSE CARVAJAL en la presentación de “La manía de narrar” del escritor dominicano Efraim Castillo. Entendemos que por tratarse de un volumen de “cuentos reunidos” o una “antología personal”, pues ambas frases aparecen como subtítulos —una en la portada y otra en la portadilla—, “La manía de narrar” está llamado a ser un libro representativo de la obra de uno de los principales narradores del país, pero la edición patrocinada por el sello Ferilibro no es una propuesta saludable, por la falta de un estudio, de una introducción, que coloque a Efraim Castillo en el contexto que le corresponde no solo en relación con la literatura dominicana, sino también con las corrientes de la narrativa de América latina. (…)Sin embargo, antes de aplicar esa nueva propuesta de lectura, debemos reconocer que dentro de toda limitación, los pocos críticos dominicanos que tenemos han hecho una labor encomiable, pero por alguna razón no han sabido, o no han podido, o no han querido, quitarle la sal y la arena a nuestra literatura para exponerla en el contexto latinoamericano y compararla con las corrientes locales de otros países. (…) El discurso crítico dominicano debe ser también objeto de estudio, para determinar cuánto ha contribuido la crítica al desarrollo de nuestra literatura. Me he topado con aproximaciones raras, que lejos de aportar soluciones desalientan la labor de los creadores y alimentan el pesimismo literario y el rechazo a descubrirnos más allá de nuestras posibilidades; deberíamos atrevernos a perforar la arena de nuestras playas y seguir el rastro de los cangrejos para dar con la carta de navegación que necesitamos para zarpar a otras latitudes. (…) No quiero concluir sin traer a la literatura dominicana un concepto de economía que se ha mencionado mucho en los últimos años en Estados Unidos. Y es el “techo de la deuda”. Techo en este caso significa límite y supone una barrera física a lo que crece de forma vertical. Cuando la masa de cualquier tipo alcanza la altura del techo, solo queda abrir ventanas para airear el espacio y permitir que dicha masa se expanda y busque otras formas de elevarse. Eso ya ocurre con Efraim Castillo y otros narradores dominicanos como Roberto Marcallé Abreu y Marcio Veloz Maggiolo, que con sus obras chocaron el techo. Otros chocan el techo con una sola obra exitosa, como Pedro Vergés y su novela ‘Solo cenizas hallarás’; también los hay que chocan silenciosamente el techo y se ovillan en sí mismos, como Pedro Peix. Cuando ocurre todo eso, el autor no tiene la capacidad de preocuparse de nada más que de seguir escribiendo. Y es ahí donde entra en juego la política cultural de un país, la protección y el incentivo oficial y privado para desarrollar un sistema que permita el crecimiento y la difusión a gran escala de la literatura que vale la pena, que no es toda. Ese sistema, en este caso literario, debe apoyarse primero en manos expertas que comprendan las dos vertientes: la del mundo profesional del libro y la situación del escritor. Parte de esa comprensión ha faltado en este volumen de cuentos reunidos de Efraim Castillo, un autor que ha bajado hoy de las montañas para venir a defender sus demonios de cualquier ataque insolente. Lo que no se sabe todavía es de quién deberá defenderlos, porque el enemigo no soy yo.