El discurso que no se esperaba

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EL AUTOR es abogado.

El Presidente sabe a consciencia que la verdad es otra. Empero, la circunstancia creada por el desenfreno de los potros obscuros que corren en la selva política de la isla de los diablillos hambrientos por cargos y dinero le hizo aligerar el canto del ave pavita del mal agüero que tiene el poder de embrujar o de presagiar alguna calamidad. Nada más perjudicial o más calamitoso para una sana democracia que proclamar la reelección.

Resulta frustrante para un pueblo que desee oír con gran expectación y esperanza las grandes propuestas políticas, económicas y sociales de labios de sus gobernantes. Tales pronunciamientos le permiten suponer que su ilusión de progreso ni está en una lejanía fría y apartada ni tampoco navega libre por haber perdido sus anclas invisibles, no obstante la aparente pericia del capitán.

DESENCANTO

Esa acerba y penosa sensación que experimenta el pueblo al sentirse olvidado en las páginas de un discurso provoca desencanto y frustración. Sin embargo, ante ese impacto habría que decirle al pueblo, como expresara el poeta: «Levanta el ánimo que la fiesta, aunque acabó, fue una fiesta y gran sorpresa ya causó».

No hubo ninguna palabra de aliento para el pueblo ante tantas penurias y profundas ansiedades; solo se escuchaba en cada frase aquella voz fría y políticamente calculadora del Presidente que señalaba un punzante egoísmo hedonista, como si se tratara del filósofo Aristipo, quien dijo, sin una migaja de altruismo, que «su placer es más importante que el placer de los demás».

Decir, como expresara el Presidente en su discurso del diecisiete de junio, que «cuanto más estemos al lado del desarrollo y de la innovación más rápido y más profundo será el cambio». Cómo creer, aun con el 4%, que en el país existen las inteligencias capaces de innovar y la presencia estimulante de un Estado que realmente promueva con pasión y recursos la creatividad cuando por lo contrario se sabe que la revolución de las ideas progresistas suele aparecer difusa y casi nula en el tiempo, cuando las instituciones son manipuladas y pierden el sentido de ser.

PIRUETA

Otra gran pirueta política del jefe del Estado, cargada de aventura, fue expresar, sin el menor sonrojo, que: «En lo social, estamos consiguiendo una mejoría constante en la vida de la población, con la disminución de los niveles de pobreza, desnutrición y desigualdad».

 

Y como si fuera el personaje aquel pálido del poema de Pedro Bonifacio Palacio, El gran soñador, sin dar ningún giro ni a la derecha ni a la izquierda, vuelve y dice el Presidente: «…logramos un dinamismo económico cercano al de China, con un crecimiento mayor al 7%».

Es posible que si se tratara del primer ministro norcoreano al oír tan soberbia afirmación desde una pequeña isla del caribe podría mandar a ejecutar públicamente a su ministro de Economía y Desarrollo y al gobernador del Banco Central por incompetentes y desleales al desarrollo socioeconómico de Corea del Norte, como sucedió con el ministro de Defensa de ese nación, según apareció en la prensa internacional.

Sin salirnos de la estructura discursiva de la sensacional alocución política del presidente Medina, de pronto, como quien tropieza sin proponérselo con una revelación ilusa, el jefe del Estado vuelve a sorprender al pueblo que escuchaba atento el discurso que no esperaba del Presidente con esta aseveración: «Y, lo más importante, hemos conseguido sacar de la pobreza a más de medio millón de dominicanos y dominicanas».

Y, como si todas esas afirmaciones fueran pocas cosas, oírlas y asimilarlas sería una tarea extraordinaria, sobre todo para un pueblo extenuado de fantasías pedirle que sueñe con una felicidad que podría estar lejos en el futuro al expresar: «Y, si hemos sido capaces de hacer todo esto en las peores circunstancias, les invito a soñar lo que seremos capaces de lograr en el futuro próximo».

Empero, Eleanor Roosevelt dijo una frase la cual podría refutar aquella del Presidente y nos motiva al mismo tiempo a revisar el contenido conceptual de la del Presidente. Veamos lo que expresó la exprimera dama de los Estados Unidos: «El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños».

SOÑAR

Ahora bien, el Presidente acentuó: «Más que nunca es hora de soñar y hacer». No obstante, a esta hermosa frase dicha desde la altura del poder habría que agregarle otra de Oscar Wilde: «Un soñador es el que solo puede encontrar su camino con la luz de la luna y su castigo es que ve el amanecer antes que el resto del mundo».

No se vio en el rostro del Presidente turbación ninguna cuando apuntó su arma reelecionista avivada por la combustión del fuego con el que pretende derrumbar lideratos acudiendo a frases indirectas lanzadas envueltas en papel de celofán, como si fuesen regalos, contra el expresidente Leonel Fernández. Fijémonos brevemente en el contenido de su virulento ataque: «La reelección, en contrapartida, permite también que el pueblo castigue a los malos gobernantes y se libre de los efectos maléficos de una mala gestión».

Y como si todo lo que precede fuera poco, el litoral palaciego ha comenzado a arrojar piedras al secretario general del partido. Frente a esta actitud de guerra de guerrilla intrapartidaria, cabe preguntarse: ¿Acaso están eliminando desde ahora a futuros candidatos presidenciales? Hoy es el secretario del partido, mañana será otra figura del Comité Político o del grupo de Leonel a quien algún copero del Palacio Nacional le administrará el dardo envenenado que Yolas le sirvió a Alejandro Magno.

Ambición desbordada

En todo este impasse hay una realidad que no es un sueño: el Presidente tiene sobre la tierra los pies de la ambición, sin duda alguna de la ambición más desbordada, como la vimos en el reciente discurso del diecisiete de junio. Frente a estas estrategias cabe preguntarse: ¿Tiene el círculo íntimo y los asesores del presidente Medina un código secreto como el del videojuego El mundo misterioso de Pokemón para abrir todos los secretos acumulados por Leonel y acabar con el encanto del expresidente y sus amigos dentro del Comité Político, cual parece ser su objetivo?

O, posiblemente, se estará preparando en el Palacio Nacional una segunda edición al estilo dominicano de aquella comedia sátira mexicana estrenada en 1999 titulada La ley de Herodes que trata sobre la corrupción política en México y en la cual se nombra encargado de un basurero a un antiguo militante del PRI, Juan Vargas, hasta que éste descubre los beneficios del poder y recurre a todas clases de intrigas para perpetuarse en el poder.

Es posible que dentro del Gobierno aparezca un guionista o productor de cine dominicano con la creatividad del mexicano Luis Estrada Rodríguez; pensamos que si Danilo permite que se ruede en el país La ley de Herodes para supuestamente suplantar el liderato de Leonel y compartes esta película terminará derrotando la reelección, como sucedió con el PRI en México, que al ser exhibido el film en plena campaña electoral influyó en los votantes para destronar la hegemonía del partido en el poder.

Frente a todo estos pensados tsunamis y eliminaciones políticas debemos pensar, con lamento, que el país al perder a sus grandes líderes, tan atrás en el tiempo, como por ejemplo el humanista Ulises Francisco Espaillat, nos mueva a reflexionar para recordarle al presidente Medina la frase del predicador estadounidense Peter Marshall, quien dijo: «Cuando anhelamos una vida sin dificultades recuérdanos que los robles crecen con fuerza con vientos en contra y que los diamantes nacen bajo presión».

A pesar de los laudos y de los cortesanos que diseñaron un discurso de diecinueve minutos, con gamas y todo un arco iris de ilusiones más allá de los dineros de la minería y de las telecomunicaciones vendidas por el Banco Central con bombos y platillos como panacea de un crecimiento imaginario, el Presidente sabe que la verdad es otra. ¿Cómo negar que la concentración o acumulación de capital en pocas manos sea una maldición para la mayoría de cualquier país o nación?

 

 

 

 

 

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