El discurso del Presidente: Lo que se ve, y lo que no se ve

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EL AUTOR es abogado y político. Reside en Nueva York.

El  reciente discurso de rendición de cuentas a la nación del presidente es un vivo ejemplo de que hay cosas que se ven y cosas que para verlas hay que aguzar la inteligencia y la visión, porque están ocultas debajo de espesas capas de simulación y engaño.

En la alocución del mandatario de turno el 27 de febrero,  todo el mundo ha enfocado y analizado las palabras del presidente desde la perspectiva de lo que se ve en la superficie y no desde lo que está en la profundidad de la realidad.

Lo que se ve a simple vista es el sesgo reeleccionista de un mensaje que pretende ser optimista pero que en el fondo lo que busca es evitar la desbandada y el desaliento en las filas danilistas ante la realidad de que el barco del reeleccionismo ya está haciendo aguas y amenaza con hundirse en el mar de la historia.

Lo que no se ve ni se olfatea es el tufo a desesperación que sale del discurso del presidente Medina, de sus palabras que parecen buscar una tabla de salvación de la cual agarrarse desesperadamente ante unos números que no le cuadran, y ante una aventura fracasada y natimuerta como un neonato.

Si bien el discurso presidencial tiene fuertes pinceladas reeleccionistas, no es menos cierto que en esencia el discurso del presidente lució propio de un presidente acorralado y desesperado por la presión social que se ha venido ejerciendo en contra de la reelección desde los diferentes grupos representativos de la sociedad, que nos han alertado sobre la peligrosidad de caer en el vacío producto de la destrucción del orden institucional y constitucional que acarrearía otra repostulación del presidente Medina.

La angustia y el desespero se han apoderado del ánimo presidencial ante los últimos números arrojados por las encuestas que indican un descenso sostenido y sustancial de la figura del presidente y de su gobierno. También se le agrega a esto la presión que ha venido ejerciendo el crecimiento vertiginoso de la candidatura del presidente Fernández a lo interno  y a lo externo de su partido, configurando un cuadro de causa perdida para las intenciones reeleccionistas.

En su discurso el presidente se aprovechó de que en el país hay una oposición política que no articula, ni conceptualiza las ideas, y se enfoca a dar respuestas genéricas y repetitivas a modo de  clichés, de poco contenido y valor.

El presidente, sacando ventajas de esa coyuntura, abrumó la audiencia con datos huecos y un supuesto bienestar que no se ve ni se siente por ningún lado, y meno en los escuálidos bolsillos populares. Su caterva de promesas, optimismo y positivismo trataban de dar la sensación de una fortaleza inexistente que no pudo ocultar la debilidad real que lo está matando.  Ni tampoco puede esconder su incapacidad para salir de la fosa profunda en que se encuentra actualmente, desde cual lucha busca salir desesperadamente tras un poco de oxígeno político que asegure su supervivencia.

El discurso del presidente me recuerda los mejores días del presidente Balaguer, cuando  en su rendición de cuentas mencionaba hasta los “cheles” que se habían invertido en las obras realizadas. A mi entender, esto era una forma de darle visos de credibilidad a lo que decía.

El presidente está más que consciente de la inviabilidad de la reelección, pero como buen conocedor de la política criolla, evita a toda costa presentar signos de debilidad,  en tanto busca un bajadero político que le permita a él y sus colaboradores hallar una salida que le permita abandonar el poder con cierta dignidad y no de manera aparatosa como le ha sucedido a otros gobernantes.

Creo que el presidente en su discurso busca confundir, como al efecto me luce que lo ha hecho, con el objetivo de desviar el discurso político de los distintos aspirantes, incluyendo los de su propio partido, para centrar la atención en él, y así evitar el crecimiento de los otros, lo que al final podría colar su íntimo deseo de volver a reelegirse.

En fin, vimos a un presidente dando manotazos de ahogado, disfrazado de optimismo y triunfalismo reeleccionistas, y mientras se hunde, emerge y reflota la candidatura salvadora de Leonel Fernández.

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