Efecto crisálida

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El autor es escritor y político. Reside en Santo Domingo

POR FAUSTO JÁQUEZ

Si contemplamos la naturaleza en su estado puro, sin la intervención de la mano humana, observaremos que suele darnos muchas lecciones, como el caso de los ríos, cuyos cursos sostienen, menguan y retoman según la época y su caudal. Lo mismo sucede con las migraciones de aves, peces y otras especies con el fin de incubar sus huevos, buscar aguas cálidas o en periodos de gestación, cuando no son amenazados por contaminaciones, incendios o derrames químicos.

Eventualmente hemos escuchado que el ser humano nace bueno, pero es el ambiente que lo daña. Y sobre ese daño podrían plantearse varios factores en el aspecto político. Pero antes, de manera sencilla, recordemos el proceso de los lepidópteros -insectos voladores, propiamente el caso de la mariposa-, que es producto de un proceso de transformación o metamorfosis en el que pasa de huevo a oruga, luego a crisálida y finalmente a mariposa.

Una vez que la oruga alcanza su pleno potencial de crecimiento, teje una alfombra de seda sobre una rama y se suspende a sí misma. La crisálida se genera tras la duración del estado larval que depende de la temperatura y la especie. Así quedará estática en un estado de reposo hasta que tenga lugar la reorganización de los tejidos. De esta forma, comienza a desarrollarse la futura mariposa.

Como es sabido, durante siglos, la mariposa, con su preciosa apariencia multicolor, ha engalanado jardines y parques, e inspirado metáforas del genio creativo de millones de personas; pero al mismo tiempo han existido otras, que a simple vista solo poseen el mérito de generar miedo, y, por ende, repudio.

En esencia, crisálida es la envoltura donde la ninfa vive su fase de hibernación para alcanzar su estado adulto. Si extrapolamos eso al ámbito político, vamos a deducir que los Partidos muchas veces han servido de receptáculo, embrión, envoltura y escalera para el ascenso de personas que buscan llegar a espacios de servicios públicos para desde allí desarrollar su agenda de enriquecimiento acelerado y corrupto; motivado en coordinación con cierta práctica y grupos empresariales nocivos al Estado de la nación.

La procedencia y área de acción de estos perversos personajes es muy diversa: desde juntas de vecinos y regidurías en salas capitulares de ayuntamientos pequeños y grandes, con potestad para tramitar múltiples permisos de negocios o construcciones; o fiscales inescrupulosos al servicio de mafias de cuello blanco para penetrar y manejar instituciones con acceso a amplios presupuestos; o individuos del bajo mundo en buscar de lavar su reputación, hasta ministros de primera línea con favores pendientes de resarcir.

Las menciones anteriores solo son minúsculas pinceladas del amplio tramado de corrupción en que diariamente transcurre la vida de países con débiles instituciones, y en donde el régimen de consecuencias no ha logrado un alcance de castigo y plena aplicación para regir la actividad socio-policía. Las practicas más frecuentes abarcan desde nepotismo, sobornos de suplidores, ventas a sobreprecios, tráficos de influencias, gestiones compensadas y hasta dudosas donaciones.

Por tanto, la sociedad debe castigar con el látigo del desprecio a los que han corrompido el país; y para evitar la penetración de ciertos individuos cuyas acciones reñidas con la ética y moral tienden a empañar la mística ideológica o filosófica de los partidos políticos, se amerita de cautela en medio del laborantismo que los envuelve.

Para solucionar un problema lo primero es reconocerlo, y en ese sentido es lamentable admitir que, hasta este momento, ningún partido político de República Dominicana ha podido quedar inmune ante este tipo de individuos, y cada vez más es notoria la juventud de los involucrados en actos escandalosos, lo que amerita a levantar alertas preventivas, realizar depuraciones y control interno.

Ya no basta con saber que cierto individuo va a misa todos los domingos; que sea compadre de alguien de notoria solvencia moral, o sea devoto de tal iglesia. Debajo de cualquier traje puede existir un lobo o depredador, cuyo accionar atenta con la reputación del grupo al que pertenece y para muestra los ejemplos sobran.

De alguna forma debo diferencial el partido que salió del poder, del que está ahora. No solo porque formo parte del proyecto actual. Aunque todos los dominicanos estamos influenciados por la búsqueda desproporcionada del dinero, lo del PLD rayó en la locura.

En definitiva, mantener lo más limpia su reputación, debe ser una misión constante de las organizaciones políticas y otras instituciones sociales para no servir de guarida de buitres y villanos.
jpm-am

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